[Infos] [Fwd: Fw: [accionglobal-info] RV: art Argentina, para producir no hacen falta patrones]

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Mon Oct 7 22:56:42 CEST 2002


-------- Mensaje Original --------
Asunto: Fw: [accionglobal-info] RV: art Argentina, para producir no hacen
falta patrones
De: "Ibai Sans Urbieta" <ibai at 3ejes.org>

* * * Servicio Informativo "alai-amlatina" * * *

 Argentina: Para producir no hacen falta patrones

Raúl Zibechi

ALAI-AMLATINA, 17/09/02, Buenos Aires. Un mundo nuevo está
naciendo en los intersticios del que se cae a pedazos. La frase
cobra sentido ante los cientos de fábricas que han sido
recuperadas por sus obreros, abandonadas por sus dueños, que
hubieran preferido verlas convertidas en desahuciados galpones.

"Fábrica cerrada, fábrica tomada", es una de las consignas que se  ha
popularizado en Argentina después de la insurrección del 20 de
diciembre. Con cuatro años de recesión a cuestas, niveles de
desempleo y subempleo que alcanzan a la mitad de la población
activa, son cada vez más los trabajadores que perciben que cuando
pierden su puesto de trabajo se caen definitivamente de la
economía formal y quedan condenados a vagar en el limbo del
trabajo precario y mal pago, las changas o el cuentapropismo.

Por eso aferrarse al trabajo fue el camino que empezaron a
recorrer varios miles de trabajadores cuando los patrones
decidieron abandonar el barco de la producción apostando a la
especulación.

Ya son más de cien las fábrica que en Argentina fueron tomadas por  los
obreros y puestas a producir, a las que se suman unas 200 en
Brasil, conformando un verdadero movimiento que ahora empieza a
coordinarse con otros sectores que buscan caminos alternativos. La
recuperación de empresas comenzó a comienzos de los 90, cuando la
apertura económica dejó en la cuneta a muchas empresas que pasaron  de
la protección estatal a ser consideradas ineficientes y dejaron  de
tener un mercado cautivo.

Los primeros tiempos suelen ser los más difíciles. Las poco más de  cien
obreras de la textil Brukman, una empresa que fabricaba
trajes de hombres en el barrio Once de Buenos Aires, quedaron
perplejas cuando el patrón desapareció a fines de diciembre,
mientras el país ardía. Desde hacía meses les pagaba una mínima
parte del sueldo, apenas un dólar diario y luego dos por semana, y  la
deuda salarial se arrastra desde hace cinco años. Cuando
pasaban los días y no aparecía ningún gerente, unas pocas atinaron  a
quedarse allí adentro, como Celia, que no tenía la menor
experiencia sindical, esperando algún milagro que le permitiera
seguir trabajando y cobrando, aunque sea, una mínima parte del
jornal. En no pocos casos, el vaciamiento de las empresas fue
largamente planificado por los patrones, que adeudan cifras
millonarias al Estado y a sus proveedores, y contaron con la
colaboración de la mafia sindical agrupada en la oficialista CGT.

Barajar y dar de nuevo

En la inmensa mayoría de los casos, la decisión de ponerse a
producir llegó luego de un proceso de maduración del colectivo de
trabajadores. Nunca fue una decisión automática, sino atravesada
por múltiples dudas, inseguridades y temores. En ocasiones,
demoran más de un año en volver a poner la fábrica en marcha; a
veces cuentan con insumos que dejó la patronal pero otras deben
salir a buscar la materia prima; a veces la consiguen como
consecuencia de donaciones o del apoyo popular y casi nunca
obtienen préstamos, por lo menos en las primeras etapas.

Pese a algunas cuestiones en común, la pelea ante la justicia es
una de ellas, las experiencias son muy variadas. Desde una mina en  el
Sur, Yacimientos Carboníferos Río Turbio, con más de mil
empleados, que fue reestatizada luego de tres años de lucha hasta  la
pequeña pero moderna imprenta Chilavert, en un barrio de Buenos  Aires.
Allí los obreros evitaron el vaciado la empresa, la tomaron  y
comenzaron a trabajar imprimiendo volantes y afiches para
organizaciones sociales.

