[unomada-info] Michael Hardt y Toni Negri en Madrid
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Sab Ene 15 22:18:21 CET 2005
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Los próximos 10 y 11 de febrero contaremos con la presencia en Madrid de
Michael Hardt y Antonio Negri. Éstas son las citas por el momento.
El jueves 10 de febrero presentarán en Madrid, en el Círculo de Bellas
Artes, el libro Multitud, publicado en castellano por la editorial Debate.
El viernes 11 de febrero tendrá lugar una sesión dedicada a la cuestión
de Europa, con la presencia de Montserrat Galcerán, Michael Hardt y Toni
Negri. Será a las 18:00 h. en la Escuela de Relaciones Laborales, c/ San
Bernardo, 48. Madrid. Este acto servirá además para desgranar los
contenidos del volumen Europa y el Imperio, que acaba de publicar la
editorial Akal en la colección "Cuestiones de antagonismo". Una sesión
organizada por la Universidad Nómada.
En breve todos los detalles sobre estas convocatorias.
De esta última obra, Europa y el Imperio, adjuntamos el prefacio.
Prefacio
1. Descripción del texto
Estos escritos sobre Europa, esto es, sobre diversos aspectos del
proceso de la unidad europea, han sido redactados a partir de la segunda
mitad de la década de 1990. Son escritos de carácter bastante distinto,
a veces análisis o intervenciones ocasionales, en otros casos
reflexiones ligadas a determinados acontecimientos (la invasión de los
albaneses sobre las costas de La Puglia, la guerra de Kosovo, la segunda
guerra iraquí, las diversas etapas del debate sobre la construcción de
la unidad europea, las discusiones políticas que, entre Francia e
Italia, tuve oportunidad de seguir a partir del fatídico 1989
soviético). Los que aquí se recogen no son todos los escritos que
redacté en la década de 1990 sobre el tema de Europa. Hay otros que no
he podido encontrar y que formaban parte de la literatura de movimiento,
algunas veces conservados en forma de grabación, pero de la que no
existe texto escrito. Se podrá advertir que esta reflexión, en sus
diversos momentos, presenta desequilibrios e incertidumbres, idas y
venidas: para quienes han luchado en el movimiento comunista, no fue
fácil volver a Europa. Pudimos volver de lleno a ésta a través del
movimiento global, sólo después de Seattle. Pero cuando volvimos, como
se podrá comprobar leyendo estos textos, fuimos capaces de hacerlo con
un cierto entusiasmo. Me hubiera gustado añadir a los textos aquí
recogidos el prefacio del libro Lenta Ginestra[1]
<cid:part1.05030203.08060602 en sindominio.net>, cuyo título es «Leopardi
europeo». El editor considero que suponía añadir una carga inútil al
texto. A mí me parecía, por el contrario, que podía constituir una
metáfora interesante: se trataba de la tenaz esperanza de una nueva
sociedad civil, propuesta fuera del recuerdo de la derrota de la
Revolución francesa, el dispositivo de un nuevo sujeto político dentro
de la construcción de un nuevo espacio de liberación... Y tal vez una
referencia a Leopardi podría haber resultado útil a su vez para
indicarnos la manera de responder a todos los «euroescépticos»: se trata
sobre todo de los viejos mentores del socialismo «que tiene una patria»
(nosotros, por el contrario, estamos de parte de los comunistas que «no
tienen patria»). Con respecto a los burgueses de su tiempo, Leopardi
albergaba nuestro mismo desprecio y la tomaba con los grunf-grunf
italo-escépticos de aquella época. El hecho es que todavía no logro
entender –tal vez porque he atravesado todas las fases de construcción
del discurso europeo– cómo es posible negarse a ser al mismo tiempo
comunistas y federalistas europeos. Europa es una ocasión interesante
para volver a poner en juego, en el interior de la globalización,
aquellas subjetividades fuertes que ya se han alzado dentro de una
historia de liberación, y para proponer una innovación tanto del espacio
político como de los dispositivos democráticos.
2. Motivos biográficos de europeismo
He sido siempre europeísta y un federalista convencido. Reproduzco aquí,
en el apéndice, un artículo de 1955 (tenía 20 años); se trata de un
comentario de la propuesta europeísta de Emmanuel Mounier: un artículo
bastante ingenuo, pero convencido de que la Europa unida era necesaria y
de que no habría podido llegar a la unidad de no haber sido socialista.
