[unomada-info] El arma del deficit contra el deficit de las armas, por Christian Marazzi

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Dom Jul 27 18:34:00 CEST 2003


raul en sindominio.net te ha enviado el siguiente
artículo desde la ACP/IMC Madrid
(http://acp.sindominio.net).

Mensaje de raul:
http://acp.sindominio.net/article.pl?&sid=03/07/27/168232&mode=thread
La cuestión de la renta básica (y/o garantizada y/o
de ciudadanía) podría, para salir de su impasse
impolítico, incribirse como propuesta en la
concreción singular de la coyuntura, no tanto como
remedio sino, ante todo, como capacidad de ruptura,
conflicto y organización, a la par que como
elemento atractor de la construcción de lo común en
una dimensión constituyente del espacio político
europeo. Éste es el interés que presenta este
artículo de Christian Marazzi, publicado en el
número 3 (junio) de Global Magazine.

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Sunday 27 July a las 04:08PM


El arma del deficit contra el deficit de las armas, por Christian Marazzi

By Lenz


Éste es el interés que presenta este artículo de
Christian Marazzi, publicado en el número 3 (junio)
de Global Magazine. En esta fase de redefinición
bélica del orden imperial cabe preguntarse acerca
de cuál puede ser el destino de la forma-Estado, no
tanto del Estado-nación y de su margen de autonomía
en la definición de los objetivos del desarrollo
económico y social, sino del Estado como governance,
como ejercicio de la soberanía política sobre la
sociedad. De hecho, la política económica del
Estado-nación es en realidad una variable regional
(Norteamérica, UE, Asia, Oriente Medio) de una
economía mundial en las que conviven otros modelos
institucionales de regulación.

Seguramente, tras el unilateralismo estadounidense
y el multilateralismo europeo y latinoamericano
encontramos la presión de estos distintos
capitalismos regionales, donde Estados Unidos está
decidido a continuar por el camino de la
desregulación de los mercados y de la
financiarización de la economía y la UE sigue
preocupada por no desperdiciar lo poco que le queda
de su especificidad: un cierto equilibrio entre la
seguridad social y el crecimiento competitivo. La
tensión entre el dólar, el euro y las monedas
asiáticas refleja la tensión latente entre modelos
de regulación regionales históricamente
determinados, una tensión que cobra mayor
intensidad a medida que se torna patente el vacío
dejado por la crisis de la new economy.

En cualquier caso, cuesta imaginar que se pueda
salir de esta guerra con una victoria unilateral, o
incluso con el mero fortalecimiento del capitalismo
anglosajón, y mucho menos aún con la afirmación del
europeo o el escandinavo, aunque es bastante
probable que la factura de la guerra obligue al
resto del mundo a echar una mano a Estados Unidos
para cubrir sus balances deficitarios y dar un
nuevo impulso a los mercados bursátiles.

Por otra parte, creer que el destino de la
forma-Estado depende de qué modelo de capitalismo
se imponga sobre los demás significa olvidar que,
en el curso de la década de 1980 y 1990, la
globalización ha modificado profundamente el marco
institucional en cuyo interior debe gestionarse
cualquier tipo de capitalismo. En los últimos
veinte años en Europa se ha pasado del Estado
social (o Estado-providencia), construido tras la
Segunda Guerra Mundial a partir del crecimiento
industrial fordista, al "Estado pobre", el Estado
mínimo que hizo suya la estrategia reaganiana de
las arcas públicas vacías, en el que la reducción
de la presión fiscal y la disminución del gasto
público han mermado drásticamente los objetivos
redistributivos y los derechos sociales.

La liberalización de los mercados ha obligado a los
Estados nacionales a depender cada vez más de las
órdenes perentorias de las finanzas mundiales a la
hora de cubrir el déficit público. La privatización
de las empresas públicas, por su parte, ha
destruido el estamento político ligado al Estado
del bienestar (en Italia gracias a la operación
Manos Limpias) y que en el pasado había legitimado
la economía mixta de mercado. En la década de 1990,
la socialdemocracia en Europa y el clintonismo en
Estados Unidos (con la reforma del welfare state en
1996) han sido determinantes para la transformación
de los derechos sociales universales en derechos
selectivos circunscritos a los más pobres. El
welfare state se ha localizado socialmente y
globalizado económicamente. La guerra no invertirá
la divergencia tendencial entre los derechos
sociales locales y la precarización económica de
las clases medias. Si acaso la agravará a golpes de
crisis de larga duración. La cuestión que hoy
impone la guerra atañe al papel de la fuerza
militar en la construcción de un orden mundial
multipolar. En este ámbito, cabe preguntarse si
asistimos o no a un relanzamiento del big
governement así como interrogarse sobre las
eventuales consecuencias económicas del aumento del
gasto de defensa.

Recientemente, el socialista francés Laurent Fabius
ha defendido la idea de que Europa "ha sido incapaz
de hacer oír su voz en Estados Unidos porque está
dividida y carece de una fuerza única de defensa".
El fortalecimiento de la defensa europea es el
terreno en el que la derecha y la izquierda están
convencidas de la posibilidad de llegar a una
unidad de propósitos y de acción tras la crisis de
la diplomacia multilateral. El problema consiste en
comprender qué fuerza de defensa necesita Europa
para hacer frente a Estados Unidos.

