[unomada-info] Destituir, instituir, constituir, de Marisa Pérez Colina
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DESTITUIR, INSTITUIR, CONSTITUIR
Mié, 06/26/2013 - 17:42 --
fundaciondeloscomunes
_DE LO DESTITUYENTE Y LO INSTITUYENTE_
Cuando
hablamos de momento destituyente nos referimos a la deslegitimización de
las grandes instituciones que hasta hace poco enmarcaban nuestras vidas
y ahora están siendo denunciadas desde las calles. Las manifestaciones,
encierros, huelgas y otras protestas apuntan al estado terminal del
régimen del 78. Hablamos del NO, imprescindible en toda revuelta: NO nos
representan, NO a los recortes, NO queremos ser mercancías en manos de
los banqueros.
Cuando hablamos de momento instituyente, aludimos, sin
embargo, al SÍ. Nos referimos, por un lado, a las prácticas de
democracia desde abajo que se multiplican, complejizan y diversifican
desde el 15M, construyendo una suerte de instituciones de lo común. Y
ponemos igualmente sobre la mesa la oportunidad histórica hoy abierta de
superar el marco político que está bloqueando la posibilidad de
supervivencia de esas instituciones de lo común en ciernes e impidiendo
el desarrollo de un proceso de profundización democrática.
Ambos
aspectos de lo instituyente que, para entendernos, denominaremos
políticas de lo micro y políticas de lo macro, se plantean muchas veces
como una disyuntiva. La hipótesis que intento defender aquí es que lejos
de hallarnos frente a opciones contrapuestas estamos, por el contrario,
ante dos caras de una misma pelea política, que deberían, por ende,
entenderse como compañeras de viaje en vez de perder el tiempo
poniéndose mutuamente piedras en el camino.
_DE LO MICRO Y LO MACRO_
Pero ¿qué es eso de lo micro y lo macro, y por qué deberían entenderse
y aliarse en una aventura que, en mi opinión, es la misma?
Las
políticas que suelen colocarse en "lo micro" son aquellas que se
traducen en prácticas generadoras de instituciones de lo común.
Prácticas que hacen hincapié en la horizontalidad, la inclusividad y la
democracia política de los espacios, tiempos y mecanismos de toma de
decisiones, recogiendo lo compartido masivamente en las plazas del
movimiento global, de Sol a Taksim, pasando por Syntagma y Occupy Wall
Street. Iniciativas que se articulan en torno al objetivo de construir
una economía de producción e intercambio de bienes y servicios, cuyos
criterios éticos, cooperativos, igualitarios y ecológicos hacen de la
consigna "otro mundo es posible" una realidad tangible. Tácticas de
desobediencia y autodefensa en lo cotidiano que resuelven las
necesidades concretas de personas concretas, mientras pelean contra las
condiciones que bloquean el acceso de la población en general a los
bienes considerados esenciales para el sostén de una vida digna
(alimento, casa, salud, educación, cultura, entornos habitables, etc).
Conflictos, por último, que ya no son sectoriales o laborales, sino que
interpelan a comunidades de afectados extensas y, en último término, a
todos y todas por lo de todos y todas.
Prácticas como por ejemplo las
de los centros sociales, iniciativas de autoempresarialidad de todo
tipo, desde cooperativas editoriales hasta cooperativas agroecológicas;
tácticas como la de la PAH o la de YoSí Sanidad Universal; conflictos
como los de las Mareas.
Todas estas experiencias de pelea y
construcción desde abajo permiten hacer más habitable el día a día,
construyendo posibilidades donde había cierres, implicando de forma
afectiva a las personas y haciendo tangible la democracia económica y
política o, más bien, la democracia tout court. ¿O acaso alguien puede
hablar de democracia sin igualdad económica?
Por su parte, el abordaje
de "lo macro" nos invita, lingüística y políticamente hablando, a un
cambio de escala. Y esto al menos en cuatro sentidos. En un sentido
geográfico, para empezar, pues ya no hablamos de una experiencia que
concierne a comunidades de próximos, sino al mundo, desde el entorno
local al más global, pasando por el marco europeo. En un sentido
cualitativo o de complejidad multiplicada, pues ya no se trata de pensar
en experiencias particulares (un hospital autogestionado, una escuela
antiautoritaria, un edificio de viviendas reapropiado), sino en sistemas
sostenibles que permitan el acceso universal a una salud, una educación
o unas viviendas de calidad. En lo relativo, también, a una exigencia de
transversalidad, porque ya no basta con pensar en campos de actuación
fragmentados (por un lado, la salud, por otro, la educación, por otro,
la vivienda, etc.), sino en una idea de economía (o vida) capaz de
desplazar el objetivo de obtención de beneficio o renta por el de
generación de bienestar para todas las personas. Macro, por último, en
la dimensión de lo afectivo, pues no es suficiente con hacer política
entre próximos (afectados por un problema común, cómplices, compañeros o
afines), sino que es preciso acompañarla de una política avezada para
lidiar con lo público en mayúsculas, con lo de todos para todos. Una
política que se zambulla en las aguas revueltas de las diferencias,
complementarias, sí, pero también conflictivas. Y siempre sin renunciar
a fabricar una igualdad, una democracia del y para el 99%.
