[unomada-info] Respuestas a un cuestionario de Posse

raúl raul en sindominio.net
Sab Nov 2 04:55:25 CET 2002


Hola a todos/as

os enviamos las respuestas a un cuestionario que la revista italiana
"Posse" planteó a la UN en torno a la experiencia del movimiento de
movimientos en esta parte de la península. Finalmente, por problemas de
cierre, no aparecerá en Posse y tal vez lo haga en el primer número de
la revista "Global magazine", que estará disponible para los días del
Foro Social Europeo de Florencia.

Un abrazo

Raúl

__________

Respuesta al cuestionario de Posse
por Amador Fernández-Savater y Raúl Sánchez («Universidad Nómada»,
Madrid)

1. De Génova a Sevilla, crecimiento y experimentación del movimiento en
España

En cierto modo, el movimiento global en España encuentra en Génova, por
un lado, una durísima prueba de realidad de las dimensiones del mando
imperial, cuyas consecuencias no todos los actores del movimiento
llegarán a extraer y, por el otro, vive y contribuye generosamente al
acontecimiento colectivo de aquellos días, experimentándose tal vez por
primera vez como multitud global en el inolvidable y trágico crescendo
que lleva de la manifestación de los migrantes del día 19 de junio hasta
la jornada (clamorosa y a la vez llena de vacuolas de silencio) del día
21. Hasta entonces los contornos del movimiento global en España habían
sido bastante difusos: bien es cierto que distintos actores, como el
sindicalismo crítico de la CGT (Confederación General del Trabajo) y las
federaciones de grupos ecologistas de base, así como otras pequeñas
agregaciones autónomas que se colocaban en el campo de la «lucha contra
el paro y la exclusión social», son los protagonistas de lo que podemos
considerar hitos de crecimiento europeo y/o global de los movimientos
antisistémicos, como es el caso de la contracumbre «50 años bastan» en
1994, que reunió a una enorme variedad de sujetos globales contra la
reunión celebratoria de los 50 años de la conferencia de Bretton-Woods
y, por ende, de la creación del FMI y del BM, así como de las Marchas
europeas contra el paro o la multitudinaria manifestación contra la
cumbre europea de Amsterdam de 1997. Posteriormente, Praga será un
momento propicio para la formación en las principales ciudades del
llamado Movimiento de Resistencia Global, primera experiencia de reunión
heterogénea de activistas específicamente «no global», que hará las
veces, hasta Génova, de nudo flexible de agregación de la composición
más joven y subjetivamente abierta del incipiente movimiento.

No obstante, para los actores mayoritarios del proto-movimiento global
será el éxito de seguimiento de la manifestación contra la reunión de
funcionarios del Banco Mundial en Barcelona en junio de 2001 –reunión
que, por otra parte, no llegó a realizarse–, el que ponga de manifiesto
que un nuevo espacio político estaba creándose, dando comienzo así a un
ir y venir de intentos de organización más o menos tradicional (con
arreglo a «plataformas», «coordinadoras» y «redes» de militantes de
distintas organizaciones) pero insignificantes desde el punto de vista
de la relación entre composición (inmaterial, relacional y precaria) y
expresión (más bien populista y antiimperialista), desde el punto de
vista de las prácticas y los procedimientos de construcción política
(«izquierdistas» y basados en la representación) y nulos en lo que
respecta a la producción y la concatenación de nuevos agentes colectivos
de enunciación.

No sorprende entonces que el cataclismo que habría de suponer la
secuencia Génova-Nueva York-Kabul no haya merecido para la mayor parte
del «movimiento antiglobalización» –que así tiende  a autodenominarse, a
coro con los media– más que el registro de un endurecimiento del
contexto político, que se tiende a explicar como revelación de la
«verdadera cara» del capitalismo neoliberal (que tendría una matriz
estadounidense). Por otra parte, la experiencia de Via Tolemaide supone
la crisis y el relativo declive de buena parte de los distintos MRG,
sobre todo de aquellos que habían intentado construir un referente
político en torno a la «desobediencia civil» y los «monos blancos» como
modalidad de enfrentamiento con las fuerzas de seguridad.

