[unomada-info] Dinero, perlas y flores en la reproduccion feminista - Mariarosa Dalla Costa

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Vie Nov 13 00:57:32 CET 2009


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Dinero, perlas y flores en la reproduccion feminista
Mariarosa Dalla Costa

Ed. Akal, Cuestiones de antagonismo, 2009

Traducci�n: Marta Malo de Molina Bodel�n

Edici�n: Marta Malo de Molina Bodel�n, Carlos Prieto del Campo y Francisco Sanz Esteban &
Universidad N�mada


�ndice general:


Pr�logo de Montserrat Galcer�n Huguet

I. MUJERES, TIEMPO y DINERO

1. Poder femenino y subversi�n social
1a. Prefacio
1b. Mujeres y subversi�n social
Intervenci�n. Una huelga general
2. Reproducci�n y emigraci�n
3. A prop�sito de las pol�ticas de bienestar...
4. Trayectorias femeninas y pol�ticas de reproducci�n de la fuerza de trabajo en la d�cada de 1970
5. Pol�ticas laborales y niveles de renta. �Y las mujeres?
6. Familia, pol�ticas de bienestar y Estado entre Progresismo y New Deal Intervenci�n. No �qu�
elegir�, sino �c�mo luchar�
7. Womens� studies y saber de las mujeres
8. �De qui�n es el cuerpo de esta mujer?
9. Autonom�a de la mujer y retribuci�n del trabajo de cuidados en los nuevos trances

II. MUJERES, TIERRA y MAR

1. El arcano de la reproducci�n hoy
2. Capitalismo y reproducci�n
3. Desarrollo y reproducci�n
4. El ind�gena que hay en nosotros, la tierra a la que pertenecemos Intervenci�n. La guerra contra
la subsistencia
Intervenci�n. El ataque a la tierra
5. Rurales y �ticos
6. Soberan�a alimentaria, campesinos y mujeres
7. Pescadores y mujeres por la soberan�a alimentaria
Cap�tulo 1. Poder femenino y subversi�n social

Prefacio [1]

El Movimiento Feminista ha empezado a establecerse en Italia desde hace poco m�s de un a�o. Surge
de grupos denominados �espont�neos� de mujeres que han pasado en general por la experiencia del
movimiento estudiantil, adem�s de por la experiencia extraparlamentaria y de partido, o que est�n
libres de cualquier �militancia pol�tica�.

Lo que une a todas estas mujeres del mismo modo es que ninguna ha encontrado en ninguno de estos
lugares, de las asambleas estudiantiles a las reuniones de grupo extraparlamentario o de partido
pasando por las cuatro paredes de la cocina, una posici�n en la que su lucha o su vida fuesen otra
cosa que �lateralidad�.

Situaci�n �sta con la que tambi�n las obreras, a pesar de estar inscritas, precisamente en tanto
que �obreras�, en la definici�n del explotado hist�rico por excelencia, la �clase obrera�, se la
tuvieron que ver, con independencia del sujeto que aspirara a organizar la lucha de f�brica.

Hasta ahora, la bibliograf�a del Movimiento Feminista ha descrito y documentado, con honda
perspicacia y mordaz precisi�n, la degradaci�n de la mujer y la formaci�n de una personalidad
inclinada a tornar pac�ficamente aceptable esta degradaci�n. Quienes se han preocupado por que la
clase y no la casta fuese el elemento fundamental, han utilizado por lo general su �an�lisis de
clase� para socavar la autonom�a de las mujeres. �Las mujeres "marxistas" �dec�a una mujer del
movimiento de Nueva Orleans� son hombres bajo piel de mujer�.

Y eso parecen cuando hablan, por un lado, de �lucha femenina� y, por otro, de algo mayor, de algo
llamado �lucha pol�tica�. Esta �lucha pol�tica� nosotras la interpretamos como lucha de clases. El
dilema es:

    * a. �son las mujeres �de manera abierta, las amas de casa, de forma t�cita, las obreras (tal
y como han presupuesto las distintas izquierdas)� siervas del capital y, por lo tanto,
ancilares con respecto a una lucha m�s fundamental y m�s pol�tica contra el capital?
    * b. �puede algo ser �pol�tico� si excluye a las mujeres?

La confrontaci�n de la experiencia femenina con lo que ha pasado por marxismo nos ha llevado a
bosquejar un an�lisis de la mujer que responde no tanto al problema de c�mo se ha degradado a las
mujeres sino al de por qu�.

La bibliograf�a del Movimiento Feminista, despu�s de haber detallado c�mo se condiciona a las
mujeres para su esclavizaci�n, ha descrito la familia como �mbito de la sociedad en el que se
obliga a los j�venes a aceptar la disciplina de las relaciones capitalistas que, en los t�rminos
marxistas, empieza con la disciplina del trabajo. Algunas mujeres han identificado la familia como
centro de consumo y otras incluso han identificado a las amas de casa como reserva oculta de
fuerza de trabajo.

Sin embargo, las mujeres �desempleadas� trabajan tras las puertas cerradas del hogar, antes de que
se las vuelva a invitar a salir cuando el capital as� lo requiere.

Nosotras aceptamos todo esto, pero lo situamos sobre otra base: la familia, en el capitalismo, es
un centro de consumo y de reserva de fuerza de trabajo, pero es, ante todo, un centro de
producci�n. Cuando los antedichos �marxistas� dec�an que la familia capitalista no produc�a para
el capitalismo, no formaba parte de la producci�n social, negaban con ello el poder social
potencial de las mujeres. O, mejor dicho, al presuponer que las mujeres, en el hogar, no pod�an
tener poder social, no pod�an concebir que las mujeres, en el hogar, produjesen. Si tu producci�n
es vital para el capitalismo, negarse a producir, negarse a trabajar, constituye una palanca
fundamental de poder social.