La solidaridad es un elemento clave, sobre todo en la etapa
inicial cuando se trata del "aguante", una palabra que sintetiza
la voluntad de lucha y resistencia ante el acoso policial y
patronal. Un caso sucedido este año en la zona Norte de Buenos
Aires es emblemático. La Panificadora Cinco había cerrado
despidiendo a 80 trabajadores sin indemnización, en octubre de
2001. En abril de este año, la asamblea de vecinos del barrio,
creada luego de las jornadas de diciembre, estaba buscando formas  de
conseguir pan más barato y se unió a un grupo de 20 obreros que  habían
sido despedidos de Panificadora Cinco. Juntos, vecinos y ex  obreros,
ocuparon la planta. Durante 50 días resistieron los
intentos de desalojo. En ese tiempo la solidaridad del barrio fue
impresionante: asambleístas, piqueteros y militantes de izquierda
instalaron una carpa en la puerta de la fábrica para asegurar la
vigilancia, realizaron tres festivales, una marcha por el barrio y  un
escrache al empresario, un acto el 1 de mayo, charlas, debates  y
actividades culturales. Optaron por formar una cooperativa y
ahora consiguieron que el parlamento provincial expropiara y
"donara" a la cooperativa el local, las máquinas y la marca. Ahora
están produciendo y vendiendo pan, a precio más bajo que el del
mercado, a hospitales, comedores y populares y vecinos del barrio.

Estado o cooperativas

Un debate profundo atraviesa al movimiento, desde el momento mismo  de
nacer. ¿Qué estatuto legal darle a las fábricas recuperadas?
Surgieron dos propuestas: la propiedad estatal bajo control obrero  o la
formación de cooperativas autogestionadas.

La primera propuesta viene de la izquierda, básicamente del
Partido Obrero (PO y del Movimiento Socialista de los Trabajadores
(MST), pero también la acompañan sectores del Partido Comunista y  del
socialismo. La idea forma parte del imaginario del movimiento  comunista
y revolucionario internacional y consiste en la
estatización de la empresa que en adelante contará con
subvenciones del Estado y sus obreros pasarán a ser funcionarios
municipales o estatales que controlan y fiscalizan el desempeño de  la
dirección.

Por el contrario, la propuesta cooperativa supone no delegar las
tareas de dirección en instancias ajenas al colectivo obrero, que  pasa
a asumir todas y cada una de las responsabilidades y riesgos,
incluyendo la comercialización de los productos. Una
característica de quienes promueven las cooperativas
autogestionadas es que en muchos casos se proponen modificar la
clásica organización fordista del trabajo, relevando a los
capataces y, a veces, cuestionan la idea misma de capataz.

Hasta ahora la mayoría optó por la formación de cooperativas. En
el año 2001 se formó el Movimiento Nacional de Empresas
Recuperadas (MNER) en el que confluyen algo más de 60 empresas
autogestionadas. Jorge Abellí, quien dirige este sector, sostiene  que
"no parece lo más oportuno entregarle las empresas que hemos
recuperado y puesto en funcionamiento, con mucho esfuerzo, a este
Estado mafioso".

Abellí pertenece a una cooperativa avícola de Rosario, que cerró
en 1998 dejando a sus cien operarios en la calle y desde 1999
producen para el reducido mercado interno. Las empresas
recuperadas pertenecen a todas las ramas de la producción: las más
grandes son las metalmecánicas, metalúrgicas y siderúrgicas, hay
diarios e imprentas pero la gran mayoría pertenece al sector de la
alimentación. En promedio tienen unos 70 trabajadores y se
reparten por toda la geografía argentina. "No es lo mismo manejar  una
pequeña empresa de 15 trabajadores que la empresa líder del
país en la fabricación de tractores", comenta Abellí.

Se refiere a una empresa emblemática: Zanello, en Córdoba, una
gran fábrica de tractores, con 400 obreros, la única planta
argentina que los produce. El fallo judicial le entregó la empresa  a
los empleados el 28 de diciembre. En febrero sacaron al mercado  un
nuevo modelo diseñado por los obreros y los técnicos, en base a  un
ingenioso acuerdo. Armaron una "alianza estratégica", una
sociedad anónima que pertenece en partes iguales a los obreros de  la
cooperativa, unos 280 en la etapa actual, el personal
jerárquico y técnico, que de ese modo puede obtener mayores
ingresos que en la cooperativa obrera, y los concesionarios que
pusieron el capital para reemprender la producción. En marzo
consiguieron armar y vender dos tractores y actualmente, pese a la
crisis, producen y venden ya uno por día a un costo 30 por ciento  menor
que los tractores John Deere.

Es una salida heterodoxa, pero cuando se trata de grandes empresas  que
se desempeñan en sectores con tecnología avanzada y requieren  grandes
inversiones en maquinaria, no parecen existir salidas
sencillas.

