[cafe-sd] Re: [hackmeeting] asalto policial al IMC de Genova
flow
adolflow at sindominio.net
Mon Jul 23 13:35:28 CEST 2001
estoy un poco afectado por la lectura del enlace que he encontrado del
relato de un tal "pedro" de génova. es portada en el mundo de hoy, yo lo
voy a pillar luego. por lo visto los de madrid están bien y l+s de
zaragoza son los que peor lo han pasado porque estaban en el indymedia
center.
pedro: http://www.elmundo.es/2001/07/23/mundo/1026530_imp.html
sobre zaragoza:
http://www.elmundo.es/2001/07/23/ultima/1026560_imp.html
os pongo el relato de pedro:
CUMBRE DEL G-8 / LOS TESTIMONIOS DE LOS MANIFESTANTES
«Me insultaban y golpeaban sin parar»
Pedro, un joven madrileño que acudió a las protestas de Génova, relata
con detalle el trato brutal que recibió tras ser detenido
GENOVA.- «No tengo un espíritu excesivamente fuerte como el que pueden
tener otras personas, aun así, el viernes pasado, después de la primera
carga y de que me detuviesen, intenté tomármelo todo con humor. Los
palos en las calles y las agresiones son algo que hay que asumir, aunque
también es una pena y una desgracia para las personas que todavía
creemos en los derechos civiles.
Los golpes mas fuertes y la brecha que tengo en la cabeza me los
causaron un cuerpo de antidisturbios de los carabinieri dentro de la
furgoneta en la que me retuvieron, durante un tiempo, hasta que la
sangre que me salía a borbotones de la cabeza les asustó lo suficiente
como para llevarme a una ambulancia, esposado con unas tiras de
plástico, tan apretadas, que aún tengo adormecida parte de la mano
izquierda.
Allí sufrí agresiones verbales de los carabinieri. Me amenazaban con
matarme y me vejaban continuamente. La espera se hizo eterna, hasta que,
dos o tres horas después, decidieron llevarme al hospital, donde creí
que todo iba a ir mejor. Iluso de mí. En cuanto me di cuenta, empecé a
tomármelo bien. Y me lo monté de tal manera que pude llamar a un
compañero, al que le dije que me pidiese el indulto y, sobre todo, que
me trajera un gin-tonic, o 12.
Me cosieron la cabeza, me hicieron radiografías y me curaron las
heridas. Pensé en salir del hospital por mi cuenta, esconderme, por
ejemplo, para que no me llevaran a comisaría. Pero no lo hice porque
creí que las consecuencias podían ser peores. Ahora sé que me equivoqué.
Intenté ver si había más activistas heridos. Hablé con el hombre que
estaba delante de mí y le pregunte qué tal estaba. No había sido herido
de gravedad. Empezamos a charlar y me sentí mejor. De repente, pasó una
persona vestida de oscuro en una silla de ruedas y me lancé a decirle
algo, pero, como le llevaban tan rápido, no me dio tiempo y levanté el
puño como queriendo decir 'salud, compañero'. Me equivoqué. Era un
carabiniere.
Una vez que pasé por consulta, no habían transcurrido ni 10 segundos
cuando llegó un policía de paisano y me llevó a la calle, donde vi el
gran dispositivo que había montado: lecheras, autobuses, agentes de
uniforme y de paisano... Me montaron en un coche de policía y fuimos a
toda velocidad por el centro de la ciudad y así, de este modo, conseguí
traspasar, ¡por fin!, las barreras que impedían el paso a la zona roja.
Hubiese estado mejor hacerlo de otro modo, de la manera que mis
compañeros y yo teníamos pensado. Hubiera sido fantástico.
En ese momento, me acordé de lo que gritábamos: 'Zeta, erre, cero, cero.
Zona roja, cero heridos, cero detenidos'. Noté una sonrisa que nos sale
mucho a la gente que perdemos continuamente, y que nos sorprende aún la
manera en la que logramos ilusionarnos, una y otra vez, pese a los palos
que recibimos.
Me llevaron a una comisaría. Me pusieron en fila con más compañeros y
nos distribuyeron en salas, donde me empujaron bruscamente contra la
pared, con la cabeza pegada al muro, y me vaciaron los bolsillos. Así
estuve mucho tiempo y, de nuevo, más insultos, más golpes, más órdenes
absurdas o preguntas a las que no puedes responder porque no entiendes
italiano, con el consiguiente castigo. Además, se escuchaban gritos de
dolor, y no gritos causados por una patada o un pellizco, sino por
torturas.
Después de tres o cuatro horas frente a la pared, viendo cómo golpeaban
a todo el mundo y teniendo que gritar '¡Viva el Duce!', empecé a tener
miedo.
Al poco tiempo, me condujeron a un pasillo, en el que estuve con las
manos entrelazadas en la cabeza un buen rato. Todos los antidisturbios
que pasaban por allí nos daban patadas y nos echaban escupitajos.
Después me llevaron a otro recinto oscuro. Enseguida me di cuenta de que
estaban torturando a un chico. Gritaba muchísimo. Recuerdo que le
decían: 'No grites, sólo sufre'. Nos querían quemar la moral.
Confié en que yo caería en manos de un policía menos bestia. Finalmente,
el que me tocó empezó a darme flojito, para averiguar dónde me dolía
más, esto es, dónde tenía las magulladuras de los golpes de los
carabinieri, las cuales me habían curado ya en el hospital y no podía
demostrar que me las habían vuelto a hacer en comisaría.
Después de este baño de dolor (aunque lo peor fue la sensación de
impotencia y rabia que sufrí), me llevaron a hacer la ficha policial, y
allí escuché el nombre del grupo: unidad de intervención móvil. Nada más
acabar con todo el proceso, me hicieron firmar ocho papeles en blanco.
Un agente me condujo entonces al hall del edificio contiguo y otro me
agarró del brazo violentamente, me metió en una sala y me dio unos
papeles a firmar a la vez que me golpeaba. Luego me sacó y me hizo pasar
por delante de varios antidisturbios, que me empezaron a insultar, a
escupir y a empujar. Me echó de la comisaría, y empecé a suplicar que me
dieran mis cosas. Me habían quitado la mochila, el pasaporte, el móvil,
el dinero. Al final, uno de los agentes que estaba fuera entró y salió
con lo que era mío.
Lo que yo viví en esa comisaría fue algo ordenado desde arriba, desde
donde se permitió pegar, disparar y atropellar. Yo tuve suerte al final.
Pude reunirme con los compañeros de Madrid con los que había viajado y
volver a ver a la gente que quiero».
--
sí sí emperatriz
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