[Infos] El sexo en los guetos urbanos. Fadela Amara [Texto del libro «Ni putas ni sumisas»]
Alejandro Martin Jimeno
Alejandro.MartinJ at telefonica.net
Sat Oct 30 17:46:22 CEST 2004
Texto del Libro "Ni putas ni sumisas"
El sexo en los guetos urbanos. Fadela Amara
La sexualidad en las barriadas obreras siempre ha sido un tema tabú, y,
precisamente por ello, se ha convertido en una cuestión fundamental: el
sexo ha pasado a ser objeto de todas las conversaciones, de todos los
fantasmas, pero sin referencias y sin libertad. Cuando yo era adolescente
no se hablaba de ello con los adultos, y ni siquiera se abordaban las
cuestiones relacionadas con la pubertad, como, por ejemplo, la primera
regla. Una chica descubría su cuerpo y sus transformaciones por sí misma.
Afortunadamente, en el instituto nos daban clase de educación sexual y allí
podíamos hacer preguntas, entre dos ataques de risa tonta. Cuando ya tenían
la regla, las cosas se hacían más difíciles para las chicas. Lo único que
sus madres les decían podría resumirse en los siguientes términos: "¡Se
acabaron los chicos!". Una joven decente no podía andar por la calle porque
corría el riesgo de quedarse embarazada. Era el único discurso vinculado
con la sexualidad que las chicas oían. De lo demás, de todo lo referente al
acto sexual o a la vida amorosa, era imposible hablar.
Fuente de violencia
Veinte años más tarde, la situación ha empeorado. En las barriadas obreras
no existe prácticamente otra educación sexual que la que se recibe a través
de las cintas de vídeo porno que pasan de mano en mano. Una vez más, estoy
convencida de que el papel de la educación pública francesa es fundamental.
Para paliar las carencias, la escuela ha de desempeñar un papel motor en la
educación, en su sentido más amplio, de los futuros ciudadanos. Por eso las
clases de educación sexual que se imparten en los centros escolares han de
ampliarse para abarcar cuestiones como el deseo, el placer, el respeto al
compañero o a la compañera, cualquiera que éste o ésta sean, y no abordar
sólo la prevención del sida, por muy importante que la cuestión siga siendo
hoy.
Más allá de la miseria cultural, una auténtica miseria sexual hace estragos
en los suburbios, y esta frustración ha alimentado la violencia. Para
seducir a otra persona, para construir una relación, al menos hay que poder
acercarse a ella, que se produzca un intercambio en un ambiente sosegado.
Esto se ha vuelto imposible en las barriadas obreras, donde la mixidad ha
desaparecido. La presión moral que se ejerce sobre las chicas es
increíblemente fuerte y cualquier relación amorosa queda adulterada. El
imperativo de la virginidad pesa en la vida diaria de las chicas, que saben
que más les vale que no las desfloren, pues de lo contrario pagarán un
altísimo precio. Una chica que se ha acostado pierde su reputación. Toda la
barriada se entera y la chica lleva la infamia como si fuera una marca
impresa con un hierro candente. No es una chica decente, sino una chica
fácil, a la que llaman guarra y a la que tratan como si lo fuera. A partir
de ahí, los tíos de la barriada pueden permitírselo todo con ella.
En semejante sistema de relaciones, entre chicos y chicas sólo puede haber
historias de amor cojas, llenas de malestar y de prejuicios. Lo que debería
ser una relación natural, espontánea. se vive como una transgresión, un
pecado susceptible de provocar una sanción por parte del tribunal social.
¡A lo que se suma el rechazo de los demás y la amenaza de un castigo
divino! A las relaciones amorosas les cuesta desarrollarse en las barriadas
obreras. A los chicos tampoco les resulta sencillo vivirlas. Cuando un
chico está enamorado -aquí decimos que está quécro-, los demás le
consideran como un bufón, por eso hará todo lo posible por ocultarlo. Y es
que en la tribu masculina los sentimientos se consideran signos de
debilidad y sólo priman los valores viriles. Un chico enamorado puede ser
muy tierno con su compañera en la intimidad y tratarla como un felpudo en
público. Para una chica, salir con un chico que pertenece a una pandilla
puede convertirse enseguida en un infierno, porque los demás chicos siempre
se entrometen.