Una fuerza militar coordinada con capacidad de
intervención global para combatir una guerra
tecnológicamente avanzada, exigiría un crecimiento
del gasto militar europeo, que en la actualidad
asciende al 2 por cien del PIB, que fuera superior
al 4 por cien estadounidense. Francamente, cuesta
imaginar que en Europa pueda llegarse a un consenso
político en torno a un objetivo de tal alcance, ya
que la duplicación de la tasa de crecimiento del
gasto militar llevaría inevitablemente aparejada
una drástica reducción del gasto social. Hace sólo
unos años el 85 por cien de los franceses se
declaraba contrario a la conscripción y favorable a
un ejército profesional, por no hablar del 89 por
cien que consideraba anormal que un recluta
participara en una operación militar dirigida por
Francia en el extranjero. En lo que atañe a la
defensa militar, Europa está destinada a seguir
siendo una "superpotencia tranquila".

Según Andrew Moravsik, profesor y director del
European Union Programme en la universidad de
Harvard, la verdadera fuerza de defensa europea
reside en la ampliación de la Unión antes que en la
fuerza militar, con la inclusión de más de diez
países potenciales en los que gobiernos
autoritarios y corruptos han sido derrotados por
coaliciones democráticas orientadas a la economía
de mercado. Reside, además, en el hecho de que
Europa proporciona más del 70 por cien de toda la
ayuda al desarrollo civil, esto es, unas cuatro
veces el monto de la ayuda al desarrollo
estadounidense. Por otra parte, los países miembros
de la UE contribuyen diez veces más que Estados
Unidos a la hora de garantizar tropas de paz. Según
Moravsik, el fortalecimiento de las instituciones
de supervisión internacional por parte de la UE
constituye una carta que no se ha potenciado aún
(no habría pasado lo mismo si la UE hubiera enviado
a Iraq un número de inspectores diez veces mayor y
diez meses antes). Por último, la UE puede
defenderse de Estados Unidos gracias a la fuerza de
la opinión pública global alimentada por la acción
multilateral. "Ésta es la verdadera debilidad de la
estrategia de Estados Unidos, porque sin comercio,
sin ayudas, sin fuerza de paz, sin supervisión y
sin legitimidad, ninguna acción militar puede
estabilizar un mundo indisciplinado" (Financial
Times, 3 de abril de 2003).

A comienzos del siglo XX, William James,
respondiendo al crecimiento del egoísmo y al
hundimiento de los valores cívicos de la sociedad
de su tiempo, dijo que hacía falta el "equivalente
moral de una guerra". Sólo así la sociedad podría
cobrar fuerza y cohesión. En efecto, la causa
principal del Estado social ha de buscarse en las
guerras del siglo XX, mucho más que en el
crecimiento de los "Treinta años gloriosos", porque
en las guerras se desarrolla el sentido de
hermandad necesario para institucionalizar la
solidaridad. En la década de 1980 y 1990 la "guerra
contra la pobreza" ha sido a su manera un intento
de refundar el Estado social o, por lo menos, de
defenderlo contra los ataques del neoliberalismo.
No puede decirse que las recetas propuestas en las
dos últimas décadas del siglo XX hayan logrado
frenar el avance del neoliberalismo. Antes bien, la
guerra contra la pobreza se ha visto acompañada de
un proceso de privatización creciente de los
dispositivos de seguridad social (es el caso de los
fondos de pensiones) que ha desestructurado las
bases de la previsión social del Estado del siglo
XX.

"No sólo falta la movilización -escribía Pierre
Rosanvallon- en 1995, taambién falta su sustrato,
esto es, la nación". Desde entonces la
globalización y la crisis del Estado-nación que
necesariamente acarrea no han dejado de plantear el
problema de la búsqueda del cemento colectivo
necesario para refundar las bases de la defensa
contra la injusticia social. Estados Unidos ha
decidido volver a "hacer nación", recrear un
espacio cívico patriótico, con la guerra preventiva
infinita. Pueden hacerlo porque el déficit
financiero provocado por su unilateralismo es
copiosamente sufragado por el resto del mundo
mediante la compra de bonos del Tesoro
estadounidense.

Sin embargo, ¿cuál puede ser el equivalente moral
de un movimiento contra la guerra como el que hemos
visto en estos meses en el mundo y en particular en
Europa? No se puede descartar a priori la
posibilidad futura de defenderse de Estados Unidos
con el arma monetaria. Un crecimiento del euro como
moneda de reserva (hoy supone el 20 por cien de las
reservas depositadas en los Bancos centrales)
presupone sin embargo que los países de la UE
aumenten sus déficits comerciales o sus déficits
públicos. Estados Unidos ha construido su potencia
global endeudándose. Sólo una política de deuda a
escala europea puede hacer del euro una verdadera
moneda mundial, capaz de contraponerse a las
políticas económicas estadounidenses.

Endeudarse en Europa significa, además de
establecer una relación privilegiada con los países
asiáticos para desarrollar sectores
tecnológicamente avanzados y competitivos,
emprender una campaña reivindicativa por la
consecución de una "renta de activismo".

El objetivo de la renta garantizada siempre ha sido
el de definir concreta y simbólicamente terrenos de
movilización social. Lo fue en la década de 1980,
cuando la renta garantizada significaba oponerse a
la exclusión del mundo del trabajo. Lo fue en la
década de 1990, cuando reivindicar una renta de
ciudadanía significaba hacerse indemnizar una vida
puesta a trabajar con la flexibilidad y la
movilidad.

Hoy, luchar por una renta de activismo significa
definir el equivalente moral de nuestra idea de
guerra.



Traducción del italiano de Lenz




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