[unomada-info] Dinero, perlas y flores en la reproduccion feminista - Mariarosa Dalla Costa

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Dinero, perlas y flores en la reproduccion feminista
Mariarosa Dalla Costa

Ed. Akal, Cuestiones de antagonismo, 2009

Traducción: Marta Malo de Molina Bodelón

Edición: Marta Malo de Molina Bodelón, Carlos Prieto del Campo y Francisco Sanz Esteban &
Universidad Nómada


Índice general:


Prólogo de Montserrat Galcerán Huguet

I. MUJERES, TIEMPO y DINERO

1. Poder femenino y subversión social
1a. Prefacio
1b. Mujeres y subversión social
Intervención. Una huelga general
2. Reproducción y emigración
3. A propósito de las políticas de bienestar...
4. Trayectorias femeninas y políticas de reproducción de la fuerza de trabajo en la década de 1970
5. Políticas laborales y niveles de renta. ¿Y las mujeres?
6. Familia, políticas de bienestar y Estado entre Progresismo y New Deal Intervención. No «qué
elegir», sino «cómo luchar»
7. Womens’ studies y saber de las mujeres
8. ¿De quién es el cuerpo de esta mujer?
9. Autonomía de la mujer y retribución del trabajo de cuidados en los nuevos trances

II. MUJERES, TIERRA y MAR

1. El arcano de la reproducción hoy
2. Capitalismo y reproducción
3. Desarrollo y reproducción
4. El indígena que hay en nosotros, la tierra a la que pertenecemos Intervención. La guerra contra
la subsistencia
Intervención. El ataque a la tierra
5. Rurales y éticos
6. Soberanía alimentaria, campesinos y mujeres
7. Pescadores y mujeres por la soberanía alimentaria
Capítulo 1. Poder femenino y subversión social

Prefacio [1]

El Movimiento Feminista ha empezado a establecerse en Italia desde hace poco más de un año. Surge
de grupos denominados «espontáneos» de mujeres que han pasado en general por la experiencia del
movimiento estudiantil, además de por la experiencia extraparlamentaria y de partido, o que están
libres de cualquier «militancia política».

Lo que une a todas estas mujeres del mismo modo es que ninguna ha encontrado en ninguno de estos
lugares, de las asambleas estudiantiles a las reuniones de grupo extraparlamentario o de partido
pasando por las cuatro paredes de la cocina, una posición en la que su lucha o su vida fuesen otra
cosa que «lateralidad».

Situación ésta con la que también las obreras, a pesar de estar inscritas, precisamente en tanto
que «obreras», en la definición del explotado histórico por excelencia, la «clase obrera», se la
tuvieron que ver, con independencia del sujeto que aspirara a organizar la lucha de fábrica.

Hasta ahora, la bibliografía del Movimiento Feminista ha descrito y documentado, con honda
perspicacia y mordaz precisión, la degradación de la mujer y la formación de una personalidad
inclinada a tornar pacíficamente aceptable esta degradación. Quienes se han preocupado por que la
clase y no la casta fuese el elemento fundamental, han utilizado por lo general su «análisis de
clase» para socavar la autonomía de las mujeres. «Las mujeres "marxistas" –decía una mujer del
movimiento de Nueva Orleans– son hombres bajo piel de mujer».

Y eso parecen cuando hablan, por un lado, de «lucha femenina» y, por otro, de algo mayor, de algo
llamado «lucha política». Esta «lucha política» nosotras la interpretamos como lucha de clases. El
dilema es:

    * a. ¿son las mujeres –de manera abierta, las amas de casa, de forma tácita, las obreras (tal
y como han presupuesto las distintas izquierdas)– siervas del capital y, por lo tanto,
ancilares con respecto a una lucha más fundamental y más política contra el capital?
    * b. ¿puede algo ser «político» si excluye a las mujeres?

La confrontación de la experiencia femenina con lo que ha pasado por marxismo nos ha llevado a
bosquejar un análisis de la mujer que responde no tanto al problema de cómo se ha degradado a las
mujeres sino al de por qué.

La bibliografía del Movimiento Feminista, después de haber detallado cómo se condiciona a las
mujeres para su esclavización, ha descrito la familia como ámbito de la sociedad en el que se
obliga a los jóvenes a aceptar la disciplina de las relaciones capitalistas que, en los términos
marxistas, empieza con la disciplina del trabajo. Algunas mujeres han identificado la familia como
centro de consumo y otras incluso han identificado a las amas de casa como reserva oculta de
fuerza de trabajo.

Sin embargo, las mujeres «desempleadas» trabajan tras las puertas cerradas del hogar, antes de que
se las vuelva a invitar a salir cuando el capital así lo requiere.

Nosotras aceptamos todo esto, pero lo situamos sobre otra base: la familia, en el capitalismo, es
un centro de consumo y de reserva de fuerza de trabajo, pero es, ante todo, un centro de
producción. Cuando los antedichos «marxistas» decían que la familia capitalista no producía para
el capitalismo, no formaba parte de la producción social, negaban con ello el poder social
potencial de las mujeres. O, mejor dicho, al presuponer que las mujeres, en el hogar, no podían
tener poder social, no podían concebir que las mujeres, en el hogar, produjesen. Si tu producción
es vital para el capitalismo, negarse a producir, negarse a trabajar, constituye una palanca
fundamental de poder social.

