[unomada-info] Militancia y excitación, o cómo nosotros solos constituimos la mu ltitud

unomada-info en listas.sindominio.net unomada-info en listas.sindominio.net
Mie Jun 29 20:50:38 CEST 2005


Abstract: Lo que sigue es la reseña crítica de la obra
titulada 13- M. Multitudes on-line Víctor F. Sampedro
Blanco (ed.) Madrid, Los Libros de la Catarata, 2005.
ISBN: 84-8319-213-6. Publicada originalmente en la
Biblioweb de sinDominio.

http://sindominio.net/biblioweb/pensamiento/mario.html


Militancia y excitación
o cómo nosotros solos constituimos la multitud
Mario Domínguez Sánchez*
Junio de 2005

Tal vez sea el aburrimiento que genera el juego político
institucionalizado tendente al electoralismo más banal, o
la tediosa e indiferente alternancia bipartidista, o la
misma desustancialización y pasividad política de la
ciudadanía1 convertida en una masa de votantes, lo que ha
llevado a sobredimensionar la relevancia de ciertos
acontecimientos de movilización social. También, por qué
no decirlo, ha contado la excitación, acompañada a veces
de un cierto tono narcisista,2 que supone haber
participado directa o indirectamente en ellos. Eso explica
la publicación, de un tiempo a esta parte, de un puñado de
libros de diferente calado y propósito sobre los
acontecimientos que siguieron al atentado del 11 de marzo
de 2004 y que curiosamente se consideran culminados con el
supuesto vuelco electoral.3 En esta línea se inscribe el
presente volumen que comentamos editado por Víctor F.
Sampedro en la editorial Los Libros de la Catarata. Con un
encomiable esfuerzo de trabajo empírico, su propósito
inicial se dedica, como se indica en el capítulo que lo
abre, a intentar desmontar la tesis conspirativa y, a
diferencia de otros que reviven metáforas revolucionarias
o padecen de una fuerte tecnofilia, rastrea las
movilizaciones previas que van desde la crisis del
Prestige o la oposición a la guerra de Irak para explicar
las jornadas posteriores a dicho atentado y que desembocan
en las elecciones que llevaron la victoria de la oposición
institucional. Pero en realidad la tesis que se desliza en
los múltiples artículos que firma su editor es que el 13
de marzo fue un acto de desobediencia civil donde «una
parte sustancial de la ciudadanía recobró su voz y al día
siguiente la trasladó a las urnas» (p. 17).

En líneas generales, y como todo producto de una
compilación, en este caso de nueve capítulos realizada por
diversos autores, el libro en cuestión tiende a la
irregularidad. Máxime si tenemos en cuenta la
desarticulada estructura general achacable a la poca
presteza de la coordinación y la sensación de
apresuramiento en cuanto al montaje. Así nos encontramos
con que los artículos tienen contenidos solapados o
pierden el hilo argumental, o bien no son congruentes
entre sí, ni mantienen el mismo enfoque ni persiguen las
mismas tesis; y por ello veremos desfilar artículos
basados en análisis cualitativos con curiosas innovaciones
metodológicas, otros de análisis cuantitativo de contenido
de noticias, con otros cuantitativos con datos secundarios
y por último otros de carácter más teórico. No obstante
esta dispersión, que en principio debería ser
enriquecedora, no lograr cubrir todos los ángulos
posibles: existe una tendencia a concentrarse en los
aspectos mediáticos y comunicativos, tal vez por la
procedencia académica e investigadora de los autores; o a
centrase movilización en la calle, pero hay poca
dedicación a otros aspectos territoriales que superen el
ámbito madrileño, o a aspectos de carácter económico, a
otros ámbitos de lo político, o vinculados a la situación
internacional, etc. En cualquier caso, los diferentes
artículos aparecen más o menos unidos por el análisis
empírico de las movilizaciones del 13-M en Madrid, aunque
su caracterización teórica final adolece de un cierto
sesgo ensayista en tanto que el concepto que da título al
volumen, esto es «multitudes on-line», no se sigue en
absoluto de los capítulos, por lo que parece más bien
responsabilidad exclusiva del editor Víctor F. Sampedro
que es quien lo firma. El libro se acompaña, entre otras
cosas, de un CD con un documental «4 días de marzo» que
trata de ilustrar en parte lo que puede leerse en el libro
aunque se queda en lo anecdótico de las crónicas
periodísticas, y de imágenes inéditas de las
manifestaciones convocadas en esa fecha.

