[unomada-info] El nuevo imperialismo, de David Harvey
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Jue Mar 18 17:42:40 CET 2004
El nuevo imperialismo, David Harvey
Cuestiones de antagonismo 26
Ediciones Akal
¿Qué naturaleza tienen los dispositivos de poder geopolíticos y
geoeconómicos que se están poniendo a punto en la actualidad y que
mediante el diseño de un nuevo imperialismo pretenden inaugurar un nuevo
orden de dominación? ¿Qué relación guardan con las pautas de
funcionamiento estructural del capitalismo histórico? En este libro,
David Harvey intenta explicar los nuevos modelos de comportamiento del
capitalismo global contemporáneo desde la perspectiva de la larga
duración y a través de la lente de lo que él denomina materialismo
histórico-geográfico. En su opinión, la estrategia militar del
capitalismo mundial iniciada con la primera guerra del Golfo en 1991,
afianzada durante la década de 1990 en los Balcanes y en África central,
y culminada con la invasión de Iraq en 2003 y las políticas de
privatización de buena parte de los servicios públicos y de los recursos
comunes a escala planetaria desmantelamiento del Estado del bienestar
en los países desarrollados y ajuste estructural en los países pobres
indican con precisión los dos vectores de intervención del sistema
capitalista en nuestros días. La guerra y la acumulación por desposesión
son los mecanismos primordiales que el capitalismo histórico está
empleando en la actualidad para resolver sus crisis sistémicas y para
modelar un mundo quizá más injusto que el que hemos conocido durante los
últimos 100 años.
David Harvey es profesor de Geografía en la City University of New York
(CUNY), así como Miliband Fellow de la London School of Economics, tras
haber enseñado esta disciplina durante treinta años en la Johns Hopkins
University. Entre sus numerosas publicaciones cabe destacar las
siguientes: Social Justice and the City (1973), The Limits to the
Capital (1982), The Urban Experience (1989), The Condition of
Postmodernity (1989) y Justice, Nature and the Geography of Difference
(1996), Spaces of Capital (2001) y Paris, capital of modernity (2003).
Prefacio a la edición en castellano
Hace ya más de seis meses que terminé de escribir El nuevo imperialismo,
en el que pretendía identificar las fuerzas subyacentes que vienen
impulsando unos acontecimientos que se suceden con rapidez. Ello
requería algún tipo de interpretación de tales acontecimientos, y en el
momento de escribir el libro había muchos aspectos oscuros. Aunque
muchos siguen siéndolo, también se han clarificado otros: no se han
hallado las armas de destrucción masiva (la razón principal que se dio
para un ataque preventivo contra Iraq) y se ha admitido la falsedad de
la supuesta conexión entre Sadam Hussein y al Qaeda y el 11 de
septiembre (aunque al parecer la mayoría de los ciudadanos
estadounidenses todavía siguen creyendo en ella); la idea de que fuimos
a la guerra debido a un fallo catastrófico de inteligencia tiene poca
credibilidad; la afirmación de Bush en su discurso sobre el estado de la
Unión de que Iraq estaba tratando de comprar material nuclear en Níger
se sabía que era falsa ya entonces, y la Investigación Hutton en Gran
Bretaña ha mostrado cómo se exageraron los informes de los servicios
secretos para justificar una decisión de ir a la guerra que se había
tomado mucho antes. Por todas estas razones Bush y Blair han vuelto a
recurrir al argumento general de que liberar por la fuerza al mundo de
un dictador brutal era moralmente correcto. Bush proclama repetidamente
los méritos de haber devuelto la «libertad» al pueblo iraquí sin atender
al dicho de Matthew Arnold de que «la libertad es un caballo muy bueno
para cabalgar sobre él, pero para ir a algún sitio» . Aunque el cambio
de régimen en Iraq se puede juzgar razonablemente como un acontecimiento
benéfico, mucha gente cree ahora que Bush es la principal amenaza a la
paz mundial y que es necesario un cambio de régimen en Washington. La
mayoría de los estadounidenses no entienden esa opinión, mientras se
sigue ampliando la brecha entre Estados Unidos y el resto del mundo, en
parte como consecuencia de la tendenciosidad de los medios de
comunicación (como decía Arnold, «si los periódicos que uno lee pueden
decir lo que quieren, uno tiende a creer que está bien informado») y el
peculiar sistema de creencias estadounidense sobre la virtud moral.
