[cafe-sd] encierro en solidaridad encierro

Amador Fdez-Savater amador111 at sindominio.net
Sat Jun 29 16:51:58 CEST 2002


aquí os vuelco una reflexión de la universidad nómada a la vuelta de las 
protestas de Sevilla el pasado fin de semana.
amador


El encierro de la iglesia del Salvador: un gesto de desobediencia 
cargado de promesas

Fuimos a Sevilla con la esperanza de encontrar alguna salida al 
atolladero en el que nos parecía que se había metido el movimiento de 
contestación global en su segundo ciclo de luchas, "dopo Genoa", en la 
fase que los Desobedientes italianos habían nombrado como "guerra global 
permanente". De alguna manera teníamos la intuición de que allí 
encontraríamos pistas y orientaciones prácticas que podrían hacer 
descarrilar de una vez la pesada locomotora dialéctica sobre violencia o 
no violencia, reformismo y revolución, global contra local, conflicto 
versus negociación, etc. En el horizonte nos íbamos encontrando un buen 
puñado de signos sonrientes que anunciaban que la ocasión nos sería esta 
vez propicia: por ejemplo, la convocatoria de los compañeros y 
compañeras de la Casa de Iniciativas de Málaga de un "Laboratorio de 
desobediencia" que prometía vincular a otros descontentos en búsqueda 
como nosotros, con vistas a crear un espacio que intentase desbaratar, a 
nivel europeo, la amenaza fantasma de la socialdemocracia en el 
movimiento global. Habíamos intentado describir ese "atolladero" y 
algunas posibles líneas para practicar un éxodo creativo en los tres 
primeros números de la publicación Desobediencia Global, pero quizá nos 
faltaba todavía un gesto de desobediencia que materializase la esperanza 
de que la dinámica reactiva y burocrática que atraviesa al movimiento 
global desde hace meses no lleva todas las de ganar, que el desplome de 
las torres gemelas frente a todos los focos del espectáculo mundial no 
nos ha doblado las rodillas a nosotros también. Ese gesto desobediente 
se concretó en el encierro de la iglesia del Salvador en apoyo al 
encierro de inmigrantes de la universidad Pablo de Olavide.

Después de Génova se abrió dentro del movimiento global un enorme 
interrogante sobre el modo de seguir construyendo conflicto político de 
forma no autorreferencial, sobre el modo de seguir ampliando la 
capacidad de contagio y de consenso dentro y fuera del movimiento, sobre 
la manera de inscribir muy directamente la desobediencia global en la 
vida cotidiana, el trabajo y los territorios, etc. A ese interrogante se 
le puso el nombre de "crisis de las contracumbres": "crisis", es decir, 
momento del kairós, de la decisión, tiempo del actuar, que no 
"agotamiento" o "final", como han creído entender algunos que 
desenfundan el juicio muy rápido, a la velocidad que les exige la 
necesidad de maniobras miserabilistas de la peor especie. Es decir, el 
dispositivo político que se había empleado desde Seattle hasta Génova, 
esto es, las contracumbres como visibilización de luchas cotidianas y 
publicidad de contenidos críticos, como momentos de agregación y 
contagio, como esbozos de un tono y un estilo de una militancia política 
por venir, etc., se encontró de pronto encima de la mesa con una 
invitación por parte de los poderes imperiales para convertirse en la 
escenificación repetida de una guerra civil global. La tarjeta de 
invitación estaba cuidadosamente bañada en la sangre de Carlo Giuliani, 
tirado sobre el asfalto de Piazza Alimonda con dos tiros en la nuca. 
Después del 11 de septiembre, la tentación se vuelve mucho más brutal e 
insistente. Sólo los politiqueros del movimiento que pretenden sacar 
tajada de la reproducción política de lo mismo fingen no ver los 
problemas impuestos por Génova y no digamos ya por el 11 de septiembre 
(¿o es que se pensaba parar la intervención estadounidense en 
Afganistán, por ejemplo, a base de acumular muchas manifestaciones?).