Desde el punto de vista metodológico cabe cuestionar los
diferentes capítulos que utilizan técnicas cualitativas de
producción de datos a través de grupos de discusión. Ya
sabemos que se trata de una técnica que busca no la
representatividad sino más bien la significación de los
datos producidos, pero ello no es óbice para alcanzar una
cierta dispersión de la muestra, así como un número mínimo
de grupos realizados. Dichos criterios no se cumplen en
ninguno de los casos y en ocasiones asistimos a deslices
metodológicos y epistemológicos graves. Así, en el
capítulo dos se nos indica que se han formado «cuatro
grupos homogéneos» compuestos por estudiantes de las
licenciaturas de Comunicación de la Universidad Rey Juan
Carlos. La comodidad de utilizar a los propios alumnos va
en este caso reñida con el necesario carácter artificial
de todo grupo de discusión, por no hablar del dislate
producido en el diseño muestral, y permite anotarse un
tanto a aquellos que propugnan que las metodologías
cualitativas son propias de una actitud perezosa. Cabe
además añadir que se plantea como novedad metodológica lo
que no constituye sino una aberración -los grupos de
discusión tipo panel-, aunque bien mirado, dado que los
grupos constituidos son naturales, esta tergiversación
acaba por no notarse.

La mala conciencia de este apresuramiento no se disuelve
al apelar a «un cierto equilibrio de voces ideológicas y
una proporción entre sexos que reproduce con bastante
fidelidad su presencia en las titulaciones universitarias
de Comunicación», puesto que de esta argumentación lo que
se deduce es un despropósito: que la variable principal
del trabajo de campo es precisamente ser estudiante de
Comunicación. Tampoco se diluye esta ligereza al constar
el «significado y relevancia social» de dichos grupos,
puesto que «estos jóvenes eran el principal objetivo (en
el sentido de blanco, target) de la convocatoria del 13-M,
el sector social más proclive a tomar parte en la
desobediencia civil» (p. 30). ¿Cómo sabemos esto?, ¿por
qué son el grupo más proclive a la desobediencia? Para
responderlo no queda otra solución que apelar a la ciencia
infusa o a la intuición militante, aspectos que volverán a
aparecer en sucesivos capítulos cuando se indique por
ejemplo que estos grupos «reflejan el peso de los sectores
más proclives a la crítica y la movilización social y, por
tanto, a organizar o secundar el 13-M en Madrid». Lo
curioso estriba en que ni siquiera dicha presunción se
cumple de manera significativa por las respuestas dadas
por los participantes en tales grupos, aunque da la
sensación de que eso es lo de menos: basta con encontrar
en aquellos que efectivamente se han movilizado las claves
que coinciden con los motivos esgrimidos por los
analistas, lo cual acarrea que el discurso sobre el objeto
sea una simple proyección de una relación inconsciente con
el objeto que obliga a éste a ser más o menos de lo que
realmente es. Este subjetivismo se plasma substancialmente
en el análisis de las posiciones definidas por los grupos,
ante todo las de aquellas más cercanas a la posición de
los investigadores, de modo que se alcanza una confusión
interesada entre lo que el grupo dice y las tesis de estos
últimos y que no es otra sino interpretar el 13-M como una
reacción extrema en forma de desobediencia civil iniciado
por la izquierda social ante un abuso de poder que parecía
intolerable o bien como denuncia del fraude informativo.
Podemos hasta estar de acuerdo con dicha tesis, pero no
que se deduzca de un trabajo de campo realizado del modo
antes descrito, puesto que el análisis de dicho trabajo,
que no las citas de los participantes, al resultar
redundante con las tesis sostenidas desde el principio
arroja dudas de subjetividad sobre dichas tesis que
aparecen encerradas en una autorreferencialidad sin el
efecto crítico pretendido.