Además de la falta de capital e insumos, otro grave problema que
enfrentan es la administración. Cuando cierran las plantas, los
administrativos son los primeros que se evaporan. "Nuestra
administración es precaria pero transparente y democrática", dice
Abellí. Muchas empresas autogestionadas decidieron hacer una
liquidación de sueldos todos los viernes y a la vez ponen una
cartelera con la relación de gastos e ingresos para que cada socio  de
la cooperativa esté al tanto de las cuentas. El MNER hizo un
acuerdo con la asociación de pequeñas y medianas empresas y con la
Universidad tecnológica para recibir apoyo para la formación de
personal administrativo y la dirección empresarial.

Economía solidaria

En cuanto a la comercialización, consideran que el principal
aliado es el consumidor, por lo que están apelando a las asambleas
barriales y a otros sectores del movimiento social que comienzan a
trabajar en la dirección de un "consumo consciente". Pero también  se
apoyan en los municipios y tienden a abastecer a hospitales y
escuelas.

Los ejemplos de producción autogestionada traspasan los portones
de las fábricas y tienden a generalizarse en todo el movimiento
popular. Es el caso de la asamblea de Parque Avellanda, una zona
relativamente céntrica de Buenos Aires. A principios de junio los
vecinos organizados ocuparon un bar abandonado, el bar Alameda, lo
restauraron y con el apoyo de otras asambleas instalaron un
merendero y comedor popular, al que ahora asisten más de 120
personas. Ellos mismos amasan el pan y cocinan, y ahora formaron
una cooperativa de trabajo que produce y vende pan a comedores
populares y vecinos y está empezando a fabricar artículos de
limpieza a bajo precio.

En el bar recuperado funcionan unos 20 talleres, desde apoyo
escolar para niños hasta huerta orgánica, baile, cerámica, yoga,
comunicación alternativa, autoestima y carpintería. Además, los
vecinos están organizados en ocho comisiones para atender todas
las tareas de lo que ya es un centro cultural y productivo. Más
aún, allí se ha creado el Espacio Asambleario, un lugar en el que
confluyen unas 30 asambleas de la capital y la provincia, que
tienen inquietudes similares. Las asambleas barriales, que
comenzaron haciendo compras comunitarias y experiencias de
trueque, van ingresando así en el terreno de la producción de
alimentos, mientras otras se animan a ensayar la producción de
medicamentos genéricos y otras más ingresan al terreno de la
autoconstrucción de viviendas.

Este espacio convocó ya dos encuentros de Economía Solidaria,
realizados en julio y agosto en el ex bar Alameda. Los encuentros
fueron espacios múltiples, con la presencia de asambleas,
piqueteros, fábricas autogestionadas y grupos de estudiantes. Un
total de cuarenta delegaciones decidieron crear una red de apoyo a  los
vecinos amenazados de desalojos.

En las conclusiones, citadas en el periódico Alameda, proponen
"defenderse recíprocamente de los ataques de los de arriba,
comenzar a abrir caminos de trabajo y dignidad mediante el
relevamiento de fábricas desocupadas, tierras transformadas en
baldíos y casas abandonadas". Consideran que "el tiempo comienza a
soplar a favor de los pequeños" y hacen un llamado: "Articular los
esfuerzos para que los poderosos no nos dispersen".

Un dato interesante es el entrelazamiento de iniciativas. Las
asambleas producen como lo vienen haciendo los piqueteros de
Solano, en Quilmes; unos y otros coordinan con las fábricas
autogestionadas con la esperanza de intercambiar productos; unen
esfuerzos para aprender de los éxitos y fracasos de cada uno;
coinciden en la solidaridad con cerámicas Zanón, en el lejano Sur,  que
sacó al mercado un modelo de azulejos diseñado por los
mapuches, y así sucesivamente. La red se va haciendo día a día más
compleja, va y viene, se trenza y anuda, se separa y se vuelve a
unir.

Cambiar el mundo

Un caso ejemplar es el de IMPA (Industrias Metalúrgicas y
Plásticas de Argentina), situada en el corazón de Almagro, un
barrio popular porteño. Fue creada por empresarios alemanes en
1918 como fundición de cobre. En 1935 fue la primera empresa en
fabricar aluminio y al final de la segunda guerra mundial fue
nacionalizada por el gobierno de Juan Domingo Perón. En IMPA se
fabricaron los únicos aviones a reacción que se hicieron en
América Latina y las bicicletas con las que jugaban los niños
argentinos. En 1961 el gobierno cerró algunas plantas y decidió
que se convirtiera en cooperativa, pero siempre fue manejada como  una
empresa privada por su directiva.