Un año después, en 1956, coincidiendo con la insurrección húngara y con
el informe Kruschev sobre las atrocidades del estalinismo, entré en el
movimiento obrero, persiguiendo un sueño de justicia y con la convicción
de que el capitalismo debía ser destruido. Aún no era marxista; era, por
así decirlo, un comunista ingenuo y espontáneo... y ya europeísta. He
seguido siendo europeísta a través de todo el recorrido posterior por el
marxismo. ¿Por qué? ¿Fue acaso para mí, aquel ser europeísta, una
ilusión de provinciano? No, el europeismo señalaba y construía un
espacio de libertad, precisamente fuera y contra la provincia italiana
(y también de la del socialismo y/o el estalinismo). Europa representaba
un signo de eficiencia productiva, de madurez de los espíritus, de
modernización cultural... Cuando cumplí quince años comencé a recorrer
Europa haciendo autostop, de aquí para allá. A los veinte años Europa ya
se había convertido para mí en un verdadero terreno de ciudadanía
intelectual. Era un cuerpo común, una experiencia de libertad. El
aprendizaje universitario, la emancipación sexual, la aventura... Y
luego las experiencias musicales, deportivas, tan distintas de las que
permitía la provincia italiana... Y más tarde, cada vez más, la
complejidad cultural, las complicaciones del aprendizaje, el placer del
mestizaje linguístico y corpóreo... un conocimiento distinto. Atravesar
Europa, conocer cada uno de sus aspectos territoriales y culturales, sus
universidades, ya no era entonces, en la década de 1950,
internacionalismo: era algo distinto, una experiencia cultural y
política que se plegaba sobre sí misma y miraba desde dentro la
experiencia común de los europeos, tanto en las deshonrosas tragedias
locales como en el espíritu que desde el Humanismo determinara la
fortuna del continente. ¡Abajo la patria y muerte de la burguesía!
Siempre en Europa se realiza la paradójica transvaloración de los
valores que considera europeo a aquel que, más allá del color de la piel
o de la miseria del explotado, consigue estremecerse, transformar la
memoria de la supervivencia y de la explotación en arma de ataque y de
hegemonía. En la década de 1950, Europa se presentó a mis ojos como
dispositivo antifascista y anticapitalista. No se trataba de un pequeño
fascismo, ni de una pequeña explotación, sino de los profundos y
terribles del odio de lo universal y de la destrucción de lo humano...
Fue en Europa donde comprendí el valor de la Resistencia, de la
antifascista y de la clase, de la guerra civil contra el terror de la
burguesía. Me acuerdo de los primeros amigos europeos que me hablaron de
Auschwitz como símbolo de la Europa que fue. Pero también de aquellos
que me hablaron de Europa como territorio de la clase obrera en lucha.
Son contradicciones que un muchacho de veinte años construye en sí mismo
como tensión irrefrenable para vivir una vida. Las luchas de la clase
obrera han formado Europa. Ahora, reflexionando en mi madurez sobre la
que fuera mi percepción de Europa, la Comuna de 1871 enlaza directamente
con la revolución de 1917, con el «otoño caliente» italiano de 1969 y
con las luchas parisinas de 1995-1996... En esta sucesión, los derechos
de los trabajadores se han extendido y han construido el esqueleto, la
estructura, el cuerpo de los derechos de todos los ciudadanos. Europa se
ha tornado en construcción de libertad. Pero pasemos al hoy: aquí ya no
se trata de recuerdos, sino de experiencias directas, que la memoria no
contradice. En efecto, cuando se da la globalización, Europa se presenta
como formidable testigo de una libertad que ofrece a los demás
continentes apoyo y símbolos de resistencia y de alternativa. En la
globalización, Europa se torna en un espacio de resistencia. Por
supuesto, si es cierto cuanto hemos dicho hasta ahora, la resistencia no
es un concepto negativo: por el contrario, recupera todos los caracteres
de libertad y los dispositivos de construcción de derecho cuya
constitución a través de nuestros cuerpos hemos comprobado y sentido
hasta este momento.
3. A propósito de resistencia
Llegado un cierto punto, en la historia italiana y europea empezaron a
hablar de Europa los hombres de la «tercera vía», los Rosselli, los
Spinelli... «Tercera vía» quería decir la libertad más el socialismo...
Eran pasiones también de los mejores resistentes socialistas y
comunistas, Emilio Lussu y otros hablaban de ello... Por lo demás,
encontramos un patriotismo europeo como el de Giustizia e Libertà
ampliamente difundido en la conciencia intelectual y moral de los
europeos de la postguerra. Es un intento, a veces desesperado pero a la
larga ganador, de mantener unidos comunismo y libertad. Desde el
Vittorini del Politecnico a los Panzieri y los Fortini de los Quaderni
Rossi, y luego progresivamente en las sucesivas y repetidas crisis del
PCI, encontramos esta consigna que muchos tacharon de ilusión. El
socialismo y la libertad podían caminar juntos, en Europa. Los que
abandonaban el PCI, pero sin convertirse en traidores ni refugiarse en
el inmundo regazo de la derecha, siguieron considerando Europa como un
espacio deseante de libertad y justicia. No pretendo hacer una historia
sagrada, tan sólo trato de leer la perspectiva de una «tercera vía»
siempre derrotada... en Italia, en Europa. Aquellos que no han vivido
esta experiencia en el fondo del alma, puede decirse que han vendido su
alma al diablo. Ahora bien, ya no hay «tercera vía», porque una de las
dos posibilidades que la historia nos presentara ha dejado de existir.