De ahí que surjan múltiples interrogantes que nunca se ven
respondidos: ¿por qué se puede considerar una movilización
inusual hasta entonces en una democracia?, ¿por qué el
colapso del sistema político e informativo de la última
legislatura tiene como pobre resultado un mero cambio de
gobierno dentro de un rígido sistema de partidos donde la
alternativa bipartidista es la regla?, ¿por quiénes fueron
respaldadas las concentraciones de la tarde del 13-M?,
¿existía tan claramente la conciencia de que cumplían «las
funciones democráticas de la desobediencia civil»? Más
bien parecen constituir alegatos metateóricos de los
autores, puesto que a los jóvenes objeto de la
investigación no se les concede en sus actos políticos
(como el voto) sino «factores más instrumentales y
racionales que ideológicos» según la discutible hipótesis
de J.J. González y O. Salido («El voto de los jóvenes»,
2003). De esta forma, si en su decisión electoral
caracterizada a través del «voto instrumental» influyeron
poco factores como la simpatía, la proximidad ideológica o
la lealtad y pesó más bien el cálculo estratégico, la
actitud vigilante de los responsables políticos, ¿por qué
el abuso de poder del partido gobernante no llevó a una
movilización masiva el 13-M?, o por el contrario, ¿por qué
se identifica su voto simplemente como «de castigo» y no
contiene unas orientaciones más «instrumentales y
racionales» que ideológicas? Creemos que se trata de la
mala unión de unas perspectivas teóricas, por lo demás
problemáticas, con los deberes no resueltos del trabajo de
investigación.

El capítulo tercero utiliza por su parte sólo tres grupos
de discusión escogidos en principio a partir de un rango
más amplio (que corresponde no obstante al ámbito docente
de los autores) y siguiendo otros criterios: votantes por
vez primera en elecciones generales, su relación con las
nuevas tecnologías (no se indica cómo se mide este factor)
y su condición universitaria para la cual se invoca, con
cierta humildad, a que se trata de un sector de la
juventud «supuestamente concienciado con el debate
público». Entre las conclusiones, que tal vez constituyan
uno de los planteamientos más sugerentes del libro, se
destaca una secuencia de condiciones propicias a la
movilización que rechaza el determinismo tecnológico y que
nos previene contra la tentación «tecnofílica» de
sobredimensionar la eficacia y el alcance de las nuevas
tecnologías de la comunicación, puesto que la
trivialización de la tecnopolítica podría desembocar en
una pura autorreferencialidad (vid. asimismo p. 178). A
pesar de evitar dicho determinismo, a la hora de abordar
el detonante principal de las movilizaciones, esto es la
frustración generada por la manifestación oficial del 12-M
por cuanto supuso de apropiación política por parte del
Gobierno (p. 74), dicho motivo no coincide con las tesis
de los capítulos precedentes ni tampoco con la de muchos
de los capítulos posteriores, ni se conjuga con las
movilizaciones en otros lugares como en Barcelona donde sí
se expresaron los sentimientos de descontento en la
manifestación oficial. Cabe pues preguntarse, si el
condicionante esencial en Madrid y Barcelona se contrapone
(frustración de sentimientos vs. expresión de los mismos),
¿cómo se deduce el mismo resultado, la movilización del
13-M?

En el capítulo cuarto, dedicado al análisis del núcleo
activista, la omisión de los criterios metodológicos de la
técnica del grupo de discusión llega al paroxismo por
cuanto se convoca ¡un único grupo! de cinco personas, dos
de cuyos miembros son ¡los propios investigadores! Aquí ya
no se puede argüir una proyección consciente y por tanto
manipuladora de los investigadores sobre el objeto, sino
de una proyección absolutamente consciente, hasta el punto
de que es el mismo debate, sin análisis de discurso y en
su secuencia prácticamente lineal, el que queda plasmado a
lo largo del capítulo a través de citas que abarcan
páginas enteras. Tal vez se corresponde a un criterio
metodológico militante que se filtra en muchos de los
capítulos tal como luego se explicita: «estuvimos, estamos
inmersos en los acontecimientos que investigamos» (p.
289). De nuevo, podemos incluso apreciar positivamente lo
que de sustantivo tienen los planteamientos desgranados:
el proceso de aprendizaje colectivo de las movilizaciones,
la valoración crítica del comportamiento de los partidos
institucionales, la incidencia política (no necesariamente
medida en términos electorales) de la movilización social.