Uno de los grandes interrogantes era si la invasión de Iraq se
entendería como liberación u ocupación. El peso de las pruebas apoya
ahora con fuerza esta última opinión, y lo único que sigue en duda es
dónde y cuándo se interpreta la resistencia más como «insurgencia» (como
sucede en gran parte del mundo árabe) que como «terrorismo». Desde que
Bush aterrizó en Iraq con la satisfacción del «deber cumplido» han
muerto muchos más soldados estadounidenses, lo cual ha generado en
Estados Unidos cierta disposición a cuestionarse los motivos y la atroz
falta de planificación para la reconstrucción de posguerra de la
economía y la sociedad civil iraquí . Una consecuencia positiva es que
todas aquellas insinuaciones sobre la prosecución del avance militar
hacia Damasco y Teherán se han desvanecido. Estados Unidos aplica ahora
en Iraq tácticas de represión más brutales (que reproducen en cierta
medida las aplicadas por los israelíes contra los palestinos), lo que es
probable que se vuelva en su contra y suscite oleadas aún más amplias de
resistencia. Las recientes declaraciones de un comandante estadounidense
sobre el terreno de que «con una fuerte dosis de miedo y violencia, y
mucho dinero para los proyectos, creo que podemos convencer a esta gente
de que estamos aquí para ayudarles», expresa adecuadamente el espíritu
de la ocupación estadounidense .
Crece la presión sobre Estados Unidos, tanto interna como externa, para
que diseñe una estrategia de salida rápida, pero sobre este punto
existen algunos dilemas complicados. Una retirada demasiado rápida de
las fuerzas estadounidenses podría sumergir Iraq en una guerra civil
sangrienta de la que podría resultar una partición del país en tres
Estados, shií, sunní y kurdo. Corren rumores sobre planes para esa
partición, pero es improbable que los Estados cercanos (en particular el
turco) permanezcan de brazos cruzados y no intervengan; también es muy
poco probable que Estados Unidos deje sin protección los campos
petrolíferos aunque se retire del resto del país. Las únicas opciones
alternativas son que las fuerzas estadounidenses permanezcan en Iraq
durante un largo período (decisión que se está haciendo cada vez más
impopular en Estados Unidos, pero que parece más coherente con los
objetivos perseguidos por la Administración estadounidense) o que se
internacionalice la ocupación bajo los auspicios de la ONU. La renuencia
de Estados Unidos frente a esta última posibilidad (suponiendo que la
ONU la aceptara) podría provenir de una mezcla de falso orgullo y de la
incapacidad de las principales instituciones estadounidenses para
cambiar de plan (como sabemos, estos factores desempeñaron un importante
papel en la prolongación del compromiso estadounidense en Vietnam aunque
todo el mundo reconociera que sus planes de guerra allí no eran
viables). Pero la decisión evidente de la Administración estadounidense
de vetar que Francia, Alemania y Rusia participen lucrativamente en la
reconstrucción de Iraq, al mismo tiempo que les pide ayuda para afrontar
ésta y que condonen sus deudas para con este país (la deuda iraquí
asciende a 100.000 millones de dólares más otros 100.000 millones en
concepto de las reparaciones de guerra a Kuwait) sólo se puede explicar
por la importancia estratégica que Estados Unidos atribuye al control
sobre las reservas globales de petróleo, asunto innombrable que el
gobierno estadounidense se niegan siquiera a mencionar.
La cuestión del estado exacto de las reservas y la producción global de
petróleo sigue tan nebulosa como siempre. En el capítulo 1, yo afirmaba,
por ejemplo, que las reservas canadienses están disminuyendo
rápidamente; pero si se tiene en cuenta el petróleo de difícil
extracción localizado en áreas de arenas bituminosas, entonces las
reservas canadienses son muy sustanciales. Rusia ha penetrado en el
mercado mundial del petróleo de forma muy decidida en los últimos meses
(y está comenzando a adquirir el status de país exportador, con todos
los peligros y dificultades que eso conlleva). Y el repentino interés
del gobierno de Bush por establecer bases militares en África (en
particular en África occidental y Angola) seguramente tiene más que ver
con las sustanciales reservas de petróleo allí existentes que con la
excusa ritual de la guerra contra el terrorismo o las preocupaciones
humanitarias y la necesidad de hacer frente a la epidemia del SIDA. Sólo
cabe reconocer la imprecisión del panorama global del petróleo,
señalando, no obstante, que en cualquier caso Oriente Próximo es una
región crucial en relación con la economía global y que la presencia
estadounidense en la región, que ha venido aumentando constantemente
desde 1945, no disminuirá en el futuro próximo. Gane quien gane las
próximas elecciones presidenciales estadounidenses, es muy improbable
que Estados Unidos renuncie al proyecto de controlar la región.