De los
prejuicios que contraponen artificialmente lo micro y lo macro
Pero
¿qué prejuicios se despliegan cuando ambos planos, el micro y el macro,
se contraponen (en vez de analizarse como tácticas de la misma batalla)
y cuál sería, a mi modo de ver, la forma de superarlos?
Señalar, en
primer lugar, que los prejuicios son recíprocos y que alimentan
desconfianzas en ambas direcciones.
Algunas personas que ahora mismo
tienen más en la cabeza el problema del poder y la forma de alcanzarlo y
convertirlo en poder constituyente, se sienten alejadas de prácticas
que, a su modo de ver, construyen efectivamente en lo concreto pero se
colocan orejeras respecto a lo que va más allá de su práctica
particular. Desde esta perspectiva, existen dos problemáticas, una
negativa y otra positiva, que solo cabe afrontar más allá de las
políticas de cercanía. La mala noticia es la velocidad de la apisonadora
del neoliberalismo financiero que está arrasando en un tiempo récord
tanto con las seguridades básicas que creíamos aseguradas para siempre
(estado del bienestar), como con las posibilidades de vida a secas (6
millones de parados, 21,1 % de la población española por debajo del
umbral de pobreza en 2012, cerca de 30.000 de familias con niños pasan
hambre en 2013). La buena, la irrupción de una demanda masiva de
democracia e igualdad (99%) como motores de una trasformación posible.
La alegría deseante expresada en el 15M y su potencialidad
revolucionaria ha provocado tal dislocación de nuestro imaginario de lo
social y de lo posible en lo social, que parece inevitable preguntarse,
con el filósofo francés Alain Badiou, ¿cómo ser fieles a este
acontecimiento?
Cabría sintetizar el prejuicio en una palabra:
irresponsabilidad. Irresponsabilidad por no tener el cuenta la capacidad
devastadora de la crisis, irresponsabilidad por no llevar hasta sus
últimas consecuencias los reclamos del estallido social de la primavera
de 2011.
Desde otro punto de vista, algunas de las personas más
implicadas en experiencias de lo concreto tachan la escala anterior de
abstracta, lejana, teórica. No hay presunción de inocencia para nada que
huela a propuesta organizativa. Aquello que menta la táctica o la
estrategia es inmediatamente descartado como vieja práctica de
vanguardias, rápidamente acusado de bajar línea. Desde esta perspectiva,
las condiciones de emancipación de un nosotros solo pueden tramarse
desde el afecto directo, lo aterrizado, lo concreto.
_DE LOS
MALENTENDIDOS A SUPERAR Y DEL PROPÓSITO COMÚN_
Tratemos ahora de
desenmarañar malentendidos.
Malentendido número uno: pensar que las
personas comprometidas en experiencias generadoras de instituciones de
lo común en un plano micro no están al mismo tiempo complicadas en
iniciativas organizativas preocupadas por la cuestión del poder (y
viceversa).
Malentendido número dos: creer que se puede abordar la
cuestión del poder constituyente obviando las prácticas de construcción
de democracia radical ya en marcha y cuya existencia es fundamental para
darle aliento.
Malentendido número tres: olvidar que sin abordar la
cuestión del poder, cualquier marea se encontrará con el dique de un
férreo bloqueo institucional (pensemos en la ILP de la PAH).
Superar
estos malentendidos contribuiría enormemente a hacer más posible y
cercano el objetivo que, creo, todas queremos alcanzar. Un proceso de
democratización económica, en el sentido de un reparto igualitario de la
riqueza generada por todas las personas; un proceso de democratización
política, en el sentido de una posibilidad de participación real de las
poblaciones en los asuntos que les conciernen, desde la dimensión local
a la europea.
A esto es a lo que muchas denominamos proceso
constituyente. Se trata, por una parte, de un proceso, en la medida en
que no hay modelo que alcanzar, ni destino al que llegar. Todo es, por
lo tanto, camino. Pero además del proceso, del viaje eterno que es la
política, la depredación veloz de la riqueza común y la asfixia de
nuestras posibilidades de vida en la actual fase del neoliberalismo
financiero exigen, asimismo, un corte potente, brusco, radical. Un gran
STOP. Como para los desahucios. Sería urgente y preciso cambiar las
leyes lo más radicalmente posible primero para detener el expolio de la
riqueza común pero también, y sobre todo, para materializar un cambio
legislativo e institucional de tal envergadura democratizadora que fuera
muy difícil revertirlo.
Si el propósito común es esta empresa de
radicalización democrática. la forma de llevarla a cabo no debería
distinguir entre micro y macro, práctico y abstracto, material y
subjetivo: todos los ingredientes son necesarios y se mezclan en
diferentes proporciones en la cocina, larga, laboriosa, difícil, de una
revolución sin recetas.
Marisa Pérez Colina
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