A mediados de los 90 el monopolio de aluminio Aluar comenzó a
competir deslealmente con los productos de IMPA, ya que produce
los lingotes necesarios para hacer papel de aluminio, rubro
principal de la empresa en los últimos años. A fines de 1997
quedaban un puñado de obreros de los más de 500 que trabajaban en  esa
planta. Ante el cierre inminente, ya les habían cortado la luz  por
falta de pago, con ayuda de algunos sindicalistas ocuparon la  planta,
instalaron una olla popular con apoyo de vecinos y
comerciantes del barrio, expulsaron a la vieja gerencia y
eligieron un nuevo consejo de administración.

Decidieron volver a producir. Eran apenas 15 obreros (hoy son
136), consiguieron algo de materia prima, la reciclaron y hoy son  un
punto de referencia de todo el movimiento. Hubo dos decisiones
drásticas: comprar chatarra de aluminio para abaratar costos y
eludir la competencia de Aluar, ante el escepticismo de todo el
personal que consideraba que no estaban capacitados para producir  con
materia prima reciclada, como les decían los ingenieros. La
segunda decisión tuvo que ver con el personal de más edad.
"Siempre tuvimos trabajo para 80 o 90 personas, pero le damos
trabajo a 136 porque hay muchos viejos que les robaron la
jubilación y los tenemos aquí ayudando, barriendo, limpiando,
colaborando en lo que pueden.

Fue una decisión de la asamblea que consideró que era más digno
que estuvieran en la fábrica, donde llevaban más de 30 o 40 años,  que
darles un subsidio y se quedaran en sus casas" dice el
presidente de la cooperativa, Oracio Campos, un hombre de tez
aindiada de unos 65 años. Lo dice así, con una sencillez
conmovedora, sin darse cuenta que está poniendo de cabeza toda la
teoría económica y hasta la continuidad del proyecto, por un
empecinado humanismo al que denominan "solidaridad de clase".

Funcionan con asambleas informativas, sustituyeron a los capataces  por
coordinadores de áreas o taller que son los encargados de
repartir el trabajo, y consiguieron formar algunos equipos para
democratizar el trabajo. Pero no son ingenuos: "En algunas
secciones funcionamos de forma vertical, porque el mercado te
exige tomar decisiones muy rápidas y no hay tiempo para nada",
asegura Eduardo Murúa, ex sindicalista de 41 años que se desempeña  como
gerente. La principal producción de IMPA es ahora vajilla
descartable, pomos para dentífricos, envolturas de golosinas y
bandejas de catering.

En este aspecto, vinculado a la organización del trabajo, se
producen cambios increíbles. Una obrera de Brukman es terminante:
"Ahora hay más libertad en el trabajo, tenemos más compañerismo,
antes estábamos separados por piso, ahora estamos todos juntos y
nos organizamos nosotros mismos". Las obreras decidieron cambiar
la distribución de las máquinas y con ello trastocaron el viejo
sistema de control. Abellí aporta el imprescindible cable a
tierra; aunque coincide en que hay que combatir los "vicios del
capitalismo", sostiene que "la producción no puede ser un proceso
deliberativo permanente".

Pero la iniciativa más importante de impa, la que los diferencia
de todos los demás y sería la envidia del mismísimo Darío Fo, es
la creación de La Fábrica Ciudad Cultural. Desde hace casi cuatro  años
pusieron en marcha un centro cultural autogestionado dirigido  por un
grupo de 40 jóvenes, en el que funcionan 35 talleres y
cursos, donde se realizan fiestas, funciones de cine, de teatro y  todo
lo que uno pueda imaginar.

En realidad el proyecto empezó buscando la solidaridad vecinal y
del movimiento social, ante la deuda que tienen con el Banco
Nación, que supera los dos millones de dólares y puede zanjarse
con el remate de la planta. "Después fuimos comprendiendo que era  una
forma de hacerle una devolución a la sociedad por la enorme
solidaridad que recibimos", dice Murúa. Campos se ríe y recuerda
que cuando empezaron a aparecer punks, "los pelados con aritos",
los obreros no querían saber nada. Ahora comen todos juntos en el
comedor que bautizaron con el nombre de Azucena Villaflor de
Devicenti, por la desaparecida fundadora de Madres de Plaza de
Mayo, que también fue obrera metalúrgica.