Esto plantea la interesante cuestión de cómo puede justificar Estados
Unidos su presencia perpetua en la zona. El principal argumento es el
estado de inseguridad crónica de la región. A veces parece como si
Estados Unidos lo fomentara deliberadamente para justificar su
presencia. El tibio apoyo concedido a la «hoja de ruta» para una
solución del conflicto palestino-israelí y su respaldo a la brutalidad
de Sharon, así como su oposición general a los intereses de los países
islámicos, no sólo indica un compromiso asimétrico que satisface ciertos
intereses domésticos clave en Estados Unidos, sino que también alienta
el terrorismo, la militancia y la insurgencia en toda la región y en
otros lugares. Un estado de persistente inseguridad y la perpetuación
del clima de miedo parece ser para Bush y sus consejeros la vía más
fácil hacia la reelección y la consolidación del poder político global
en torno a un potente aparato militar y una economía de guerra
permanente. Del mismo modo que durante las décadas de 1980 y 1990
Estados Unidos se benefició de la volatilidad financiera que había
contribuido a crear, ahora puede esperar beneficiarse de la
inestabilidad político-militar que su política está fomentando al menos
parcialmente.
Quizá el aspecto más discutible de mi argumentación es el de que Estados
Unidos opera desde una situación de debilidad económica y política más
que de fuerza, y que la aventura iraquí podía suponer el fin de su
hegemonía más que el comienzo de una nueva fase de dominación global.
Esta cuestión merece un debate serio. Sólo el tiempo dirá si tengo
razón, pero es vital que se considere la posibilidad y las eventuales
consecuencias de un inminente declive de Estados Unidos como potencia
hegemónica. Aunque sigo manteniendo el planteamiento general que
inspiraba mi análisis, probablemente subestimé algunos pilares del
poderío estadounidense y mi presentación sucinta de la pérdida del
dominio estadounidense en otras áreas necesita mayor investigación y
precisión.
Comencemos por el hecho de que la mitad de la investigación y desarrollo
en el mundo se hace en Estados Unidos, lo que le da una sustancial
ventaja tecnológica y desvía la aplicación global de las innovaciones
hacia sus propios intereses (en particular los relacionados con el
complejo militar-industrial), generando un flujo de rentas tecnológicas
desde el resto del mundo hacia la economía estadounidense. La
insistencia de Estados Unidos en la protección internacional de los
derechos de propiedad intelectual está destinada a garantizar ese status
«rentista» durante un período relativamente largo. La fuerza relativa de
las economías del Este y Sureste de Asia no reside en general en su
capacidad innovadora (con la excepción parcial de Japón, Taiwán y en
menor medida Corea). Estas economías se especializan en la aplicación de
las innovaciones procedentes de Estados Unidos empleando sus recursos de
fuerza de trabajo y habilidad organizativa para introducir en la
producción los nuevos adelantos con mucho menores costes y mucho mayor
nivel de eficiencia. Así pues, gran parte del mundo depende, en cuanto a
las innovaciones tecnológicas, de Estados Unidos, que puede aspirar
razonablemente (y en estos momentos son muchos los estrategas económicos
que así lo plantean) a acaparar las principales nuevas fuentes de
innovación (como lo hizo con las industrias de alta tecnología de la muy
pregonada «nueva economía» durante las décadas de 1980 y 1990) y liderar
así el mundo una vez más en una alegre danza de nuevos encantamientos
tecnológicos. Pero no se trata de una tarea en absoluto fácil . Ante
todo, no está claro cuáles pueden ser esos nuevos sectores (aunque los
principales candidatos sean la tecnología médica y la biotecnología) y
tampoco está claro si las nuevas vías emprendidas, como los alimentos
genéticamente modificados, serán aceptadas por el resto del mundo. Por
otra parte, aunque el liderazgo estadounidense en la innovación
tecnológica siga siendo todavía un pilar sustancial de su influencia y
poder (gracias en gran medida a sus universidades y departamentos de
investigación), hay muchos signos de que no es inexpugnable. La
competencia europea en las líneas aéreas comerciales es feroz (Airbus
frente a Boeing), países como Brasil cuentan ahora con una presencia
sustancial en la producción de aviones más pequeños y China amenaza con
competir en el campo de los satélites comerciales (lo que ha puesto al
gobierno estadounidense lo bastante nervioso como para reemprender la
idea de la colonización lunar como un objetivo a largo plazo de la
investigación espacial). Aun así, sigue siendo probable que la ventaja
tecnológica siga siendo un pilar importante del poder global estadounidense.