La mercanc�a que las mujeres producen, a diferencia de las dem�s mercanc�as producidas bajo el
capitalismo, es el ser humano: el obrero.

Se trata de una extra�a mercanc�a, porque no es una cosa. La capacidad de trabajar reside
�nicamente en el ser humano, cuya vida el proceso productivo consume. En primer lugar, necesita
nueve meses en el vientre materno, hay que alimentarlo, vestirlo, criarlo; luego, cuando trabaja,
hay que hacerle la cama, barrerle el suelo y prepararle el almuerzo y la cena tiene que estar
lista cuando vuelve a casa, aunque sean las ocho de la ma�ana y vuelva del turno de noche. As� se
produce y reproduce la fuerza de trabajo que se consume diariamente en las f�bricas y en las
oficinas. Describir esta producci�n y reproducci�n es describir el trabajo de la mujer.

El contexto social, por lo tanto, no es un territorio libre supeditado de la f�brica, sino que es,
de por s�, integral respecto del modo de producci�n capitalista y cada vez est� m�s sometido a la
disciplina de f�brica, por lo que lo definimos como �f�brica social�.

La reclusi�n de la mujer en el hogar hist�ricamente estuvo y en la actualidad sigue estando m�s
extendida en Italia que en el resto de los pa�ses industrializados. Adem�s, esta situaci�n se ha
deteriorado a pesar de las medidas legislativas, escasas, dirigidas a �proteger� a las mujeres. El
salario, en Italia, ha logrado as� regir una tasa excepcionalmente alta de �trabajo del hogar�. El
capital, en Italia, en mayor medida que en los dem�s pa�ses industrializados, ha �liberado� al
hombre de los servicios dom�sticos para aumentar al m�ximo su disponibilidad a la explotaci�n
fabril.

En la �v�a italiana al socialismo� tras la Segunda Guerra Mundial parec�a que el poder de la mujer
deb�a derivarse de una alta tasa de ocupaci�n femenina futura, que, a su vez, deb�a ir acompa�ada
de un ejercicio cada vez m�s amplio de las libertades democr�ticas y de la progresiva conquista de
la igualdad de hecho por parte de la ciudadana. Pero, entretanto, la masa de �ciudadanas� deb�a
elegir entre la alternativa del trabajo sin horario en el campo y la migraci�n a la ciudad sin la
certeza de encontrar un puesto de trabajo.

Result� luego que el puesto menos inseguro estaba destinado al hombre, mientras que a la mujer le
tocaban los sectores m�s afectados por las coyunturas dif�ciles, esto es, los sectores atrasados.

Cuando han entrado en las f�bricas, las mujeres han sido las �ltimas en ser contratadas y las
primeras en ser despedidas.

La recesi�n de 1963-1964 y la que hay experimentamos nos han ofrecido �tiles lecciones a este
respecto, pero la patronal las ha entendido mejor que toda la izquierda: hasta tal punto que los
planificadores de nuestro pa�s creen que pueden mantener tranquilamente sin variaciones la baja
relaci�n entre empleo femenino y empleo global en los pr�ximos a�os.

Si las mujeres hubiesen esperado a obtener un puesto de trabajo para empezar a luchar, no se
habr�a puesto fin al trabajo sin horario en la agricultura, ni hubiese habido luchas contra el
aumento de los precios, ni ocupaciones de casas.

Y, por otra parte, el escaso poder de las mujeres frente al actual aumento de precios no hace sino
revelar la vulnerabilidad general de la clase ante la inflaci�n. S�lo as� se explica por qu� la
clase obrera en Italia se halla inerme en el campo social ante la violencia de la recesi�n.

En Inglaterra y en Estados Unidos �al igual que, sin duda, en otros pa�ses de Occidente� el
movimiento de liberaci�n feminista ha tenido que rechazar la reluctancia de la izquierda a
considerar cualquier otro �mbito de lucha que no fuese la f�brica de la metr�poli.

En Italia, el movimiento de liberaci�n, mientras forja su propia modalidad aut�noma de existencia
contra la izquierda y contra el movimiento estudiantil, se bate en un terreno que, aparentemente,
�stos plantean: c�mo organizar la lucha en el campo social. La propuesta de la izquierda para la
lucha en el campo social ha sido simplemente la extensi�n mec�nica y la proyecci�n de la lucha de
f�brica: el obrero var�n sigue siendo la figura central. El movimiento de liberaci�n feminista
considera que el campo social es ante todo el hogar y considera, por lo tanto, que la mujer es la
figura central de la subversi�n social. De este modo, la mujer se presenta como contradicci�n de
su marco pol�tico y reabre toda la cuesti�n de la perspectiva de la lucha pol�tica y de la
organizaci�n revolucionaria.

Esta vez, quien �volvi� un poco en s�� es toda la poblaci�n femenina, no tanto �aturdida por el
estruendo de la producci�n� [2], sino a pesar del estruendo de la ideolog�a de izquierdas en torno
a la �producci�n�.

Enero de 1972
Notas

[1] Mariarosa Dalla Costa, �Prefazione�, en Potere femminile e sovversione sociale. Con �Il posto
della donna� di Selma James, Venecia, Marsilio Editori, 1977 (4� ed. revisada y corregida; ed.
or.: 1972), pp. 7-11.

[2] Karl Marx, El Capital, Libro I, Tomo I, Madrid, Akal, 2000, p. 369 [cursiva nuestra]



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