Todo eso está muy bien, pero hay tal vez un exceso de
retórica comprometida al uso, plena de descripciones
heroicas del «No a la guerra» con una fórmula fuertemente
madrileñista por lo que tiene de etnocentrismo localista
presente en la autoexplicación cómplice de los partícipes
que a veces semeja al de militantes de un paraíso perdido
que confunden la rebelión con la pretensión. Hay también
en el relato del grupo una anticipación de las
valoraciones al uso dentro de la militancia de aquello que
se estudia, pero siempre se plantea el análisis de tales
procesos desde su condición de militantes. Cabría recordar
que el pensamiento crítico no es crítico porque condene a
priori los efectos sobre las personas de los fenómenos y
procesos que decide estudiar. Lo es porque piensa las
raíces de la consistencia de lo real, muestra la relación
entre lo vivido y los procesos de carácter general que son
radicalmente sociales e históricos. Así, al localizar la
condición de posibilidad de los fenómenos, señala los
espacios para una acción eficaz y transformadora. De todas
formas, el mayor problema de dicho análisis, aplicable en
diverso modo a los anteriores capítulos, sigue siendo ¿por
qué la molestia en realizar todo este trabajo de campo
apresurado y torpe si no es para lograr una legitimación
objetivante de las tesis que sostienen sus autores?

Los capítulos quinto y sexto se plantean un análisis
cuantitativo de los medios de comunicación comparando las
audiencias en informativos televisivos, las visitas a
medios digitales de los grandes medios de comunicación
(prensa escrita, digital y radio) con las visitas a medios
de «contra-información» y «de carácter alternativo»
(aspectos que nunca quedan bien delimitados), 4 y dado que
estas últimas aumentan proporcionalmente más que las
primeras se concluye que hemos asistido a un «climax
inesperado», a la «parálisis de la esfera pública central»
y por tanto a la «deliberación celérica desde la
periferia» que escoge a su propio público caracterizado
por «a) un grado de implicación en los asuntos políticos
por encima de la media; b) su facilidad para ejercer de
`líderes de opinión' en su entorno; y c) un sano
escepticismo, en sentido amplio, respecto del periodismo
convencional» (p. 147).5 En cualquier caso el problema no
es tanto la falta de explicación de tales presupuestos,
sino las cifras totales y no los aumentos porcentuales, lo
cual echa por tierra la supuesta parálisis de la esfera
pública central. ¿Cómo es posible comparar durante los
días 11 y 14 de marzo las audiencias millonarias de los
informativos televisivos superiores a los tres millones de
televidentes, o la influencia de medios digitales como El
Mundo, ABC, El Periódico, El Correo o la Cadena Ser con
millones de páginas visitadas; con el incremento de unos
pocos centenares de visitas de las weblogs a un par de
miles, o de unos pocos miles de visitas en medios de
contra-información a su doble? Que los medios
convencionales no movilizaron la supuesta «opinión
discursiva crítica» (cuya nueva definición parece ser algo
así como «la nuestra», propia de un público «activista»,
«interesado en trascender el plano comunicativo», vid.
nota 4) es obvio y para ello no hace falta remitirnos al
13-M. Pero resulta inverosímil, con las cifras aportadas,
que eso haya supuesto una alteración de «la esfera pública
para generar un nuevo proceso de formación de opiniones»
(p. 119); a no ser que se redefina el concepto de esfera
pública, aunque no parece el caso puesto que después, para
caracterizar las exclusiones sobre el concepto sinónimo en
términos comunicativos, el espacio público parece
reducirse a los principales periódicos y medios
convencionales. De todos modos, ¿cuál es la situación
posterior de esa «esfera pública periférica» de carácter
alternativo, contrainformativo y no institucional?, ¿han
logrado consolidarse aquellos espectaculares aumentos para
superar el espacio del «público activista» incondicional y
lograr la «alteración de la esfera pública»?, ¿han
proliferado las esferas públicas periféricas
complementarias e incluso contrapuestas a la comunicación
convencional? Dado que la respuesta a estas preguntas es
negativa, el problema no es directamente achacable a dicha
esfera pública periférica, sino a lo teatral de las
afirmaciones aquí vertidas.