Hay dudas sobre lo seria que puede ser la pérdida de dominio industrial
para el poderío estadounidense. El declive cuantitativo relativo es
innegable. Durante la década 1950 el 60 por 100 de la producción
industrial mundial se localizaba en Estados Unidos, pero a fin de siglo
era menos del 25 por 100. ¿Hasta qué punto es este comportamiento tan
importante si gran parte de la producción mundial está controlada por
empresas estadounidenses que operan en el exterior y los beneficios se
repatrían a Estados Unidos? Hasta cierto punto esto es así, pero también
es un hecho que empresas no estadounidenses dominan muchas ramas
industriales importantes: «nueve de los diez mayores productores de
electrónica y equipo eléctrico; ocho de los diez mayores productores de
vehículos a motor e instalaciones eléctricas y de gas; siete de las diez
mayores empresas refinadoras de petróleo; seis de las diez mayores
empresas de telecomunicaciones; cinco de las diez mayores firmas
farmacéuticas; cuatro de las seis mayores empresas químicas...». Además,
en 2000 sólo veintitrés de las «cien principales empresas, según sus
activos colocados en el extranjero [...] eran estadounidenses», y «en
2001 sólo el 21 por 100 de la inversión extranjera directa era
estadounidense, frente al 47 por 100 en 1960» . Las empresas
industriales basadas en Estados Unidos simplemente no mantienen la
posición predominante que tenían en otro tiempo. Cierto es que repatrían
beneficios sustanciales de sus inversiones en el extranjero y aprovechan
financieramente los menores costes laborales en otros países. Pero las
empresas extranjeras que operan en Estados Unidos también repatrían
beneficios y eso equilibra en parte la balanza global. ¿Se ven
compensadas las pérdidas de puestos de trabajo en Estados Unidos por el
aflujo de elevados beneficios a las empresas con sede en Estados Unidos?
Posiblemente. Pero esos beneficios repatriados van a parar a los que ya
son ricos y significan poco o nada para el resto de la población,
consolidando así el increíble desequilibrio de clases que ya muestra la
estructura social estadounidense. Gran parte la población de Estados
Unidos depende cada vez más de los hábitos de consumo del estrato que
disfruta de mayores ingresos, lo cual genera un cúmulo de empleos poco
retribuidos en el sector servicios, esto es, una especie de clase
sirviente para los más ricos que dominan económica y políticamente el
país mediante sus contribuciones a las campañas electorales. Además,
parte de estos empleos en los servicios se están desplazando ahora al
exterior. La India (a la que no dediqué suficiente atención en mi
presentación original) está arrebatando rápidamente a Estados Unidos
esos empleos, desde la producción de software y los servicios de
asistencia informática hasta la venta de billetes de avión y los
servicios de facturación para empresas y gobiernos.
La dependencia de la producción (y los servicios) efectuada en el
extranjero conlleva cierto riesgo porque exige una notable estabilidad
geopolítica o la capacidad de Estados Unidos para aplastar militarmente
los eventuales disturbios y conmociones en otros países. Por ejemplo, si
estallara un conflicto militar entre China y Taiwán, ¿qué le sucedería a
la oferta de artículos industriales en el mercado estadounidense? Hasta
el complejo militar-industrial depende del Este y Sureste de Asia en
cuanto a los chips para ordenador. Además, las fuerzas gemelas del
cambio tecnológico y la transferencia de puestos de trabajo al
extranjero ha ejercido un impacto terrible sobre las perspectivas de
empleo en Estados Unidos. Aproximadamente el 40 por 100 de los 2
millones de empleos perdidos en Estados Unidos durante los últimos tres
años se ha debido al crecimiento de la productividad de su economía . El
desempleo inducido tecnológicamente y la inseguridad en el trabajo ha
venido creciendo desde hace tiempo en la economía estadounidense (en
general, durante la década de 1990 ), mientras que la pérdida de puestos
de trabajo a favor de su creación en el exterior suponía tan sólo el 30
por 100 (el resto se debe simplemente a la situación de recesión). Estas
fuerzas siguen desempeñando un importante papel y explican la
«recuperación sin aumento del empleo» que se está produciendo ahora en
Estados Unidos. El declive relativo de la capacidad industrial supone, a
mi parecer, una seria erosión del poder global estadounidense en el mundo.