Giustizia e libertà continuó resistiendo en solitario, sola contra el
capitalismo y sola contra la socialdemocracia, que no es sino una
alternativa mistificada de gestión del primero. Aquella resistencia
derrotada resurge, decimos, contra la Razón de Estado de derecha y de
izquierda. Europa es el sueño de una cosa esperada, de justicia y de
libertad. 1968 hizo verdad este sueño, lo hizo concreto. En los años
posteriores a 1968, las luchas de los obreros y de los estudiantes en
Europa hicieron global esta apertura de programa. Y, cuando la
larguísima guerra civil europea de la modernidad entre católicos y
protestantes primero, y luego entre liberales y comunistas, entre
occidentales y orientales, y otras tantas que podríamos citar, ha
terminado; cuando ya no son dos sino uno el que manda y la alternativa
significa reconstruir el dos y ya no sencillamente experimentar una
«tercera vía»: pues bien, nosotros, comunistas y europeístas, sentimos
representar la continuidad de la resistencia y la reconstrucción de un
nuevo proyecto de transformación finalmente más allá de la guerra civil
europea, por una Europa de las libertades. Por esta razón los
movimientos antiglobales, releyendo su propia historia a la luz de estos
acontecimientos, se proclaman hoy europeístas. Europeístas fuertes,
constituyentes, que asumen la responsabilidad de lo nuevo y de la
esperanza, y al mismo tiempo denuncian, combaten y destruyen todo
resurgimiento fascista de la Patria y del Estado.
4. Contra la Convención, por la Constituyente
Ha habido mucha prudencia en los movimientos, a lo largo de toda la
década de 1990 y al principio del nuevo siglo. Sin embargo, ahora la
suerte está echada: un manifiesto por la Europa unida, que no respalde
el proceso de neutralización del ansia de libertad de las multitudes,
dentro y contra el Imperio y, por lo tanto, por una Europa libre y
comunista –pues bien, ese manifiesto comienza a vivir en las
conciencias. Frente a éste, se ha presentado una Convención que castra,
desde el punto de vista de las elites de los gobiernos y de los
Estados-nación, el trabajo de los movimientos para construir un demos
revoltoso, un pueblo jacobino europeo. Escribiremos entonces, en las
luchas, un Manifiesto contra la Convención: éste es el producto
necesario del optimismo de una razón que sabe que el movimiento es
potente, así como de una medida exacta de la ferocidad destructiva del
adversario (pesimismo de la voluntad). Así, pues, Constituyente contra
Convención. Una constituyente que recoja la Europa de las multitudes,
una constituyente federalista, contra todos los fetiches fascistas e
identitarios. No una Europa de las Patrias, porque Verdún y el Piave
masacraron semejante ilusión; no una Europa de los Pueblos (Habermas y
Derrida deberían aprender a reconocer en los movimientos, antiglobales y
por la paz, ya no matrices populares sino rizomas multitudinarios): en
definitiva, lo que queremos, lo que podemos, es una Europa de la
democracia absoluta. La Constituyente se forma en torno a una voluntad
federalista que no conecta impotentes y represivos Estados-nación, sino
que descubre la convergencia singular de las multitudes europeas,
poniendo de manifiesto sus deseos, exaltando sus tensiones,
satisfaciendo sus exigencias, organizando su potencia. ¿Qué constitución
europea queremos? Una Constitución contra la guerra, contra el trabajo
asalariado y el beneficio, contra la representación liberal y la
delegación –una Constitución por la paz, por la renta de ciudadanía y la
distribución igual de la riqueza, por la expresión multilateral y
multiniveles de las multitudes... Sin embargo, el problema no consiste
tan sólo en obligar a las elites a doblar la cerviz y a que hojeen
nuestros Cahiers de doléances –no, el problema consiste en hacer que
surja la potencia constituyente de las multitudes. Aquí, en Europa, la
Constituyente es ya imperial, es capaz de definir un modo de vida y una
organización del trabajo para la sociedad europea, considerando la
globalización como una perspectiva que ya vivimos en nuestra conciencia.
La Constitución de Europa es capaz de hablar al globo.
Julio de 2003
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[1] <cid:part2.00010904.09000506 en sindominio.net> Antonio Negri, Lenta
Ginestra. Saggio sull’ontologia di Giacomo Leopardi, Milán, SugarCo,
1986; nueva edición, 2002.
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