He podido observar esta transformación con ocasión de discusiones cara a
cara con chicos jóvenes. Cuando están solos saben mostrarse tranquilos,
dulces, atentos. Algunos pueden hacer declaraciones extraordinarias,
recitar poemas, escribir cartas que parecen de Alfred de Musset en la jerga
de los suburbios. Pero en cuanto se les unen los amigos, sufren una
metamorfosis: cambian de lenguaje y de actitud frente a las chicas, e
inmediatamente integran la violencia como forma de expresión. Cuando los
hombres están en grupo, la agresividad vuelve a dominar. Un chico también
procurará no salir con las hermanas de sus amigos, porque esa relación se
percibiría como una traición. A veces se producen historias del tipo Romeo
y Julieta al pie de las torres de pisos: una chica y un chico del mismo
barrio, criados juntos, se enamoran, pero no pueden vivir su historia
porque el chico no puede hacerle eso a su colega.
Para demostrar su conformidad con el modelo de macho, los chicos se hacen
los duros y se jactan de "consumir amiguitas". Algunos, claro está, no
comparten este modelo, pero, para que les dejen en paz, hacen gala de un
comportamiento idéntico. Por consiguiente, un ligue nunca dura mucho. Los
más duros durísimos tratan a las chicas como objetos que se pueden pasar de
unos a otros. Algunos incluso llegan a compartir a su amiguita y a urdir
auténticas trampas para ganarse la aprobación del grupo. Son los fenómenos
de las violaciones colectivas, que en ocasiones van acompañadas de actos
vandálicos. Samira Bellil lo explica perfectamente en su libro, y también
recogimos, con ocasión de la Marcha, algunos testimonios terribles, como el
de una directora de instituto que nos contó que, unos años atrás, dos de
sus alumnos, hermano y hermana, habían muerto la misma noche. El chico
tenía 15 años, y su hermana, 13. "Aquella noche", nos explicó, "unos amigos
vinieron a buscarlo a casa porque organizaban una violación colectiva en
unas chabolas que había no muy lejos de allí. Eran tíos de otro barrio, a
los que no conocía demasiado, pero se fue con ellos. Cuando llegaron al
lugar, la violación ya había empezado. Y ella era su hermana. Entonces
perdió los estribos, corrió a casa, cogió el arma de su padre, volvió al
lugar y se puso a dispararles a todos, empezando por su hermana, y luego a
los demás. Por último volvió el arma hacia sí y se pegó un tiro". Pero no
ocultaremos la verdad: las violaciones colectivas no son ninguna novedad y
no se producen únicamente en las barriadas obreras. También existen en los
buenos barrios, sólo que se habla menos de ellas. (...)
La obligación de la virginidad
Para poder vivir su vida sentimental, las chicas se las arreglan como
pueden. Por lo general, evitan salir con un chico de su barrio y buscan
amigos en otra parte, pero entonces la relación ha de permanecer oculta.
Tiene un solo lema: "Para vivir felices, vivamos a escondidas". Cualquier
ligue ha de llevarse en secreto. Incluso fuera de la barriada, mostrarse en
público de la mano de un hombre significa exponerse a mucho riesgo.
Hemos tenido numerosos testimonios de este infierno en la Maison des Potes.