Otra cuestión igualmente complicada es la del irrefrenable consumismo
estadounidense. Proporciona una ventaja sustancial a Estados Unidos en
las negociaciones comerciales bilaterales, ya que el acceso privilegiado
al enorme mercado estadounidense tiene una gran importancia para
economías más pequeñas (como las de Chile o Taiwán). Estados Unidos ha
utilizado repetidamente ese poder, más que la OMC, para conseguir sus
objetivos (yo apostaría a que unas cuantas sentencias condenatorias más
contra Estados Unidos como la de las tarifas aduaneras sobre el acero
pueden llevar a Estados Unidos a abandonar la OMC del mismo modo que
abandonó el acuerdo de Kyoto sobre el cambio climático en favor de la
negociación bilateral). La dependencia del resto del mundo del mercado
estadounidense es ciertamente un rasgo importante de las relaciones de
poder globales, pero el reciente incremento del consumismo
estadounidense se ha basado casi enteramente en un incremento paralelo
del endeudamiento. Ha hecho descender prácticamente a cero la tasa de
ahorro doméstica (quizá hasta sea negativa si tenemos en cuenta la
refinanciación de las deudas hipotecarias a raíz del aumento de valor de
las viviendas). También ha sido muy marcadamente clasista, ya que
depende cada vez más de los hábitos de consumo del 10 por 100 más rico
de la población estadounidense, que es donde se concentran de forma
desproporcionada la riqueza y la renta. El hábito de gastar más allá de
los propios medios desempeñó un papel crucial en el mantenimiento a
flote de la economía estadounidense durante la reciente recesión y sigue
impulsando la recuperación estadounidense . La generosa disminución de
la presión fiscal, que aumentó la capacidad de consumo en el verano de
2003, se agotó casi inmediatamente, produciendo un fuerte estímulo
económico que la Administración espera que dure hasta las elecciones de
otoño de 2004. ¿Pero cuánto puede durar ese consumismo financiado
mediante el endeudamiento?
El prodigioso incremento del endeudamiento es el núcleo del problema
estadounidense. El panorama financiero de Estados Unidos sigue
deteriorándose sin freno. El endeudamiento personal sigue creciendo, los
déficit que registran los presupuestos públicos a todos los niveles de
la Administración implican un asalto contra las inversiones y los
servicios públicos, mientras el sector privado, como siempre, se queda
con la parte lucrativa que pone en sus manos el gobierno y deja que el
resto se hunda. La Administración federal está recurriendo a niveles
inauditos de irresponsabilidad presupuestaria, e incluso si se prolonga
la tibia recuperación económica actual parece inevitable que de seguir
con la política actual se producirá una situación de grave crisis
presupuestaria en la próxima década. Las políticas presupuestarias de la
Administración de Bush parecen incomprensibles a menos que se entienda
como un impulso deliberado por parte de los ideólogos neoconservadores
para conducir deliberadamente toda la estructura de financiación pública
a una crisis tan enorme que el gobierno se vea obligado a renegar de
todas sus obligaciones sociales (como la Seguridad Social y Medicare),
lo que satisfaría su proyecto de contraer el poder gubernamental
(excepto en lo que se refiere al ejército) hasta el punto de que «quepa
en un vaso de agua» . Como han señalado muchos observadores, el
desbocado crecimiento actual del déficit no puede mantenerse sin llegar
a una situación de quiebra o sin caer en un estado crónico de
dependencia de la generosidad extranjera. Ya en este momento un 40 por
100 de los bonos del Tesoro estadounidense y una quinta parte de los
activos de Wall Street están en manos extranjeras. Me equivoqué al
situar el aflujo cotidiano de capital para equilibrar el balanza por
cuenta corriente estadounidense en 2.000 millones de dólares; en este
momento sólo llega a 1.500 millones, ¡pero sigue creciendo! Cuando el
secretario del Tesoro John Snow visitó China recientemente, su objetivo
declarado era el de convencer al gobierno chino para que revaluara su
moneda reduciendo así su ventaja competitiva en el comercio global. En
realidad sin embargo, según sospechaban muchos comentaristas, Snow fue a
rogarle que empleara su superávit para financiar el déficit
estadounidense. La única alternativa consistiría en utilizar el poder de
señoreaje estadounidense para pagar su deuda en dólares devaluados, pero
eso significaría el desencadenamiento de la inflación en Estados Unidos
y un colapso del dólar en los mercados internacionales mucho más serio
que su actual pérdida de valor frente al euro. En este terreno el
colapso del poder estadounidense parece inminente, a menos que se
produzca un viraje radical que se aleje de la actual trayectoria suicida
que el gobierno parece empeñado en seguir. Un cambio de régimen en
Washington podría suponer, al menos en esa cuestión, una diferencia
sustancial.