El capítulo séptimo parece continuar el análisis de los
medios alternativos pero en realidad, así lo indica desde
el principio, se trata de una «reivindicación» que reclama
para las redes sociales «el protagonismo de la
concentración que mantuvo rodeadas --durante horas-
algunas sedes y muchas conciencias en la jornada de
reflexión de las elecciones generales» de marzo (p. 183).
Lo curioso es que no se vuelve a hablar de las redes
sociales hasta el final, y que a pesar de una considerable
producción de datos cuantitativos ni se analiza su
relación con dicha movilización, ni menos aún la
alteración de las conciencias en cuanto al voto. En
realidad la parte central del artículo se basa en un
análisis de las noticias aparecidas entre los días 11 y 13
de marzo de 2004 en cuatro medios «alternativos»: dos
contra-informativos (publicaciones moderadas a cargo de un
equipo editorial, de uno de los cuales forman parte los
autores) y dos herramientas de publicación abierta, que
aunque se consideran los más consultados no lo son --no se
nos proporciona ninguna cifra al respecto, pero basta con
ver la tabla 5.12 (p. 156).

Más allá del sesgo de elegir estos cuatro medios, el
problema del análisis comienza pronto en la selección de
categorías utilizadas para identificar los artículos
publicados: no son exhaustivas ni excluyentes pues
albergan espacios de significación comunes, algunas son
explícitamente ambiguas,6 y en cualquier caso de dudosa
aplicación a las noticias, puesto que muchas de estas
últimas por su simple extensión e intensidad se podían
calificar con varias categorías. Se trata además de un
criterio cuantitativo tosco, que no califica a una noticia
a través de un análisis de discurso o contenido, sino a
través de una etiqueta que identifica todo su contenido
independientemente de la intensidad o razones que en él se
aduzcan. Problema también grave es la proliferación de
categorías (hasta 14) para establecer una taxonomía sobre
363 noticias en cuatro medios y a lo largo de tres días
(14 x 4 x 3 = 168 casillas posibles) con lo que las cifras
absolutas en cada casilla son mínimas y su variación
porcentual, máxima. En realidad todo esto ha servido para
comenzar una valoración muy positiva de lo propio (Nodo50)
y una descualificación de Indymedia Madrid la cual, desde
el principio y dado su bajo nivel de actividad en forma de
mentira prudente, queda calificado como medio no
«atractivo para las grandes organizaciones», o que su
crítica al Gobierno y al Partido Popular es más débil
porque aparecen menos noticias que caigan bajo esta
categoría.

Tras un primer acercamiento y descontentos los autores por
la poca claridad de los resultados, se establece un
reagrupamiento de las categorías sobre tres nuevas
etiquetas: «supera el bloqueo mediático», «reproduce el
bloqueo mediático» y «elemento neutro» que cabe considerar
discutible. En principio porque se da por establecido un
«bloqueo mediático» que no parece seguirse ni siquiera en
todos los medios convencionales, al menos durante los tres
días analizados. Además estas nuevas categorías actúan
como una simplificación íntegra de lo ya previamente
simplificado en la calificación de las noticias. Por
último porque se utilizan las tácticas propias del
gerrymandering político7 para agrupar, de nuevo en
reductivos términos cuantitativos, y en torno a la
despreciada y despreciable «reproducción del bloqueo
mediático» a las categorías que casualmente correspondían
a uno de los medios alternativos. Ello lleva a la renovada
descualificación de Indymedia Madrid como una mala
«herramienta [...] dentro del ámbito político y
comunicativo en el que convive» que aporta poco a la
reflexión crítica que desembocó en el 13-M.

Hasta aquí la manipulación técnica de los datos puede
pasar más o menos desapercibida para una mirada profana,
pero insatisfechos los autores con esto, lo que viene a
continuación es un ejemplo evidente de deshonestidad
intelectual al establecer un sesgado paralelismo entre el
artículo de Fernando Savater publicado en El País el 12 de
marzo y el supuesto carácter «emotivo-instrumental» de
Indymedia Madrid, debido a que como indica la nota 17 o se
repite después en la página 222, el propio hijo de
Fernando Savater es miembro activo del colectivo editorial
de este medio, lo cual explica que se le presente como «un
colectivo permeable (desde su propio núcleo dirigente) a
la presión mediática del Gobierno» del PP. El tono
rencoroso del capítulo y la mala fe que destila esta
acusación se podría volver contra los propios autores,
pero lo mejor será no caer en una falacia ad hominem
semejante a la que ellos lanzan.