Historias de hermanos que le ajustan las cuentas al chico y luego le dan
una paliza a su hermana. Y para verificar que la chica no ha "tenido un
desliz", el padre solicita un certificado de virginidad. Parece de otros
tiempos, pero es una amarga realidad. En los barrios, hoy día, hay médicos
especializados en la emisión de certificados de virginidad. Algunos lo
practican por convencimiento, pero la mayoría lo hacen sobre todo porque
saben que firmar falsos certificados de virginidad es la única manera de
librar a las chicas de unas represalias que pueden ser terribles. Sin
embargo, esta verificación no absuelve totalmente a la joven, que deberá
pagar un precio, al igual que su madre, a quien incumbía la tarea de
vigilarla. Entonces llegan los golpes, la reclusión en casa y a veces el
envío al pueblo o un matrimonio forzoso. Los hombres de la familia hacen
todo lo preciso para "salvar el honor" de ésta y de su apellido. El castigo
puede llegar hasta el caso extremo del asesinato.
Porque la obligación de la virginidad mata a las chicas en las barriadas
obreras, tanto en sentido literal como figurado, porque también sofoca toda
libertad. El himen se ha convertido en el símbolo de un cuerpo reservado
sobre el que gravita el honor de una familia, de una comunidad. Los hombres
se han apropiado del cuerpo de las chicas, han pasado a ser sus
cancerberos. Y ello no afecta sólo a las chicas de origen inmigrante: las
jóvenes francesas de pura cepa también son a menudo víctimas de ello. Los
testimonios que recogimos con ocasión de la Marcha de las Mujeres contra el
Gueto y por la Igualdad nos revelaron que las jóvenes francesas viven las
mismas experiencias que sus amigas procedentes de la inmigración. Cuando
estas jóvenes salen de sus casas, se acaba para ellas la libertad. En el
seno de la familia tal vez puedan hablar de sexualidad, de sus relaciones
con los chicos, pero en cuanto cruzan el umbral del hogar familiar pasan a
ser como las demás y viven exactamente la misma violencia. Están igual de
vigiladas y sometidas al control masculino y al tribunal de la comunidad.
La condena será igualmente brutal si se sabe que salen con un chico y que
han tenido relaciones sexuales.
Esta opresión que viven las mujeres ha cambiado profundamente las prácticas
amorosas y sexuales. Hemos asistido a una auténtica vuelta atrás y los
comportamientos machistas se imponen nuevamente en el seno de las parejas.
Se trata de la implantación de un nuevo orden moral que toma a las chicas
como rehenes. Ello no impide que haya relaciones sexuales -muchas chicas,
con velo o sin él, las tienen-, pero éstas han de plegarse a determinadas
condiciones. Como han de conservar su virginidad para preservar el honor de
la familia y del barrio en general, las jóvenes se ven obligadas a vivir
una sexualidad oculta, que desgraciadamente pasa a menudo, sobre todo en
las primeras relaciones, por la sodomía. Y si empleo la palabra
desgraciadamente no es por establecer un juicio moral, sino porque ellas lo
viven muy mal. Todos los testimonios recogidos en el Livre blanc redactado
para los Estados Generales lo ponen de manifiesto.
Es muy duro oír a una chica de 16 o 17 años, muy enamorada de su chico,
hablar de su temor de que éste la deje si ella se resiste a hacer el amor
con él. Es contradictorio, pero la vida en las barriadas obreras también se
compone de esas cosas. La mayoría de las chicas acepta tener relaciones
sexuales a condición de preservar su virginidad y se dejan sodomizar con
regularidad. Nos cuentan que esta forma de sexualidad no les proporciona
ningún placer y que lo viven como una obligación. Lo único que hacen es
someterse para satisfacer el deseo de su compañero. (...)
La distancia que pueda haber entre mi generación y la de ellas me parece
vertiginosa. Nosotras luchamos por conquistar el derecho a vivir nuestra
sexualidad. Aunque el tema fuera tabú, las familias aceptaban tácitamente
las relaciones que teníamos con nuestros compañeros. Todo el mundo lo
sabía, pero formaba parte de lo que no se decía.