Finalmente, hay quien mantiene complacido en que la recuperación de la
economía global se debe precisamente al consumismo estadounidense, pero
economías tan diversas como las de Chile, Japón, Australia, Alemania y
hasta la de la India se están recuperando en gran medida debido a la
gran demanda de las inversiones infraestructurales chinas (la tasa anual
de aumento de la inversión en capital fijo llegó al 25 por 100 en 2003).
Hasta la industria estadounidense se ha beneficiado de la demanda china
de equipo para el movimiento de tierras. El superávit chino por cuenta
corriente (invertido cada vez más en bonos del Tesoro estadounidense y
que financia, por lo tanto, parcialmente la máquina militar
estadounidense) es cada vez mayor (el superávit comercial frente a
Estados Unidos ha aumentado desde menos de 10.000 millones de dólares en
1990 a más de 100.000 millones en 2002). Su asombrosa tasa de
transformación y crecimiento (estimada en un 8,5 por 100 en 2003), aun
acompañada por extraordinarias tensiones internas, ha sido decisiva para
el crecimiento global que se ha verificado durante los últimos diez años
y China domina ahora la totalidad del Este y Sureste de Asia como
potencia hegemónica regional con enorme influencia global. Las
importaciones chinas de productos provenientes de otros países asiáticos
vienen creciendo a tasas pasmosas, habiéndose llegado a duplicar en los
últimos dos años la proporción de las exportaciones de éstos dirigidas a
China, que se ha convertido en el principal destino de las procedentes
de Corea del Sur y Taiwán. Por otro lado, China rivaliza con Estados
Unidos en el mercado de las exportaciones japonesas . Su sed de petróleo
es también muy evidente. China es ya el segundo importador de crudo
después de Estados Unidos, y de mantener su actual tasa de crecimiento
el consumo chino de petróleo igualará al de Estados Unidos en 2020, con
consecuencias potencialmente catastróficas para el cambio climático
global. La lucha geopolítica para controlar los campos petrolíferos de
Oriente Próximo parece de largo alcance (lo que explica la renuencia
estadounidense a ceder a la ONU el control de la catástrofe iraquí). Así
pues, ¿de qué seguridad energética a largo plazo estamos hablando? ¿De
la estadounidense o de la china? Todo el mundo debería estar de acuerdo
en la importancia de este último punto.
La situación de la economía china, está sin embargo cuajada de peligros.
Hemos sabido con sorpresa que desde 1995 ha habido una pérdida neta de
puestos de trabajo en el sector industrial debido al cierre de muchas de
las empresas municipales y comarcales de los «cinturones decrépitos» que
rodean Pekín y Shangai y a que los nuevos sistemas de producción que se
están aplicando son menos intensivos en fuerza de trabajo. China ha
absorbido más empleos anteriormente existentes en los sectores
industriales de Japón, Corea del Sur, México y otros lugares que
procedentes de Estados Unidos. En las maquiladoras que balizan la
frontera norte de México se han perdido durante los últimos dos años
cerca de 200.000 puestos de trabajo, y todos ellos han sido absorbidos
por China. Pero las enormes inversiones infraestructurales emprendidas
en este último país están arrastrando tras de sí gran parte de la
economía global y dado que es una tesis económica bien demostrada que
inversiones de este tipo, aunque se financien mediante el endeudamiento
(y sean, por lo tanto, en cierta medida especulativas), son más eficaces
para estimular el crecimiento conjunto que el recurso al consumismo ,
debería estar claro para todos qué país está encabezando en este momento
la recuperación global. Y no se trata de Estados Unidos. El
desplazamiento de poder hacia China y más en general hacia Asia (en la
que la India está emergiendo ahora como un protagonista mucho más
fuerte) se está acelerando más que frenando, siendo el único
interrogante hasta qué punto puede mantener su actual tasa de crecimiento.
