[unomada-info] Disponible el número 09 de la revista Contrapoder
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Sab Mayo 7 23:38:43 CEST 2005
Saturday, 07 May 2005
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Disponible el número 09 de la revista Contrapoder
Estos son los contenidos del nuevo número de la revista.
También disponibles, en breve, en el sitio de Contrapoder
(www.revistacontrapoder.net). Podéis leer ya la editorial
del presente número.
Contenidos del número 9:
Editorial
Sabotear el régimen de guerra infinita: libre movilidad,
renta, comunicación autónoma e inflación de costes
sociales
Dossier: Precariedad, intermitencia y cuidados
* Intermitencia. Reapropiación de la movilidad, producción
de lo común, por Antonella Corsani y Maurizio Lazzarato;
* May Day Barcelona. De recomposiciones y otras dudas, por
Hibai Arbide;
* Una huelga de mucho cuidado. Cuatro hipótesis, por
Precarias a la Deriva;
* I + P. Investigación/formación y precariedad, por E.
Alfama, J. Bonet, M. Balasch, B. Callén, M. Montenegro y
M. Ribera.
Dossier: La comunicación como materia prima de la política
* La revuelta de la ficción. Entrevistas a Carlos Santiago
y Manuel Rivas, de “Burla Negra” y “Nunca Mais;
* ¡Al cuerno Angela Channing! Entrevista con cuatro
mujeres cordobesas del “culebrón satírico”;
* Liberar el ciberespacio. Reflexiones sobre un lustro de
comunidades políticas virtuales (entrevista con Miquel
Vidal);
* ¿Y si partimos en dos la red? (Entrevista con Marga
Padilla)
Inserto: Contra el pensamiento débil de la organización,
por Toni Negri
Encuesta sobre el movimiento de movimientos: el Cono Sur
* Más allá de los piquetes, por Colectivo Situaciones;
* 7 puntos para un balance de la rebelión popular del
2001, por Martín Bergel y Bruno Fornillo;
* Bolivia: Transiciones Políticas, por Raúl Prada Alcoreza;
* Teoría del intercambio. Práctica del monólogo (una ronda
con Raúl Zibechi, a cargo de lavaca.org) ____
Editorial
Sabotear el régimen de guerra infinita: libre movilidad,
renta, comunicación autónoma e inflación de costes
sociales
Comencemos por los anillos más externos de nuestra
coyuntura. En estos meses, sólo podemos constatar, (y a
duras penas analizar, pensar y comunicar), la velocidad de
precipitación de los acontecimientos del último periodo.
La sucesión de las grandes conmociones globales no parece,
sin embargo, seguir el curso meteórico del anuncio de
nuevas formas de libertad. Sirva de ejemplo decisivo la
revalidación de la victoria de la coalición republicana en
Estados Unidos, hegemonizada por los partidarios
neoconservadores de la guerra preventiva, y ello a pesar
del relativo vigor de los movimientos estadounidenses
contra la guerra. Esta victoria nos lleva a pensar, por el
contrario, en la consolidación de un escenario que todavía
nos cuesta imaginar, habida cuenta de su radicalidad
fundadora: la continuidad entre guerra y orden social (o
«policía»), la modulación de un estado de movilización
permanente, que se configura como un dispositivo acentrado
decisivo en la producción de obediencia, consenso,
participación y producción. Las líneas de división y
antagonismo que esta fase inaugura no parecen netas ni
permanentes, pero sí podemos decir que uno de sus
criterios de determinación, al menos en lo que respecta a
las prácticas de gobierno y a la producción de normas,
consiste en la mayor o menos timidez con la que se asume
esta matriz de guerra ordenadora, o de producción de orden
social mediante la movilización total imprevista e
interminable. Desde este punto de vista, por ejemplo,
mientras podemos constatar una convergencia interatlántica
en el terreno de las legislaciones internas de emergencia
(fundamentalmente las impulsadas por la UE en los terrenos
de las migraciones, «antiterrorismo» y derecho penal y
penitenciario, la legislación comercial relativa a la
propiedad intelectual, etc.), no sucede lo mismo en lo que
atañe a las formas de regulación del orden mundial –a este
respecto, esto es, en el plano de la «metodología» de la
construcción del Imperio en sus dimensiones de regulación
global y transnacional, se enfrentan y no dejarán de
enfrentarse el bloque estadounidense y el europeo. Una
razón, entre numerosas otras: las elites europeas, salvo
excepciones, como las de los bloques que representan
políticos como Aznar, Berlusconi y otros, no conciben la
posibilidad de pagar las intervenciones militares
permanentes sin generar una devastación social de efectos
imprevisibles que echaría abajo 50 años de construcción
europea y, por ende, las bases mismas de su poder. En este
aspecto, no habrá entente interatlántica, no puede
haberla. Lo que no impide que quepa esperar nuevas guerras
planetarias, nuevas confirmaciones de que el belicismo (y
no la negociación y el pacto político) seguirán siendo el
escenario dominante, tanto a nivel del gobierno interno
como de las relaciones internacionales.