El resto del artículo vuelve a insistir en una curiosa y
patética propuesta que invierte, pero al mismo tiempo
participa de, la imputación cainita del Ministro del
Interior del momento: aquí sería que quien el día 11-M
apuesta por la autoría de ETA no sirve a los intereses de
la causa alternativa. Y por otra parte se reproduce la
casuística madrileña de la convocatoria de la movilización
del 13-M aunque sólo parece tenerse una constancia
narcisista de los acontecimientos vividos. Por último, las
conclusiones no se siguen del análisis realizado, por lo
que se nos antojan no como conclusiones, sino como
preguntas sin resolver: ¿por qué son estos medios los que
rompen el bloqueo informativo?, ¿hubo tal bloqueo todos
los días?, ¿por qué conforman «un ejercicio responsable de
militancia cívica»?, ¿cómo se han identificado sus
públicos específicos de redes sociales activas movilizadas
en torno a un ciclo de protestas y que culmina con «el
ciclo de la antiglobalización»?, ¿cómo se puede hablar de
la apertura de la estructura de oportunidad política si
desemboca en unas elecciones generales convencionales con
alternancia bipartidista?, ¿se han analizado el resto de
medios de comunicación para hablar del «cierre de la
estructura de oportunidad mediática en medios
convencionales?, ¿o se trata, todo ello, de mera retórica?

Los dos últimos capítulos, unidos conceptualmente al
capítulo primero, y firmados además por el editor del
libro Víctor F. Sampedro, siguen el ciclo de
movilizaciones y se adentran en la obsesión por la
desobediencia civil que identifica aquello recurrente o
bien intencionado en forma de brote más o menos espontáneo
y que participa plenamente de la ideología ciudadanista.
Como indica Alain C. «Por ciudadanismo entendemos en
principio una ideología cuyos rasgos principales son 1) la
creencia de que la democracia es capaz de oponerse al
capitalismo 2) el proyecto de reforzar el Estado (o los
Estados) para poner en marcha esta política 3) los
ciudadanos como base activa de esta política». Todos estos
rasgos aparecen, si seguimos a Sampdro, en la «multitud on
line» de aquella semana aunque con rasgos en ocasiones
esotéricos y siempre antropomórficos, como cuando se
afirma se «la multitud se autoconvocó» (p. 259), o que la
desobediencia civil (característica esencial de la
coyuntura de aquella multitud) «sopesa no vulnerando la
legalidad más que lo estrictamente necesario» (p. 269).
Cabe preguntarse de qué actores se habla para atribuirles
un predicado activo, pero sin parar mientes en eso y para
demostrar que son identificables y hasta cierto punto
equiparables, pues a fin de cuentas se trata de la
representación social de un drama, se les pueden incluso
imputar intereses. Así en la tabla 8.5 (p. 264), aparecen
los cinco actores principales (gobierno, medios
convencionales, oposición, terroristas y convocantes --de
las manifestaciones del 13-M) y «sopesan» las utilidades
de sus intereses, en la forma de un superficial juego de
rol: así el gobierno quería triunfar en las elecciones,
planteando un clima de unidad y patriotismo
constitucional, expresándose a través de una imagen de
responsabilidad y transparencia; frente a los convocantes
que reclamaban la verdad antes de votar, escenificaban el
malestar cívico y el dolor, y se expresaban a través de la
desobediencia civil no violenta (e incluso se llega al
ridículo de contabilizar sus lemas y pancartas en las
manifestaciones, pp. 273-274). De todos modos el problema
menor tiene que ver con la superficialidad de tal
análisis, que asigna papeles autónomos, homogeneizantes y
cuasi conscientes a los actores (¿lo son verdaderamente?,
¿siguen existiendo una semana después?, ¿son los
convocantes/ desobedientes la multitud?) en un escenario
límpido, no estructurado y que recuerda en parte la
«comunidad ideal de habla» de J. Habermas. Pero tal vez el
inconveniente mayor estriba en que, dada tal
identificación de intereses, lo que subyace a la relación
de esta multitud coyuntural con el Estado y el resto de
actores institucionales es a un aspecto a la vez de
oposición y de apoyo crítico. Puede oponerse al Estado,
pero no puede prescindir de la legitimidad que le ofrece,
una movilización que deben convertirse rápidamente en
interlocutores y para ello, algunas veces deben emprender
acciones «radicales», es decir, ilegales o espectaculares.
Así se responde a la pregunta «¿qué querían los
desobedientes? Nuestra respuesta es sencilla, recuperar el
protagonismo perdido en una campaña [...]. Recuperar la
voz, después que los rituales de poder se enmascarasen de
luto». Se trata a la vez de situarse en posición de
víctima, de coger al Estado en falta (es decir, oponer el
Estado ideal al Estado real) y de llegar lo más
rápidamente posible a la mesa de negociaciones, pero nunca
sustituir a los poderes públicos. Como indica Alain C. en
su panfleto «El impase ciudadanista», bajo estas premisas
la finalidad expresa de este «ciudadanismo» es humanizar
el capitalismo, volverlo más justo, proporcionarle de
alguna forma un suplemento de alma.

