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Hugo Romero
hugorom en terra.es
Lun Abr 1 01:34:52 CEST 2002
Os envío la traducción de un texto de Negri que apareció en Luogo Comune en
1991 y que fue recopilado en el libro L’inverno è finito (Castelvecchi,
1996). Pese a que ya tiene más de una década, me ha parecido especialmente
adecuado para estos meses.
Compasión, terror y General Intellect
Toni Negri
Uno de los logros del ataque que Hannah Arendt realiza contra la revolución
francesa en su On Revolution consiste en la identificación de la “compasión”
como matriz del jacobinismo. El revolucionario se pliega a lo social cuando
escucha el lamento, cuando se identifica con la miseria, cuando se deja
arrastrar por el reflujo de su irracionalidad y su dispersión. Pero en este
contacto sofocante, el revolucionario pierde la capacidad de reflexionar
sobre las condiciones de lo político como única posibilidad trascendental de
construir medios de articulación del conflicto social y funciones de
representación de la sociedad. En esta subordinación de lo político está la
raíz del terrorismo, que no es sino la verdadera “representación política”
de la compasión en lo social: éste genera un optimismo de la voluntad que
choca con la finitud de las singularidades y con la irreductible
multiplicidad de la “libertad”. El discurso revolucionario jacobino niega la
libertad hablando de “liberación”; pero su proyecto está lastrado por el
interés exclusivo no por las causas sino por los efectos de la falta de
libertad. La negatividad de la compasión no puede producir la liberación
sino sólo un operación radical de reducción de lo real.
La tentación jacobina sigue estando viva. Se renueva cada vez que la
compasión emerge como pathos de la época. ¿Cómo no “sufrir con” los
adolescentes de la Intifada masacrados por el tiro al plato del opresor, o
con los civiles iraquíes aniquilados por las tecnologías más sofisticadas?
¿Cómo no reconocer en el terrorismo la única forma de resistencia al orden
sofocante, sistémico, centralizado del dominio internacional? ¿Por qué no
declarar universal esta vía?
La crítica de Hannah Arendt, en su intelectualismo altivo, no es capaz de
disuadir en el la vida del paso de la compasión al terrorismo. El modelo
alternativo a la compasión que propone Arendt consiste en indicar la
posibilidad de una organización social, “constitucional”, en la que el
límite a la propuesta de liberación esté reconocido como condición
estructural de la constitución de la libertad y donde, a través de la
“representación política”, la libertad se presente como expansión progresiva
del derecho. “Libertad americana” contra “liberación jacobina”. Arendt
añade, de forma creativa, connotaciones a este pasaje: la revolución
constitucional es como un muchacho valiente que aparece para renovar el
mundo con su pura fuerza espontánea y no para instaurar conmociones
degradantes. De un golpe despiertan a la vez el mito de la Égloga IV de
Virgilio y el del individualismo americano de Tocqueville. Pero este
despertar del mito constructivo exige haber atravesado antes el realismo y
la dura aceptación del límite como necesidad. Ni siquiera este cinismo es un
vicio: es más bien una virtud que abre el pensamiento político al
constitucionalismo, al “parlamentarismo”, a las reglas del derecho
internacional y ante este horizonte verifica una forma de representación
adecuada a la finitud de lo existente y la multiplicidad de las libertades.
Así pues, contra el caracterizado por la pareja conmoción terrorismo, se
abre un nuevo espacio político: el del cinismo-parlamentarismo, la
constitución americana de la libertad.
Si no bastasen la ironía y el desdén que, en la situación actual de la
historia del mundo, implican la referencia a la libertad americana y a los
diversos King-Kong que ejecutan sus reglas, no faltarían más argumentos para
refutar la mascarada liberal-constitucional puesta en escena por la Arendt.
En efecto, la mesura de la impotencia de la libertad frente a la
racionalidad instrumental del poder y la desmesura del parlamentarismo
frente a la insurgencia cínica han sido descritas por Max Weber, de una vez
por todas, y lloriqueadas después, a menudo, por todas las almas bellas que
se han aventurado por los vastos territorios de la libertad atlántica. El
hecho es que el nexo realismo-parlamentarismo es tan mistificador como
destructivo puede ser el nexo conmoción-terrorismo. El parlamentarismo, y en
general toda forma de constitucionalismo representativo, niega por
definición la autonomía del hecho normativo, captura y distorsiona el
reconocimiento de lo intolerable y no es capaz de concebir la temporalidad
real si no es como resultado de medidas y procedimientos preestablecidos. Un
sofisma lo domina: lo nuevo y lo vivo han de ser eliminados porque la
innovación y la vida no pueden ser regulados. El momento constituyente no
puede ser definido, nombrado, sino a partir del orden constituido. De este
modo tiene lugar una de las celebraciones más fetichistas del poder. Y
King-Kong enloquece.
Así pues, ¿cómo evitar el terrorismo si la vía del parlamentarismo no es
transitable? La búsqueda de una alternativa viene preparada por la previa
aceptación de un hecho: tanto el terrorismo como el parlamentarismo son
productos de una misma máquina, la máquina representativa de la “sociedad
disciplinaria”. Hannah Arendt y su pedofilia pseudoinnovadora jamás han
sobrepasado este límite, y tampoco los millares de insurrecciones del
voluntarismo patético han sido capaces de ir más allá de esta determinación
histórica.