El 11 de septiembre precipitará a la mayor parte de las componentes del
movimiento en España en la movilización «pacifista»: las secuencias,
frágiles, de constitución de un espacio político nuevo se verán
distorsionadas por la reedición de los viejos estilemas pacifistas y
antiimperialistas que se remontan al periodo anterior a la caída del
Muro de Berlín y del fin del orden de Yalta, cuando, en la década de
1980, el movimiento pacifista contra la OTAN logró construir una
oposición social que construyó la matriz (subjetiva, organizativa,
cartográfica) que aún informa a la mayoría de los actores –con la
excepción, por supuesto, de aquellos nuevos e inciertos, como los
migrantes, los del área de las okupaciones y de los centros sociales
autogestionados y los del voluntariado militante, que dan vida a redes
como RCADE (por la abolición de la deuda externa de los países del Sur)
o Hemen eta Mundua en Euskal Herria. Este colapso de las precarias
cartografías de las componentes mayoritarias del movimiento se
traducirá, por ejemplo, en los lemas unitarios de las movilizaciones
contra la guerra en Afganistán: «Paremos la guerra. Otro mundo es
posible», esto es, un compromiso entre los lemas de la Primera Guerra
del Golfo en 1991 y aquellos del ciclo de luchas nacido en enero de 1994
con el levantamiento zapatista en Chiapas.

La presidencia española de la UE durante el primer semestre de 2002
acelerará los ritmos de organización de las tentativas de representación
de lo que se considera un «nuevo movimiento social». No encontraremos en
estos meses un particular esfuerzo de esclarecimiento colectivo de los
envites de la construcción europea para el movimiento de movimientos,
sino más bien un afán competitivo por representar subjetividades,
dejando de lado toda conjetura de expresión, toda relación pragmática
entre la cartografía de las formas de vida metropolitanas, su
composición en el movimiento y la imaginación de situaciones, temáticas
y procedimientos que permitan construir nuevos conflictos, en los que
los procesos de subjetivación del trabajo vivo se manifiesten en primer
plano, como polifonía constituyente. Un movimiento dividido por
discrepancias «ideológicas», incapaz de semiotizar adecuadamente sus
relaciones de poder, conseguirá pese a todo unirse para afrontar las dos
grandes citas del semestre, las cumbres de Barcelona y Sevilla. No
obstante la criminalización y la dramaturgia del terror y la excepción
orquestada por el gobierno Aznar (que no presagiaba nada bueno), ambas
citas, sobre todo la de Barcelona, sorprenderán por el seguimiento
masivo que recibirán. Afortunadamente, pues, existe una dimensión
molecular de movimiento a pesar de las plataformas, coordinadoras y
«redes» que quieren representarlo desenfrenadamente. Éste es el
resultado más importante y esperanzador, que compensa la mediocridad de
los afanes organizativos de las viejas componentes de la oposición
política y social extraparlamentaria.


2. Redes, organizaciones y prácticas entre continuidad e innovación

En los trayectos del movimiento global en España sólo resultan
interesantes las anomalías, las irrupciones, los atractores de
singularidad que en muchas ocasiones encuentran grandes dificultades
para consolidarse o convertirse en modelo de referencia. Frente a las
proteicas y sempiternas figuras de los constructores de plataformas y
coordinadoras (contra la guerra, contra la UE, contra lo que sea...),
que en el mejor de los casos han servido para poner en práctica campañas
genéricas encaminadas a una gran manifestación o a una representación
mediática del movimiento de movimientos, otros experimentos de
organización han introducido modificaciones en su fisionomía y su
fisiología. Bien es cierto que, después de Génova y Porto Alegre y como
reflejo mimético, los grandes eventos se han presentado organizados por
«Foros sociales» que, a decir verdad, han sido promovidos por las
componentes menos interesantes, más ligadas al sistema de partidos y a
las ONG más burocráticas y oficiales. En Barcelona, por ejemplo, el Foro
Social estaba formado por los partidos de la izquierda parlamentaria y
ONGs ligadas al ayuntamiento socialista, mientras que la heterogeneidad
se presentaba más bien del lado de la «Plataforma contra la Europa del
capital y de la guerra», que ciertamente congregó a los cientos de miles
de personas que llenaron las calles en la manifestación del 16 de marzo.

Los elementos de innovación no responden a una única geneología. Por un
lado, la utilización prácticamente generalizada de listas de correo
electrónico, websites y, cada vez con mayor frecuencia, weblogs o foros
ha producido una modificación irreversible de la política de la
comunicación del movimiento, que se corresponde, ciertamente, con la
entrada en escena de nuevas especies de subjetivación política: toda una
galaxia de hackers ha venido aportando un precioso ejemplo de
encarnación del general intellect, de libertad inteligente en la
cooperación y de generosidad constructiva del trabajo vivo inmaterial,
cognitivo y afectivo. Lo podemos constatar en redes como sindominio.net,
barrapunto.com o en la proliferación de hacklabs y de nudos ciudadanos
de telemática wireless en numerosas ciudades. Una irrupción que está
lejos de haber expresado aún toda su potencia creativa. Por otra parte,
relación entre comunicación, subjetivación política y organización está
cambiando gracias a herramientas como los nudos Indymedia de Barcelona,
Madrid (en este caso acp.sindominio.net) y Euskal Herria, que permiten
imaginar la construcción de un espacio político de tipo nuevo y
enteramente basado en la expresión de la cooperación y no en la
representación.

