[unomada-info] La izquierda ante el abismo de la democracia
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Vie Mayo 20 18:18:27 CEST 2011
LA IZQUIERDA ANTE EL ABISMO DE LA DEMOCRACIA
Entre el 11-M de 2004 y el 15-M de 2011
Marcelo Expósito, Tomás Herreros y Emmanuel Rodriguez (Universidad
Nómada)
Madrid, jueves 19 de mayo de 2011 http://universidadnomada.net
El 11 de marzo de 2004, diez explosiones simultáneas reventaron cuatro
trenes en Madrid, segando la vida de casi 200 personas, hiriendo cerca
de 2000 y sembrando el espanto. En las horas siguientes, el gobierno del
Partido Popular, presidido por José María Aznar, organizó una ceremonia
de la confusión con la finalidad de capitalizar políticamente el dolor.
Simultáneamente, los teléfonos móviles empezaron a recibir mensajes de
texto: encontrémonos en la calle. Riadas de personas tomamos los
espacios públicos, en manifestaciones y concentraciones difusas,
espontáneas, exigiendo conocer la verdad. Era el sábado 13 de marzo,
jornada de reflexión electoral. Al día siguiente, los votos mayoritarios
dieron una inopinada victoria al candidato del PSOE, José Luis Rodríguez
Zapatero. Dicho con claridad: Zapatero llega al gobierno de España
aupado por un movimiento social. El nuevo presidente prometió en
público: «No os fallaré». Retengamos por un momento esta imagen.
Domingo, 15 de mayo de 2011. La manifestación convocada por redes
sociales en Internet desborda las expectativas: decenas de miles de
personas se reúnen en sesenta ciudades españolas bajo el lema común
«Democracia real, ¡ya!», que arrastra tras de sí toda una constelación
de enunciados: «No somos mercancía en manos de políticos y banqueros»,
«No nos representan». Las manifestaciones generan tal euforia que
centenares de personas ocupan las plazas centrales de sus respectivas
ciudades, comenzando por la toma más emblemática, la Puerta del Sol de
Madrid. A pocas horas de la celebración de elecciones municipales y
autonómicas en toda España, el llamado Movimiento del 15-M ha restituido
el sentido a la palabra «política» en mitad de una campaña electoral
deplorable. Dicho con claridad: todo hace prever que el presidente
Zapatero se marchará del gobierno de España envuelto por un movimiento
social, que comenzó siendo de indignación por su gestión de la crisis
económica y ahora es un clamor por la refundación democrática.
Proponemos un ejercicio de montaje sencillo: poner juntas esas dos
imágenes, las de sendos movimientos sociales apartidistas y en su origen
espontáneos, que marcan la entrada y la salida de un presidente en el
que se depositaron esperanzas progresistas. ¿Qué ha sucedido entre una y
otra imagen? ¿Qué sentido produce su contraste? ¿Cómo se ha producido el
tránsito entre aquel repunte de confianza en la participación electoral
para el cambio y la furiosa desafección actual?
La explicación se encuentra en el hecho de que el presidente Zapatero ha
dilapidado una oportunidad histórica: las condiciones en que fue elegido
abrían la posibilidad de un ejercicio renovado de la política que
tuviera en cuenta la potencia de una sociedad organizada. Se empeñó, por
contra, en un republicanismo cívico cuyo progresismo no alcanza a ver en
los ciudadanos algo más que singulares votantes y depositarios de
derechos otorgados desde arriba hacia abajo. Eso le impidió a comprender
la situación delicada de unas sociedades donde el sistema clásico de
representación política y de delegación de la soberanía popular mediante
el mecanismo del voto se encuentran en una crisis irreversible. De haber
alcanzado a entender que la actual tensión compleja entre poderes y
contrapoderes sociales fue la condición misma de su llegada al poder,
acaso hubiera enfrentado la crisis económica —que ha marcado la
inflexión final de su gobierno— de una manera sustancialmente diferente
a como lo ha hecho, negociando con los poderes económicos y
suprainstitucionales unas indeseadas políticas de ajuste —que nos
hipotecan el futuro—, a la espera de volver la mirada a sus electores en
el último minuto, jugándose la carta de la confianza y el miedo a la
derecha. Aquellos junto a los que Zapatero no ha sabido gobernar: los
contrapoderes sociales, la capacidad de agitación democrática que la
sociedad siempre contiene en latencia, han vuelto a tomar cuerpo para
decir: ¡ya basta!