La mercancía que las mujeres producen, a diferencia de las demás mercancías producidas bajo el
capitalismo, es el ser humano: el obrero.

Se trata de una extraña mercancía, porque no es una cosa. La capacidad de trabajar reside
únicamente en el ser humano, cuya vida el proceso productivo consume. En primer lugar, necesita
nueve meses en el vientre materno, hay que alimentarlo, vestirlo, criarlo; luego, cuando trabaja,
hay que hacerle la cama, barrerle el suelo y prepararle el almuerzo y la cena tiene que estar
lista cuando vuelve a casa, aunque sean las ocho de la mañana y vuelva del turno de noche. Así se
produce y reproduce la fuerza de trabajo que se consume diariamente en las fábricas y en las
oficinas. Describir esta producción y reproducción es describir el trabajo de la mujer.

El contexto social, por lo tanto, no es un territorio libre supeditado de la fábrica, sino que es,
de por sí, integral respecto del modo de producción capitalista y cada vez está más sometido a la
disciplina de fábrica, por lo que lo definimos como «fábrica social».

La reclusión de la mujer en el hogar históricamente estuvo y en la actualidad sigue estando más
extendida en Italia que en el resto de los países industrializados. Además, esta situación se ha
deteriorado a pesar de las medidas legislativas, escasas, dirigidas a «proteger» a las mujeres. El
salario, en Italia, ha logrado así regir una tasa excepcionalmente alta de «trabajo del hogar». El
capital, en Italia, en mayor medida que en los demás países industrializados, ha «liberado» al
hombre de los servicios domésticos para aumentar al máximo su disponibilidad a la explotación
fabril.

En la «vía italiana al socialismo» tras la Segunda Guerra Mundial parecía que el poder de la mujer
debía derivarse de una alta tasa de ocupación femenina futura, que, a su vez, debía ir acompañada
de un ejercicio cada vez más amplio de las libertades democráticas y de la progresiva conquista de
la igualdad de hecho por parte de la ciudadana. Pero, entretanto, la masa de «ciudadanas» debía
elegir entre la alternativa del trabajo sin horario en el campo y la migración a la ciudad sin la
certeza de encontrar un puesto de trabajo.

Resultó luego que el puesto menos inseguro estaba destinado al hombre, mientras que a la mujer le
tocaban los sectores más afectados por las coyunturas difíciles, esto es, los sectores atrasados.

Cuando han entrado en las fábricas, las mujeres han sido las últimas en ser contratadas y las
primeras en ser despedidas.

La recesión de 1963-1964 y la que hay experimentamos nos han ofrecido útiles lecciones a este
respecto, pero la patronal las ha entendido mejor que toda la izquierda: hasta tal punto que los
planificadores de nuestro país creen que pueden mantener tranquilamente sin variaciones la baja
relación entre empleo femenino y empleo global en los próximos años.

Si las mujeres hubiesen esperado a obtener un puesto de trabajo para empezar a luchar, no se
habría puesto fin al trabajo sin horario en la agricultura, ni hubiese habido luchas contra el
aumento de los precios, ni ocupaciones de casas.

Y, por otra parte, el escaso poder de las mujeres frente al actual aumento de precios no hace sino
revelar la vulnerabilidad general de la clase ante la inflación. Sólo así se explica por qué la
clase obrera en Italia se halla inerme en el campo social ante la violencia de la recesión.

En Inglaterra y en Estados Unidos –al igual que, sin duda, en otros países de Occidente– el
movimiento de liberación feminista ha tenido que rechazar la reluctancia de la izquierda a
considerar cualquier otro ámbito de lucha que no fuese la fábrica de la metrópoli.

En Italia, el movimiento de liberación, mientras forja su propia modalidad autónoma de existencia
contra la izquierda y contra el movimiento estudiantil, se bate en un terreno que, aparentemente,
éstos plantean: cómo organizar la lucha en el campo social. La propuesta de la izquierda para la
lucha en el campo social ha sido simplemente la extensión mecánica y la proyección de la lucha de
fábrica: el obrero varón sigue siendo la figura central. El movimiento de liberación feminista
considera que el campo social es ante todo el hogar y considera, por lo tanto, que la mujer es la
figura central de la subversión social. De este modo, la mujer se presenta como contradicción de
su marco político y reabre toda la cuestión de la perspectiva de la lucha política y de la
organización revolucionaria.

Esta vez, quien «volvió un poco en sí» es toda la población femenina, no tanto «aturdida por el
estruendo de la producción» [2], sino a pesar del estruendo de la ideología de izquierdas en torno
a la «producción».

Enero de 1972
Notas

[1] Mariarosa Dalla Costa, «Prefazione», en Potere femminile e sovversione sociale. Con «Il posto
della donna» di Selma James, Venecia, Marsilio Editori, 1977 (4ª ed. revisada y corregida; ed.
or.: 1972), pp. 7-11.

[2] Karl Marx, El Capital, Libro I, Tomo I, Madrid, Akal, 2000, p. 369 [cursiva nuestra]



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