Desde el punto de vista de las formas de activismo en el espacio público
expresamente ligadas a las temáticas principales del movimiento global,
ya hemos citado a los MRG y a la RCADE (Red por la Cancelación de la
Deuda Externa). Los primeros, de composición considerablemente joven,
precarios en el circuito de la formación y el trabajo atípico, se han
labrado un espacio como promotores de modalidades relativamente nuevas
en España de conflicto en la calle, entre «acción directa no violenta» y
«desobediencia civil» siguiendo en buena medida los pasos de los tute
bianche italianos. En el caso de la RCADE, ésta presenta un doble
interés: el de constituir, por un lado, una red realmente existente,
compuesta de nudos relativamente autónomos y de composición heterogénea
y, por otro lado, el de la expresión militante de un área procedente del
voluntariado católico y de las ONG, que atravesando distintas campañas
ciudadanas de dudosa eficacia, como la del «0’7» (de los presupuestos
generales del Estado para el Tercer Mundo), ha logrado construir una
trayectoria militante y organizativa singular que incide notablemente en
la desobediencia civil y los procedimientos de «Consulta» y deliberación
desde abajo.

Al mismo tiempo, resulta difícil componer una descripción coherente del
más global de los actores, es decir, de los migrantes. No cabe duda de
que los migrantes y su tejido organizativo continúan siendo periféricos
y subordinados con respecto a la institucionalidad hegemónica del
movimiento, a sus coordinadoras y plataformas, ni de que su presencia en
las iniciativas del movimiento ha sido puntual o delegada, vicaria, como
la de un tercero en discordia, objeto y no sujeto de enunciación y
propuesta. No obstante, distintos archipiélagos de luchas
autoorganizadas de los trabajadores migrantes han demostrado
diagonalmente por dónde pasa la solución al impasse del humanitarismo y
el «antirracismo» de las organizaciones autóctonas. Por otra parte, las
ocupaciones de iglesias en el último periodo han permitido experimentar
una modalidad de agencia política de hibridación y recombinación entre
migrantes y autóctonos, desafiando la cesura entre «sujetos de derechos»
y «no ciudadanos». El triste resultado –en lo que respecta tanto a las
conquistas materiales de derechos para los sin papeles encerrados, como
a las modalidades de construcción y comunicación del conflicto– del
último encierro de inmigrantes en la Universidad Pablo de Olavide en
Sevilla, que coincidiera con la cumbre de la UE, las jornadas de
protesta y la convocatoria de huelga general del 20 de julio, señala las
limitaciones de este tipo de prácticas, que con excesiva frecuencia han
tendido a subalternizar al sujeto sin papeles, so pretexto de su
protección, de la compensación de su fragilidad y su supuesta «pobreza»
(de recursos, lingüística, de experiencia en el medio). Se dejan de
lado, en esta óptica, la fuerza-invención global que las trayectorias
diagonales de los migrantes han puesto en juego en las luchas del último
periodo y que constituyen el inventario de su panoplia singular: las
redes extremadamente informales, conectadas por teléfono móvil, que dan
forma a un mecanismo "peer to peer" en el que circulan informaciones
sobre experiencias, lugares de agregación, cuencas de trabajo, de
mejores derechos y de conflicto. A través de estos dispositivos "low
tech" de comunicación y circulación de las luchas se han organizado
buena parte de los encierros y ocupaciones de sin papeles, así como los
islotes regionales de huelga y movilización de los migrantes precarios,
cuyos hitos en el último periodo hemos de buscarlos en las huelgas
autoorganizadas del Poniente almeriense y de Huelva.