Desde Bruselas hasta Barcelona, se toma buena nota de lo que ha 
ocurrido: se trata de desplazar el conflicto, no dirigirlo frontalmente 
contra las distintas zonas rojas, sino diseminarlo y descentralizarlo 
por las metrópolis y aprovechar las cumbres para redimensionar las 
luchas sectoriales, locales, prolongadas en el tiempo. Sin embargo, el 
miedo que inocula la represión y la criminalización combinadas de los 
medios de comunicación y la policía fuerza una parálisis de la 
imaginación política que ya sólo es capaz de producir respuestas a los 
interrogantes abiertos con la forma de grandes manifestaciones y 
acciones simbólicas que eviten el escenario de la batalla campal. Las 
manifestaciones masivas son un buen indicio, porque señalan de manera 
inequívoca que el miedo llega hasta cierto punto pero no ha penetrado 
hasta el tuétano de la materia social: el número de gente que sale a la 
calle en Bruselas o Barcelona es ya de por sí un desafío. Pero un 
desafío mudo, que hay que cartografiar y pensar, que no se deja 
instrumentalizar fácilmente por las tribus políticas que querrían 
encontrar en sí mismas la razón de tanta presencia en las calles, que no 
basta para bloquear las tendencias dominantes del capitalismo de 
exterminio. Sobre todo cuando las élites imperiales se han vuelto 
completamente sordas a las "ciudadanías" que dicen representar. Las 
grandes manifestaciones en la calle, las huelgas generales, las 
corrientes masivas de opinión, etc., no sirven por ahora para invertir 
un ápice la relación de fuerzas existente, que tiene concreciones 
criminales en un número muy elevado de casos. Todavía está por ver si al 
menos erosionan en un movimiento subterráneo las significaciones 
dominantes, las consignas machaconas sobre la bondad del presente estado 
de cosas, su inevitabilidad, etc. Seguramente sí, pero eso no impide 
pensar desde ya mismo en la necesidad de crear un movimiento de 
transformación, y no sólo de opinión, con una capacidad de incidencia lo 
más fuerte posible en territorios muy fragmentados que se han vuelto 
difíciles de comprender y alterar políticamente, con un nuevo estilo de 
militancia que sea capaz de atravesar distintos espacios, distintos 
lenguajes y distintas luchas sin querer hegemonizarlas, insuflarles 
vida, ofrecerles un discurso exacto, etc.