Ahora bien, en la sociedad disciplinaria los muchachos o los sujetos están
siempre sumidos en su individualidad y, por ello, enmascarados dentro de
mutilaciones representativas o, por el contrario, son exhibidos a la
compasión como maniquíes ensangrentados. En la sociedad disciplinaria, el
dogma de la representación política reina incontestado, en relación con la
jerarquía en la organización del trabajo, y acerca a Arendt y al joven Saint
Just mucho más de lo que la conmoción o el cinismo los puedan separar.
Porque la representación es expropiación, es ruptura y violación de la
sustancia común del trabajo productivo, del “yo común”, de la humanidad, y
la sociedad disciplinaria basa su desarrollo en esta condición.
Pero nosotros ya no estamos en esa situación ontológica: éste es el segundo
requisito de una búsqueda alternativa. La sociedad disciplinaria del origen
y desarrollo del capitalismo está agotada. Su superfetación socialista
felizmente ya ha terminado. Y si las figuras externas de la sociedad
política y del orden internacional no han cambiado sino superficialmente y
se resisten en el afán de controlar la transformación ontológica subyacente
(mostrando a través de la disciplina sólo su más angustiada monstruosidad),
han cambiado, sin embargo, radicalmente la percepción general del yo y sus
formas de expresión. La comunicación es la única base de la existencia
temporal y el yo común la única forma de expresión, de trabajo, de
imaginación. ¿Cómo pretender dar representación al sujeto comunicativo, al
obrero social? ¿Cómo superar y trascender (ya que esto es lo que significa
representar) el general intellect que es nuestra sustancia común? Esta
demanda no tiene respuesta disciplinaria, sino sólo desarrollo autónomo.
Yo soy común. Nuestra intelectualidad es común. Ésta es la forma del trabajo
y de la comunicación productiva, ésta es la fuente de lo social y la trama
de lo político. La conducta de esta nueva percepción del ser productivo no
necesita representación ni del individuo ni de la conmoción. Es presencia y
tarea común. Si en la sociedad del Ancien Régime el intelectual, desde fuera
del mundo, buscaba la verdad y la presentaba como crítica de lo que existía;
si en la sociedad disciplinaria el intelectual, en posición dialéctica con
el mundo, ofrecía su compromiso al proceso de transformación; en la sociedad
de la comunicación la búsqueda de la verdad y el compromiso con el mundo se
desenvuelven sobre un horizonte reconducido por entero a la
autodeterminación productiva del sujeto intelectual colectivo. Como
agencement colectivo, como “agenciamiento” del sujeto revolucionario. Como
“poder constituyente”. Nosotros somos lo social y lo político. No es el
muchacho quien va a divertirse. La inteligencia que expresamos no es mirada
rapaz y vanguardista al otro; es la comunicación y el trabajo que nos
constituyen. De nosotros sale ese trabajo vivo que transforma al mundo, su
tiempo y las relaciones sociales y políticas de cada innovación. Aquí se
implanta la revolución; y el comunismo, instalado en lo real, espera
nerviosamente a que el poder constituyente se organice en la conciencia
empírica del yo común. Estamos regresando del éxodo; en este regreso
descubrimos una tercera pareja constitutiva: “comunismo” junto a “poder
constituyente”. Y sólo la definición de este espacio político evita la vía
del terrorismo.
Porque en efecto la conmoción permanece. A Hannah Arendt sólo le irritaba el
lado miserable del terrorismo. Pero su otro lado, su pathos, sigue vivo. El
“intelecto general” es capaz de pathos. El pathos de un comunismo
radicalísimo y cotidiano, que se alegra con el trabajo vivo, pero cuya
violencia se excita ante la supervivencia cruel del imperialismo, ante la
angustiosa repetición del control disciplinario, ante la expresión vacía e
insensata de un dominio capitalista superfluo, inútil, extravagante. Un
pathos que coloca en una esfera de irreductible desprecio y de disgusto
metafísico la causa de la falta de libertad y la misma existencia del poder.
Un pathos racional, que considerando la finitud de la singularidad y la
multiplicidad de las libertades, construye las convergencias materiales y
las progresiones organizativas del yo común y de la inteligencia colectiva.
Es decir, la conmoción por los adolescentes de la Intifada está
completamente presente para el intelecto general y es incluso un pasaje de
su constitución. En la constitución ondulatoria del proceso revolucionario,
entre éxodo y retorno, entre miseria y riqueza, entre anticipación y
movimiento de masas, el momento sincrónico de la nueva creación consolida la
diacronía de los acontecimientos y actualiza una genealogía irreversible.
Construir el “agenciamiento” político del intelecto general junto con la
producción de poder constituyente es un proceso que transforma la ausencia
de memoria (a la que siempre nos fuerza la vida) en presencia de la
totalidad del producto de las luchas pasadas y presentes. Trabajo vivo sobre
un capital acumulado históricamente y consolidado ontológicamente. En
cualquier caso: comenzar de nuevo no es volver atrás.
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