La lucha de clases es sustituida aquí por «una demanda de
mayor autonomía en el desarrollo de unos proyectos o
estilos de vida que primero son privados» (p. 293) y luego
públicos. El autor, en un ejercicio de metonimia
intelectual, pasa entonces de los desobedientes a las
multitudes, las cuales desempeñan aquí el papel otorgado
anteriormente a los sindicatos en el mundo laboral, para
todo lo que se denominaba «problemas sociales». La
amplitud de la mistificación muestra también la amplitud
del campo de la contestación posible, que se ha extendido
a todos los aspectos de la sociedad. Ya no basta con
introducir demandas en la agenda electoral de los
partidos, sino que «El mensaje ambiguo de las multitudes
permite que otros lo moldeen según intereses ajenos [...]
No hay, por tanto, una acción colectiva dirigida a
demandar la autogestión o a exigir y controlar ciertas
políticas. Más bien se intenta expresar la autonomía de
cada individuo, de cada grupo de afinidad» (p. 299). Una
llamada a la subjetividad que cabe pensar no es una
cuestión de impotencia, sino de reformismo, se le
califique o no de cínico. Una desobediencia que no plantea
una lucha por una alternativa radical, sino que tan sólo
«responde al fallo de los canales de representación y
debate democráticos. La multitud en sí misma denuncia a
quienes se arrogan su voz»; por lo que el papel político y
social de esta multitud es simplemente de queja y
vigilancia: les transmite a sus representantes que dejen
de considerarle mera clientela política que meramente
elige a sus representantes, y trata además de actuar
constantemente para hacer presión sobre ellos, con el fin
de que apliquen aquello para lo que fueron elegidos. Hay
también en ello, y sobre todo relacionándolo con la
autoinculpación (vid. nota 2) y el cambio de registro
verbal de la tercera persona del plural a la primera, una
peligrosa confusión de la «multitud» del todos con el
«nosotros» de los activistas al constatar que esas
multitudes han sido realmente minoritarias y que han
precisado de la conformación de un tejido autoorganizado y
consciente previo.

En definitiva y para concluir, aunque caben destacar del
libro su oportunidad, el rechazo del determinismo
tecnológico o a revivir épicas metáforas revolucionarias,
así como su loable esfuerzo de trabajo empírico, debemos
considerar que se trata de una oportunidad perdida para
evaluar de forma exhaustiva lo acontecido en aquellos
días, de modo que comprobar cómo funciona la «multitud»
sigue siendo un problema pendiente. Quizá sea un problema
del mismo concepto o de su correlación empírica e
histórica. Nos quedamos con la duda.


Bajo licencia CC
Copyright © 2005 Mario Domínguez
Este artículo se publica bajo licencia Creative Commons
Attribution­NoDerivs. Permitida la reproducción y difusión
literal de este texto por cualquier medio y con cualquier
propósito.