Las primeras acciones
En la Maison des Potes de Clermont-Ferrand creamos en 1989 una comisión de
mujeres de la que me nombraron responsable porque yo conocía bien la
situación de las chicas en las barriadas obreras, pues yo misma la había
vivido unos años antes. En el marco de esta comisión quisimos hacer frente
a los problemas ligados a la falta de libertad de movimiento que tenían las
chicas en dichas barriadas. También quisimos gestionar problemas delicados:
beurettes en situación de ruptura familiar, chicas que se quedaban
embarazadas... Estas situaciones resultaban muy duras para la época, pero
aquello no era más que el principio: las cosas aún empeoraron. A la mayoría
de las chicas que recibía en el servicio de atención permanente las conocía
desde que eran niñas. Resultaba duro oír a una chavala a la que había visto
crecer que estaba embarazada y ver el pánico que aquello le generaba.
Reprochaba duramente a las asociaciones y al sistema nacional de educación
que no hubieran visto emerger el problema de la sexualidad en las barriadas
obreras y en las familias, donde la cuestión ni siquiera se mencionaba.
Lo que empecé a percibir y que me asustó mucho fue que no íbamos a tardar
en presenciar explosiones agresivas. Para nosotros, aunque no tuviéramos
años de estudios, había quedado claro que llegaría el momento en que
aquella escalada de la violencia alcanzaría un punto álgido. Que la cosa no
iba a quedarse en la prohibición de salir, ni siquiera en los insultos o
los empellones. Los miembros de la comisión de mujeres y yo denunciamos
este proceso de escalada de la violencia, pero sin saber cómo hacer para
detenerla, porque no contábamos con los medios necesarios para combatirla.
Entonces seguimos intentando desarrollar nuestras actitudes a favor de las
chicas y de las mujeres. Contábamos con la ayuda del Ayuntamiento de
Clermont-Ferrand; de Michèle André, secretaria de Estado de los Derechos de
las Mujeres del Gobierno de Rocard, que nos escuchó, y de Michel Charasse,
persona indispensable que siempre ha estado presente en los momentos
difíciles. Pero, al mismo tiempo, éramos conscientes de que aquello no
bastaba. Que no se podía actuar contra esta violencia mientras no se
detuviera el proceso de guetización. Que era preciso desarrollar una
verdadera política, con los medios pertinentes, para desenclaustrar a las
barriadas obreras y mezclar a las poblaciones, social y étnicamente.
Teníamos el convencimiento de que, desde que se había empezado a hablar del
malestar de los suburbios en la década de los ochenta, desde lo acaecido en
las Minguettes, que había desembocado en particular en la Marcha de los
Beurs, el objetivo seguía siendo el mismo: romper los guetos era la única
vía para solucionar una parte de los problemas de violencia. Si nos
hubieran hecho caso en aquella época, tal vez la situación no habría
degenerado hasta este extremo.
Las primeras explosiones agresivas fueron sofocadas y no se oyó hablar de
ellas o acaso muy poco. Pero nosotros ya las habíamos localizado. Se
produjeron secuestros y repatriaciones, matrimonios forzosos e incluso
asesinatos de hijas descarriadas. Tratamos de alertar a las autoridades
públicas, a los políticos, pero nadie nos escuchó. Luego, en noviembre de
2002, pasó lo de Sohane, aquella joven de 18 años que fue quemada viva por
un chico en un cuarto de basuras en Cité Balzac, Vitry-sur-Seine. Enamorado
despechado o lío entre jóvenes: el móvil todavía no se ha esclarecido del
todo, pero el asesinato provocó una convulsión en la opinión pública. A los
dos días se convocó una marcha silenciosa, a la que se unieron muchísimos
jóvenes de los barrios que acudieron a rendir homenaje a Sohane y a decir
"¡basta ya!" a la escalada de la violencia. También a consecuencia de esta
tragedia, en junio de 2003, se constituyó un colectivo denominado
Féminin-Masculin cuyo objetivo es promover el respeto a las mujeres en las
barriadas obreras. Por consiguiente, el asesinato de Sohane marcó un punto
de inflexión, pero nosotros ya éramos conscientes de la situación y
habíamos empezado a reaccionar bastante antes.