En Sevilla se nos presentaba la última oportunidad para abrir una línea 
política en ese sentido dentro del marco del semestre europeo. Allí nos 
juntamos gentes con las cabezas astilladas por las mismas dudas y con 
algunos fragmentos de experiencias positivas en los bolsillos. Por 
ejemplo, algunas gentes de Las Agencias de Barcelona se embarcaron en 
una acción arriesgada de ocupación colectiva de un lugar público de la 
universidad en la zona roja barcelonesa durante la cumbre, unos meses 
atrás. Por un lado, se trataba así de evitar la batalla campal pero sin 
renunciar al conflicto, desplazándolo hacia territorios que no 
estuvieran completamente determinados por la lógica militar y en los que 
todavía pudiera haber cabida para la acción política. Por otro lado, se 
buscaba el consenso, primero entre las gentes de la propia asamblea de 
encerrados, sin líderes ni posiciones vanguardistas o recuperadoras, 
luego con eso que se llama, a falta de otro concepto mejor, la "sociedad 
civil": la población barcelonesa harta del cerco policial estrechado 
sobre la ciudad, de la hipocresía de rectores y otras autoridades que se 
pliegan al dictado policial y luego se maquillan con actos sobre 
"globalización alternativa", etc. También había viajado hasta Sevilla 
una delegación de italianos, con una experiencia política de 
intervención en la guerra global permanente que atraviesa el país alpino 
entero pero también Porto Alegre, Argentina, Palestina, etc., siempre 
con la idea tatuada en la frente de que lo que de verdad cuenta son las 
luchas efectivas, concretas, en los territorios que sufren las nuevas y 
viejas enclosures, de que el protagonismo debe pertenecer a los que 
desarrollan los procesos reales de contestación y no a los que se 
aprovechan de ellos mediáticamente o acumulando poder o prestigio, de 
que se trata de salirse por la tangente de la guerra global por vías 
poco transitadas que pongan todo el énfasis en la cuestiones propiamente 
políticas y no en los destrozos, las cifras de manifestantes, las 
negociaciones entre aparatos o las declaraciones de los líderes de 
turno. Así, desde la "desobediencia civil protegida", que estalla 
definitivamente en Génova, han estirado su trayecto político hasta la 
"desobediencia social" y pretenden ahora inscribirla dentro del tejido 
productivo mediante procesos de autoorganización de los precarios, los 
inmigrantes y otros protagonistas de las modalidades atípicas de 
trabajo, hoy "típicas", dominantes. Una lucha como la de la renta 
básica, que podría reunir a sujetos productivos atomizados, sólo se 
puede pensar a nivel europeo; y para empezar a construir ese horizonte 
europeo de luchas viajaron los italianos hasta Sevilla. Los amigos de la 
Casa de iniciativas de Málaga y su trayectoria de acción política junto 
a inmigrantes, los franceses de las marchas sociales contra la exclusión 
social, el largo proceso anglosajón de Reclaim the Streets, etc.: entre 
todos podíamos aportar experiencias muy ricas al caldero mágico de la 
imaginación subversiva. Hubo muy poco tiempo para remover bien ese 
caldero y a todos nos daba un poco la impresión, mientras caminábamos 
hacia la plaza del Salvador quebrando la cintura de aceituna de la 
policía que se arrastraba por Sevilla, de que la acción que pergeñábamos 
no estaba a punto. Pero su luminoso resultado demuestra también hasta 
qué grado la creatividad instituyente y la inteligencia colectiva en 
acción pueden reírse a carcajadas de nuestros propios pronósticos 
derrotistas.

Estaba muy claro para todos los afines que estábamos en Sevilla que la 
verdadera contracumbre, la verdadera oposición a los señores de la 
globalización armada, no se daba en los talleres o en las 
manifestaciones que se sucedían (que tienen otro valor), sino en el 
encierro de inmigrantes en la Universidad Pablo de Olavide, que por 
entonces habían entrado además en huelga de hambre. Se trataba, pues, de 
colocar en el corazón de los focos espectaculares de la cumbre la lucha 
frágil y asediada de cerca de 500 trabajadores inmigrantes que buscan 
conseguir unos derechos y unas condiciones que transformen su naturaleza 
de fuerza de trabajo desnuda frente a la arbitrariedad despótica de los 
empresarios. Más aun cuando lo que se discutía mientras tanto en los 
salones de las élites imperiales era cómo hacer de Europa una fortaleza 
blindada, y al mismo tiempo porosa, que discipline los flujos 
migratorios como si fueran simples ejércitos de reserva. En esa 
coyuntura delicada, la gente del grupo de apoyo a los inmigrantes de la 
Olavide se vuelve fundamental para prepararlo todo: nos cuentan cómo 
está la situación, sus posibilidades de apertura y los riesgos de 
obturación con los que hay que contar, las líneas de trabajo que se 
pueden intensificar para multiplicar la presión política y conseguir una 
mediación no dependiente de las instituciones, etc. Para decidir qué 
hacer, hay que reunir primero todos los elementos de juicio posibles, 
sobre todo teniendo en cuenta la vulnerabilidad absoluta en la que se 
encuentran los inmigrantes de la Olavide.

Por otro lado, las cabezas que empiezan a dar vueltas al Laboratorio 
Desobediente tienen que girar rápido para pensar cómo construir un 
espacio político que no se sume a los que ya existen (Foro Social de 
Sevilla, Foro Anarquista...), con su logo y su manifiesto y sus 
posiciones muy claras y sus rencillas, sino que logre atravesarlos 
todos, quebrando las fronteras que se han establecido entre ellos, 
impulsando la contaminación recíproca y la radicalización de las 
posturas, o bien muy timoratas o bien muy puristas. La respuesta 
práctica que inventamos colectivamente nos permitió darle un contenido 
muy concreto a las palabras "contaminación" o "radicalización". En 
efecto, ya dentro de la iglesia del Salvador se reunían gentes del Foro 
Social, muy contentas de que la acción demostrase que la iniciativa 
política libre del cerco policial no se consigue siendo pusilánimes y 
diciendo sí a todo, sino con inteligencia política, conflicto y 
consenso; también había anarquistas, muy contentos de que se demostrase 
que se puede construir un momento de ilegalidad masiva que no acabe como 
el rosario de la aurora, etc.