3. Hipótesis del laboratorio europeo de la desobediencia: breve relato
de la experiencia de Sevilla

El mes de junio ofrecía lo que podemos llamar una privilegiada primavera
de conjunciones. Después de la gran manifestación –contra la mayoría de
los pronósticos, incluidos los de los propios organizadores– el
escenario de Sevilla permitía esperar un seguimiento similar, máxime
cuando –en correspondencia innegable con la modificación de la política
de la CGIL en Italia– los sindicatos mayoritarios habían convocado con
buen tino una huelga general contra la enésima reforma laboral para el
día anterior al comienzo de la cumbre europea, a la par que 400
inmigrantes sin papeles procedentes de Huelva iniciaban días antes de la
cumbre una ocupación de la Universidad de Sevilla, exigiendo su
regularización y consiguiendo ocupar la actualidad mediática, operación
nada fácil habida cuenta de la intensificación de la retórica y de los
procedimientos de excepción que en los últimos meses venía poniendo en
práctica el gobierno Aznar, configurándose así progresiva y netamente
como uno de los pilares del eje nacional-populista
Blair-Aznar-Berlusconi en Europa occidental y dentro de la UE.

En este contexto de conjunciones molares, a nadie podía escapársele el
desajuste entre lo apremiante de los desafíos del movimiento global en
el periodo de la guerra global permanente y la endeblez y la escasa
finesse con la que se afrontaba la contracumbre, prevista en los mismos
términos dramatúrgicos que mostrara la de Barcelona: «cumbre
alternativa», pequeñas acciones sectoriales de protesta y gran
manifestación. Las virtualidades de la conjunción se perdían. Ninguna
indicación o prescripción política parecía aludir siquiera a la
necesidad de desbaratar la criminalización, el estado de excepción
generalizado, la normalidad de la neutralización del conflicto que se
había vivido en Barcelona y que en Sevilla se agudizaba más aún si cabe.
Un planteamiento unanimista por parte del Foro Social de Sevilla se
limitaba a «presentar queja» de estos desmanes, mientras que la ocasión
de creación de conflicto en situación que permitía la presencia de
distintas componentes del movimiento europeo no merecía grandes
atenciones, al menos no tantas como el bricolage de alianzas,
comunicados, pactos, nuevas plataformas para nuevas fechas, campañas de
movilización para los próximos meses... Entre tanto, parecía asumido que
lo mejor era pasar la contracumbre con cierta dignidad y sin grandes
problemas represivos.

La hipótesis del laboratorio europeo de la desobediencia ha supuesto esa
conjunción molecular que ha permitido prácticar experimentalmente el
conflicto en situación en la metrópoli sitiada de Sevilla. A propuesta
de los compañeros desobedientes de Málaga, muy ligados a una práctica
territorial en los centros sociales, en las iniciativas contra el paro y
la exclusión y en el trabajo con los migrantes, propuso la constitución
durante la cumbre de Sevilla de un «laboratorio de la desobediencia».
Una buena conjetura que permitió el encuentro, a pesar de la tortura
añadida del calor asfixiante sevillano y de sus efectos sobre el cerebro
colectivo, de un conjunto de minorías activas de Madrid, Barcelona,
Málaga, Salamanca, que quisieron abrir el intercambio y la elaboración
junto con los compañeros desobedientes italianos que vinieron a Sevilla.
Practicar el conflicto y la desobediencia en situación y sentar el
andamiaje de una dimensión europea de las nuevas luchas del trabajo
atípico y precario, de la experimentación de las prácticas de
desobediencia, de enunciación y de comunicación que permitan desbaratar
el estado de guerra global permanente en Europa, construir un eje
europeo de lucha contra las leyes de extranjería y los centros de
internamiento para inmigrantes: fueron éstas las principales cuestiones
en juego. No fue demasiado el tiempo para discutirlas, pues lo más
importante era la experimentación de la practicabilidad del conflicto en
situación de excepción. La ocupación de la Iglesia del Salvador de
Sevilla en apoyo a los sin papeles encerrados en la Universidad por más
de 200 desobedientes de distintas partes de Europa y Africa sirvió de
demostración ejemplar de la capacidad de aglomeración existencial y de
reapropiación del tiempo político que una acción inteligente puede tener
en una metrópoli sobresaturada de control. Una pequeña multitud acudió
en apoyo de los desobedientes encerrados; la salida de la iglesia fue un
momento enormemente intenso, un pequeño evento común; una gestión fina
del conflicto abierto por la ocupación y del consenso que logró producir
son el principal espaldarazo que nos hace considerar esperanzados, más
que cualquier elucubración teórica, la construcción, antes y después del
FSE, de distintos y polifónicos laboratorios de la desobediencia en toda
Europa.