Quien visite la fábrica al atardecer, cuando la producción empieza  a
decaer y llegan los jóvenes, pasará de un taller ruidoso donde
obreros engrasados manejan máquinas que escupen tubos de aluminio,  a
espacios contiguos separados por un pequeño pasillo donde, en el  mayor
de los silencios, un grupo de estudiantes dibuja un desnudo  en torno a
una modelo. Publican una revista que se llama IMPActo y  lucen varios
orgullos.

En 2001 se realizó allí el Festival Internacional de Cine de
Buenos Aires y en 1998 recibieron la visita de Orlando Borrego,
compañero del Che en Sierra Maestra, que inauguró el primer ciclo  de
conferencias. Mientras la fábrica sigue funcionando ellos se
jactan de que nunca hubo un incidente entre universitarios,
anarcopunks, jóvenes que posan desnudas, homosexuales y viejos
obreros y obreras que apenas cursaron dos o tres años de escuela.


* * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *

Que se vayan todos

La Clínica Portuguesa cerró por quiebra hace seis años. Hace dos
semanas la ocuparon dos asambleas barriales de Flores, Buenos
Aires. La sorpresa fue mayúscula: en los cuatro pisos, que
albergan laboratorios, consultorios y 20 salas de internación,
estaban aún intactos casi todos los aparatos de la clínica,
incluyendo los de la sala de terapia intensiva.

En pocos días confluyeron en la ex clínica decenas de asambleas y
varias fábricas recuperadas. Surgió la idea de hacer un centro de  salud
que atienda a los 8.000 trabajadores de 60 fábricas
autogestionadas, además de un centro de salud preventiva para el
barrio. Con el excedente de las fábricas se creará un fondo para
constituir el capital inicial; varios ex empleados de la clínica
ya mostraron su apoyo al proyecto, las obreras de Brukman se
comprometieron a fabricar ropa de cama y obreros de IMPA,
Chilavert y media docena de fábricas recuperadas se aprestan a
colaborar con las tareas de limpieza junto a vecinos del barrio.
Según la crónica del diario Página 12, uno de los nombres que los
vecinos barajan para el nuevo centro es el emblemático "Que se
vayan todos".




Autogestión

Un proyecto de vida

En Brasil la primera experiencia de recuperación de empresas en
quiebra se gestó en 1991. La fábrica Calzados Makerli había
cerrado su planta dejando en la calle a 482 trabajadores. En 1994  se
creó la ANTEAG (Asociación Nacional de Trabajadores en Empresas
Autogestionadas) con el objetivo de coordinar los diversos
emprendimientos que iban surgiendo al calor de la crisis
industrial. Cuenta con oficinas en seis estados, que se encargan
de acompañar los proyectos de autogestión buscando la integración  de
esos proyectos con iniciativas de las Ongs, los gobiernos
estatales y municipales, trabaja con 160 proyectos de autogestión  que
cuentan con 30 mil trabajadores. Existen empresas
autogestionadas en todas las ramas de la industria, desde la
extracción de minerales y el sector textil hasta los servicios
turísticos y de hotelería.

Para la ANTEAG la autogestión es un modelo de organización que
combina la propiedad colectiva de los medios de producción con la
participación democrática en la gestión. Pero implica además
autonomía, de modo que las decisiones y el control de las
empresas, así como de los técnicos que puedan contratar,
pertenecen a sus miembros.

Para los trabajadores de empresas autogestionadas, una de las
principales dificultades es "volver a pensar". La ANTEAG considera  que
"la cultura paternalista ha hecho que los trabajadores esperen  que
otros hagan todo por ellos". Algunos los esperan todo del
patrón, otros del sindicato o del gobierno. Pero existen también
temores a asumir responsabilidades y riesgos, así como problemas a  la
hora de gerenciar de forma democrática y transparente y, sobre  todo,
dificultades para comprender que la consolidación del
colectivo humano es el objetivo fundamental, del que depende la
continuidad de la empresa.

La autogestión es también un proyecto de vida, que puede
convertirse en un referente social para amplios grupos de
trabajadores y formar parte de las alternativas al sistema que
crecen desde la base social. La ANTEAG considera un paso
ineludible "la reeducación del trabajador para que encuentre un
nuevo sentido en el trabajo, pueda creer en sus capacidades y
asumir la conducción del proceso de autogestión, rompiendo con una
trayectoria histórica de sumisión".



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