Los gritos de los desobedientes justo en el momento de irrumpir en medio 
de la iglesia quedan ahogados inesperadamente por el sonido tremendo del 
órgano que anuncia el comienzo de una boda. ¡Durante unos momentos 
desconcertantes la escena parece dirigida por Buñuel o quizá por alguno 
de los hermanos Summers! Pero inmediatamente los novios se ponen de 
acuerdo con los desobedientes y les manifiestan su apoyo. Más tarde, a 
la salida de la boda, el novio rompe el cordón policial que separaba a 
los invitados de los manifestantes, se abraza con uno de los 
desobedientes que se había quedado en la plaza y declara a la prensa que 
está a favor de la acción y la solidaridad expresada con los inmigrantes 
de la Olavide, que se alegra de que su boda haya coincidido con un acto 
así, que sus abuelos migraron fuera de España después de la guerra y que 
quiere que su tierra sea igualmente una tierra de acogida. ¡Vivan los 
novios!

A pesar de que al principio la policía entra sin permiso hasta el patio 
de la iglesia, una antigua mezquita donde se habían retirado los 
desobedientes para no estorbar el feliz enlace, pronto las aguas vuelven 
a su cauce y los desobedientes se hacen dueños de la situación. La 
prensa que lo requiere (y algún policía que otro camuflado de 
periodista) accede al patio por una puerta trasera que controlan los 
encerrados. Los desobedientes que se han quedado en la plaza organizan 
pronto la entrada de agua y comida, durante los ratos que la policía les 
deja de hostigar. Dentro del patio de la iglesia se desarrolla una gran 
actividad: asambleas, grupos informales que discuten u organizan esto o 
aquello, comisiones, etc. La determinación, el coraje, la generosidad y 
un sentido espontáneo de la inteligencia colectiva crean en unos 
segundos una atmósfera que será difícil olvidar en muchos años. Tras 
numerosas ideas y venidas, negociaciones con la policía, delegados del 
Foro Social por aquí y por allá, asambleas, ruedas de prensa, 
redacciones apresuradas de manifiestos, discusiones informales, risas, 
nervios y varias decenas de botellas de agua, los encerrados deciden 
abandonar el patio del Salvador a las 19.30 protegidos por una multitud 
congregada en el exterior y con su humilde objetivo de hacer pública la 
realidad del encierro de Olavide satisfecho. La policía accede. Las 
puertas del patio que dan a la plaza del Salvador se abren y justo 
enfrente de toda la gente allí reunida para acompañar a los encerrados 
se lee un comunicado directamente de la pantalla de un portátil. 
"¡Desertamos de vuestra guerra, ningún ser humano es ilegal!": se gritan 
esas dos últimas frases con la piel de gallina y la multitud de uno y 
otro lado se funde en un abrazo y más tarde en la enorme manifestación 
convocada por el Foro Social de Sevilla.

Así queda bautizado el "Laboratorio desobediente europeo": de la mejor 
manera imaginable, abriendo una brecha en el muro de la impotencia y el 
miedo. Otras manifestaciones de la guerra global intentarán colmar la 
brecha y frenar a los que meten las manos en el hueco para ensancharlo. 
Necesitarán ejércitos cada vez más grandes. Sin embargo, los 
desobedientes sólo precisan de un puñado de gente decidida a actuar para 
abrir nuevas brechas de libertad. Porque "el acto más pequeño en las 
circunstancias más limitadas lleva la semilla de la misma ilimitación e 
imprevisibilidad y un acto, un gesto, una palabra bastan para cambiar 
cualquier constelación" (Hannah Arendt).

Universidad Nómada





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