*
    Mario Domínguez es profesor de Sociología de la
Universidad Complutense de Madrid.
1
    El estatuto jurídico de «ciudadano» ha pasado de ser
entendido como natural de un Estado, a adquirir un
contenido positivo. En cuanto atributo, «ciudadano»
describe en general todo lo que es aplicado y
consciente de sus responsabilidades, e indica una
cierta dosis de lealtad política, en tanto que la
antigua lucha de clases se ha visto sustituida por la
participación política de los ciudadanos.
2
    Se hace difícil interpretar el epígrafe «Nos
autoinculpamos» del libro comentado, donde uno a uno
los autores aportan su DNI e invitan a rellenar un
formulario de autoinculpación de los supuestos delitos
electorales cometidos el 13-M (quejándose en otro
lugar de las pocas personas que lo han hecho, p. 300),
así como la contraportada y la banda que acompaña el
libro y que insisten en lo mismo («fuimos todos»). Se
hace difícil porque se halla entre lo audaz, lo
patético y lo narcisista. En esto último tiene que ver
el propio estilo de escritura, con mucho de vivencia
experimentada y rebosante de autocitas, no sólo por
parte del editor sino también de algunos otros
autores.
3
    No es este el espacio para desarrollar con amplitud el
carácter de las últimas elecciones generales. Bastaría
trabajar con dos hechos para dotarle de un carácter
más previsible y cuestionar el atributo de vuelco
electoral con que se ha descrito dicho acontecimiento:
por una parte, el principal partido de la oposición
institucional obtuvo un millón de votos más que en el
partido del gobierno en las elecciones municipales
celebradas un año antes; por otra parte no hay que
olvidar el peculiar sistema electoral de definición
proporcional pero de inspiración mayoritaria generado
por el elevado número de circunscripciones y el
desequilibrado peso de cada de ellas en su
representación parlamentaria, lo que lleva aparejado
que un pequeño cambio en el número de votos pueda
suponer la alteración de la mayoría o minoría
parlamentarias.
4
    En un momento dado se nos indica, tal vez a modo de
definición, que los medios alternativos movilizaron la
opinión pública discursiva: «un proceso, donde el
público es un colectivo de voluntades individuales que
deliberan entre sí, condicionándose mutuamente», lo
cual identificaría a alguno de ellos por su estructura
más abierta y enfocada a la participación y la
movilización (Indymedia Barcelona y tal vez Indymedia
Madrid) pero no a otros como Nodo50, Rebelión.org o el
puñado de weblogs escrutados que actúan más bien como
un periódico. De todas formas, ¿no hay más medios
«alternativos» que los citados?, ¿ni siquiera radios,
prensa u otros? ¿o de nuevo nos encontramos con una
metodología perezosa que tan sólo escoge entre lo
conocido? Por cierto, no será la única definición de
dicho concepto, pues en un momento dado encontraremos,
en un cambio de registro notable, que la opinión
pública discursiva se produce cuando se acepta que
temas y argumentos ignorados por los políticos con
opción de gobernar, son también ignorados por los
periodistas de estos bloques mediáticos.
5
    No sabemos cómo ni por qué los atributos del público
siguen esta curiosa taxonomía, a no ser que los
autores conozcan a los componentes de dicho público
personalmente.
6
    ¿Qué decir de la categoría «Emotivo-instrumental» que
adjudica la autoría de los atentados del 11-M a ETA «e
instrumentaliza las emociones y la empatía con las
víctimas, para responsabilizar a ciertos sectores de
la izquierda por su supuesta condescendencia con los
nacionalismos...», o la de AETA «que imputan los
atentados a ETA», o la de Mentiras Prudentes «que
responsabiliza a ETA, sin contar con datos que lo
avalen, pero que viene forzada por la presión de un
clima político y mediático hostil»? También es
enteramente cuestionable la categoría «Pérdida de
referencias políticas», como reacción conmocionada por
los atentados y la adjudicación a ETA y que supone la
ruptura «político-afectiva con la izquierda
abertzale». Veremos la importancia de semejantes
definiciones después para desacreditar uno de los
medios analizados.
7
    Se trata de la agrupación o dispersión tendenciosa de
áreas de voto a determinados distritos electorales con
ánimo de manipulación. En este caso cabe preguntarse
porqué el «desconsuelo y dolor» ante los atentados se
considera «neutral», o las «llamadas a la calma» no
reproducen el «bloqueo mediático», pero la «autoría
atribuida a ETA» durante el 11-M sí lo hacen.








Más información sobre la lista de distribución unomada-info