Entretanto, el panorama geopolítico está mostrando una considerable
inestabilidad. Las alianzas, que se modifican rápidamente, tienen
todavía que asentarse (si es que llegan a hacerlo) en una configuración
estable que supere el escenario de la Guerra Fría. La red de acuerdos
flexibles en el Este y Sureste de Asia parecer ir consolidándose en
torno a China (aunque a regañadientes en algunos casos) . Es muy
significativo que cuando Bush recorrió recientemente la región su visita
se vio absolutamente ensombrecida por la presencia del primer ministro
chino, Wen Jiabow. En el seno de Europa se mantienen las diferencias,
aunque hay algunos signos de convergencia en torno a la política
económica e incluso militar. La reevaluación del euro frente al dólar
(que por el momento es del 25 por 100) sugiere un incipiente desafío al
papel del dólar como única moneda de reserva global. Sigue adelante el
acercamiento entre Francia, Alemania y Rusia, con el tácito apoyo de
China. El surgimiento en la conferencia de Cancún de una coalición
táctica encabezada por China, India, Sudáfrica y Brasil, insistiendo
frente a la Unión Europea, Estados Unidos y Japón en una mayor apertura
comercial, en particular en relación con los productos agrícolas, abre
un nuevo frente en la confrontación geopolítica, y el acercamiento que
parece estar fraguándose entre China y la India también augura un
importante desplazamiento del equilibrio de poder en el mundo. Estados
Unidos, aunque todavía ejerce una influencia sustancial, no puede
aspirar al poder abrumador que tuvo en otro tiempo para configurar
alianzas globales en su propio beneficio. Trastornos impredecibles en
Estados inestables como Pakistán o Arabia Saudí podrían fácilmente
convertirse en importantes dislocaciones globales. Allí donde en otro
tiempo Estados Unidos dominaba sin el menor problema, ahora tiene que
trabajar duro para mantener su declinante influencia. Esto es
particularmente evidente en América Latina, donde el presidente
brasileño Lula, con el apoyo del argentino Kirchner, encabeza una
reconfiguración de la política hacia la izquierda, y donde una
revolución en Bolivia ha derrocado a un presidente que pretendía un
nivel más alto de integración económica global.
Conviene en cualquier caso prestar mucha atención a la inestabilidad
actual. Históricamente hemos visto fases de estabilidad relativa (por
ejemplo, durante gran parte de la Guerra Fría) seguidas por fases de
gran incertidumbre en las que pueden producirse todo tipo de rápidas
reconfiguraciones y realineamientos. Durante esas fases es muy difícil
predecir el resultado. ¿Quién había predicho una guerra intercapitalista
en 1928? ¿Quién habría predicho el repentino colapso de la Unión
Soviética (por añadidura, sin confrontación militar) en 1985? ¿Quién
habría predicho hace cuatro años la reciente guerra contra Iraq? Acerca
de las predicciones meteorológicas se dice que si afirmamos que el
tiempo será mañana poco más o menos como el de hoy acertaremos casi
siempre. El paisaje también está sujeto a ritmos estacionales
predecibles, pero de repente llega un huracán y todo cambia. Estamos en
un período de huracanes en las relaciones geopolíticas globales, y
Estados Unidos es muy vulnerable. Hasta su cacareado poderío militar
está en cuestión. Estados Unidos puede dominar gracias a su potencia
destructiva accionada por control remoto, pero no dispone de la voluntad
ni de los recursos para mantener una ocupación militar a largo plazo sin
recurrir a reservistas que cada vez tienen menos ganas de ir de Iraq (en
particular porque los movilizados sufren serios recortes en la paga y en
algunos casos no cobran los últimos meses). Pero ahí es donde entra en
juego el permanente estado de inseguridad. Si se estableciera la paz en
todas partes, Estados Unidos no podría persuadir a nadie, ni dentro de
sus fronteras ni fuera, de la necesidad de su presencia militar.
Evidentemente, en el mundo hay demasiadas tensiones, rivalidades y
conflictos como para suponer probable ese establecimiento de la paz.
Pero la gran pregunta que tenemos que hacernos es si la interferencia
estadounidense es parte de la solución o parte del problema.
D. H.
Nueva York, 10 de diciembre de 2003
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