Entre una y otra imagen (2004-2011), siete años en los que la calle ha
sido agitada por una derecha que ha deducido el colapso de la
representación democrática y lo aprovecha con absoluto descaro:
moviéndose como pez en el agua de la corrupción y la mentira, atizando a
la población en contra de las mismas instituciones políticas en las que
esa derecha medra para favorecer a los sectores con más poder y riqueza,
manipulando el fundado descontento social, promoviendo la guerra civil
entre las capas medias y las menos favorecidas. Por su parte, la
izquierda adopta conceptos como ajuste, reforma o austeridad con el fin
de volver a la «normalidad» económica. Pero hemos constatado que la
crisis es ante todo crisis de la política tal y como la conocemos.
En esta crisis, la izquierda partidista tiene una responsabilidad
inexcusable, por ser incapaz de concebir mecanismos efectivos de
distribución de la renta y de invención de nuevos derechos sociales. Los
gobiernos de centro-izquierda de Cataluña, Galicia o Baleares, y de
otras grandes ciudades, ni han reinventado las formas democráticas, ni
la relación del Estado con el cuerpo social, ni emprendido políticas
diferentes a las prescritas en los manuales de administración y gerencia
territorial.
Es en este marco donde se valida el Movimiento del 15-M: no es tiempo ya
de mendigar confianzas ni de plantear promesas. Solo una apuesta
ofensiva, que invente otra ética, otra política más allá de la nostalgia
y la resignación, podría hacer entrar a la izquierda en otro ciclo
histórico. Como no podía ser de otra manera, la refundación de la
política democrática necesita como sostén la estimulación de un nuevo
ciclo de luchas y conquistas sociales. Luchas y movilizaciones de los
pobres y de los nuevos ciudadanos. Las temáticas abiertas a la
movilización urbana no necesitan ser ficcionalizadas: están señaladas en
los enunciados y los problemas ya presentes en la agenda de los
movimientos y las reivindicaciones ciudadanas. El Manifiesto del
Movimiento del 15-M lo afirma bien claro: «Las prioridades de toda
sociedad avanzada han de ser la igualdad, el progreso, la solidaridad,
el libre acceso a la cultura, la sostenibilidad ecológica y el
desarrollo, el bienestar y la felicidad de las personas».
Una «Carta de los Nuevos Derechos»podría ser una de las opciones para
reprogramar el viejo Estado de Bienestar. Se trataría de un proyecto
político y económico insoslayable para cualquier partido que se reclame
de izquierdas. Y sin embargo, no sería la fórmula para que los partidos
de izquierda «representen» a la ciudadanía. La ciudadanía se constituye
hoy como tendencia a la autorrepresentación. Migrantes, mujeres,
personas afectadas por las hipotecas, por la destrucción del medio o por
la degradación de los servicios públicos, comunidades agrupadas en torno
a formas de vida singulares, redes sociales y un largo etcétera de
agregaciones emergentes han encontrado formas de hablar por sí mismas,
sin las formas anquilosadas de mediación por parte de los aparatos
institucionales o representativos.
Todo apunta a que la izquierda partidista estará obligada a atravesar,
no sólo en España, sino en el conjunto de Europa, una larga travesía del
desierto. Es hora de que asuma la obligación de ensayar, en un futuro
próximo, planteamientos nuevos que sólo pueden pasar por la aceptación
de los límites a su representatividad y por la cooperación con los
movimientos y las formas de agregación que crecen en las nuevas texturas
urbanas. El acceso a la vivienda, el derecho a la salud y el cuidado, el
reconocimiento de los comunes, el derecho al estudio o a la movilidad
resuenan como un clamor subterráneo de los nuevos tiempos, que exige ser
escuchado porque se hace realidad en el ejercicio cotidiano de las
nuevas formas de habitar la ciudad. Se requiere, para refundar la
izquierda institucional, futuros gobiernos que, en vez de plegarse a los
poderes económicos y extrademocráticos, se pongan al servicio de las
urgencias que señalan los nuevos movimientos sociales.
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