Cuando en el año 2000 entré a formar parte del equipo nacional de la
Federación de las Maisons des Potes, con el cargo de responsable de la
Comisión Nacional de Mujeres, hice mucha presión para que convirtiéramos la
cuestión de las mujeres en una de nuestras campañas nacionales. Además, en
diciembre de 2000, me eligieron presidenta de la Federación de las Maisons
des Potes, con el siguiente proyecto: centrar prácticamente todo nuestro
trabajo en la cuestión de las mujeres. Estaba convencida de que el hecho de
abordar como prioridad el problema de la situación de las chicas permitiría
intervenir en todos los parámetros de lo que se denominaba el "malestar de
los suburbios". Atacar dicho malestar desde el punto de vista de las
mujeres significaba plantear el marco político. No era más que una forma
nueva de abordarlo. Ya no se hablaba de un malestar impalpable, difuso,
irracional, sino de personas, de chicas en situación de desamparo extremo.
Ya habíamos tenido muchas conversaciones con Malek Boutih cuando era
presidente de SOS Racisme; por cierto, fue una de las personas que nos
apoyó activamente. Habíamos percibido claramente que, más allá de las
acciones que desarrollábamos para reforzar la cohesión social y favorecer
la integración republicana, existía una preocupación con respecto a la
cuestión de las mujeres. Así es que, a partir del año 2000, empezamos a
crear comisiones de las mujeres por doquier en las Maison de Potes y
asociaciones afiliadas en todo el territorio nacional.
Pero los equipos eran reducidos y las demás actividades también requerían
tiempo. Me di cuenta de que aquello no bastaba y que era preciso actuar más
enérgicamente. Fue entonces cuando decidimos organizar para las mujeres de
los barrios un seminario de formación sobre el feminismo y su historia.
(...) El desafío era tremendo, pues, en estas barriadas, a las chicas les
importa un pimiento el tema. Para ellas, el feminismo no tiene ningún
sentido. Ir a hablar del derecho de cada cual a elegir su vida, de
anticoncepción, de independencia económica en los barrios era una pura quimera.
A raíz de este seminario y de las peticiones de palabra y los debates
trabajamos durante todo el año 2001 en la preparación de los Estados
Generales de las Mujeres de los Barrios, al tiempo que proseguíamos las
actividades habituales de la federación (comidas en los barrios,
campamentos internacionales de solidaridad, venta de abetos de Navidad,
etcétera). En otoño de 2001 organizamos por todo el territorio nacional
Estados Generales locales que, en realidad, eran reuniones públicas (...)
El objetivo fundamental era que todas las chicas se concienciaran de que no
estaban aisladas, de que la situación que ellas vivían se repetía en todos
los suburbios. (...)
Ni putas, ni sumisas
A raíz de aquellos Estados Generales, en marzo de 2002 publicamos un
llamamiento que titulamos Ni putas, ni sumisas, y que se tradujo en una
petición nacional. Habíamos reflexionado detenidamente sobre cómo lo íbamos
a firmar: ¿cómo hallar un lema que marcara las mentes, sensibilizara a la
opinión pública y a los políticos, y sobre todo que abriera los ojos a
miles de chicas? La expresión "todas putas menos mi madre" nos parecía la
ilustración misma de la manera en que los hombres consideraban a las
mujeres en los barrios. Pues no, no éramos putas, pero tampoco éramos las
muchachas sumisas que se suponía en el exterior. Estábamos hartas de oír
que si a las mujeres de los barrios se las trataba tan mal era porque no se
rebelaban. Y por eso elegimos ese lema, Ni putas, ni sumisas, que
probablemente escandalizó a algunas personas, pero que tenía el interés de
ser eficaz.
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