4. El desafío de la desobediencia en el FSE

Cuando estuvimos discutiendo sobre la cita de Florencia en el último
encuentro del “Laboratorio europeo de desobediencia”, los compañeros
italianos hablaban de “surfear la ola del FSE”, atravesarla.  No se nos
ocurre ninguna metáfora que nos permita imaginar con más precisión la
orientación posible de la “perspectiva desobediente” en el FSE. Es
decir, la desobediencia se construye siempre desmontando las lógicas
binarias (“violencia, no violencia”, “local, global”, “reformismo,
revolución” etc.) y partiendo de la necesidad de aliar conflicto y
consenso. Si en noviembre se crean espacios “autónomos” que tengan “un
pie dentro y otro fuera” del FSE, se corre el peligro de reproducir las
lógicas binarias (y de arrastrar uno consigo a todos los grupos que
tienen estructurada así la percepción política). ¿Qué quiere decir tener
“un pie dentro y otro fuera”? ¿dividir la actividad práctico-poiética
del hacer político entre momentos de diplomacia y/o negociación con los
“enemigos” y alianzas “inter-pares”? Esa fórmula, propuesta desde
diferentes sectores al hilo de debates surgidos en el espacio AGP
(Acción Global de los Pueblos), no parece muy convincente ni capaz de
resolver sobre el terreno las cuestiones formateadas por la lógica
identitaria y molar (“dentro, fuera”, “amigo, enemigo”, etc.) etc. Sin
embargo, “atravesar Florencia”, como ya hicieran los Tute Bianche en la
construcción del GSF, radicalizando la pusilanimidad (de propuestas, de
conceptualización)  de unos y dando un contenido efectivo al extremismo
vacío de otros (con la desobediencia civil, por ejemplo), parece
posiblemente mucho más fructífero. No se trata de “negociar” acuerdos o
“pactar consensos de mínimos” entre distintas modalidades de
representación de las subjetividades en conflicto, sino de devenir
directamente con quien quiera hacerlo, sorteando todos los obstáculos
necesarios para ello. Se “negocia” precisamente con los “enemigos”,
cuando el arte de medir la geometría de la hostilidad lo indica
oportuno, se “negocia” para “comprar” el derecho a no mantener una
relación inscrita en el tiempo con el otro. Pero se “deviene” con los
“amigos”, con los que se quiere tener una historia en común, un
intercambio simbólico en el que dar, recibir y devolver. En Florencia,
se trata de “negociar” lo imprescindible para devenir y experimentar
todo lo posible.  Sólo retomando la experimentación sobre todos los
ámbitos del hacer político se podrá revitalizar el movimiento global
después del primer ciclo de luchas (Chiapas/Seattle-Génova) y afrontar
con un mínimo de garantías “el segundo asalto de las multitudes al
Imperio”.

Experimentar, bien, pero ¿sobre qué bases? En nuestro caso, el de los
colectivos del estado español que nos hemos vinculado en la construcción
de un espacio de desobediencia, partimos de una “doble articulación” en
“puntos de ataque” (la frontera, la propiedad intelectual, la
reordenación del territorio y la tensión entre trabajo y renta) y
“formas de “ataque” (la desobediencia, la guerrilla comunicativa, la
encuesta metropolitana y la noción de espacio público no estatal). Son
“puntos de ataque” agujereados ya cotidianamente por numerosas
resistencias y líneas de fuga, donde se condensan de modo
particularmente interesante las posibilidades de conflicto político. Y
son las “formas de ataque” por excelencia que ha empleado el sector más
lúcido y creativo del movimiento global. Como es obvio, construir un
horizonte europeo de luchas es la única posibilidad de desarrollar con
un mínimo de realismo cualquier trabajo político de cierta envergadura
sobre cualquiera de los “puntos de ataque” citados. La intención de los
colectivos del estado español que viajen a Florencia bajo el “logo
desobediente” será, con toda seguridad, tejer las alianzas que lo
permitan y volver con un cuerpo transformado, como se volvió de Génova.
La construcción de ese horizonte de luchas pasa sin ninguna duda por la
creación de una imagen de Europa por la que valga la pena luchar. Europa
no es, ya desde hace mucho tiempo, una unidad étnica o geográfica, pero
tampoco es, por el momento, una palabra que connote la libertad de las
comunidades en cuanto a su quehacer cotidiano en todas las dimensiones
de la vida. Se impone, por tanto, un audaz esfuerzo mitopoiético que,
sobre la base de un rastreo del contenido político, social y cultural de
todas las tradiciones revolucionarias que constituyen la historia
subterránea de Europa, pueda construir y comunicar a gran escala una
narrativa de emancipación que eleve la confianza de las multitudes en
sus propias posibilidades de lucha sobre un escenario directamente
europeo y ya no simplemente nacional.


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