Todavía es pronto quizás para comprender todo lo que
parece en juego en esta fase. Lo que es seguro es que la
multiplicidad de factores hacen de esta estrategia de
guerra global permanente, menos una apuesta suicida de una
parte de los grandes órdenes de poder de mando del
capital, que una delicada estrategia encaminada a
controlar efectos de exceso y de crisis. Efectos que van
desde lo evidente (como pueda ser la inmediata crisis
energética que se avecina y la lucha por el control de las
últimas reservas rentables de petróleo en Oriente Medio);
o la subordinación del ahorro y la inversión planetaria a
los mecanismos de financiación del déficit público y
comercial de Estados Unidos. Hasta complejas
insuficiencias del actual gobierno imperial, que dejan
vislumbrar, entre los resultados virtuales de la actual
fase de guerra, posibles formas de alternativa: la
revaluación del euro frente al dólar, la emergencia
definitiva de India y China como potencias económicas,
militares y políticas globales. Pero, como se solía decir,
«en última instancia», se trata de un déficit de gobierno
y normalidad en el control del trabajo vivo, de un trabajo
que se confunde con la vida: la dinámica excesiva de los
flujos migratorios, las deserciones patentes del trabajo
bajo mando como polo de sentido e integración social, las
todavía tímidas iniciativas de autoorganización de la
cooperación y la inteligencia colectivas... De ahí la
precarización de la existencia como estrategia que supera
los marcos jurídicos y se impone como opción policíaca:
leyes de extranjería, leyes del menor, «planes Focus»,
centros de internamiento, multiplicación de la población
penal, reducción de los espacios de ocio y de autonomía,
estrategias complejas de segregación y criminalización de
sectores crecientes de población, etc...
Y sin embargo, ¿qué hacer en una coyuntura que se nos
escapa en términos prácticos y que definitivamente corre
por su cuenta, y con el mayor desprecio de los asuntos
locales de esta provincia europea? Es indudable que no
todo corre en nuestra contra: las jornadas de marzo de
2004 en el Estado español, la inteligencia imprevista
(especialmente por la izquierda y sus extremos) en la
autoorganización de la comunicación y de la iniciativa
política, derrocaron un gobierno belicista, sin confiar en
su alternativa (crisis patente de los mecanismos de
representación).
Pero, ¿cabe confiarlo todo al acontecimiento imprevisto y
a la inteligencia distribuida de las nuevas formas de
activismo desobediente? ¿Qué sentido tiene entonces
insistir en la necesidad de una redefinición de las formas
de militancia política? Este sentido es problemático, esto
es, difícilmente cabe encontrar en las formas de activismo
actuales razones de redefinición de la militancia, lo que
no significa que éstas no existan, presentándose con la
fuerza de los síntomas crónicos. No obstante, los últimos
cinco años de movimiento en el Estado español dejan al
menos algunas interesantes prescripciones, además de un
duro vacío de procesos consolidados –algunos rudimentos de
una política por hacer: estar preparados para el
acontecimiento, buscarlo y saber husmearlo; reconocer su
no pertenencia a un polo político particular (ideológico,
de partido, de grupúsculo), esto es, su carácter común, de
expresión de una potencia común, impersonal, inatribuible
y al mismo tiempo la más cercana. Pero no es menos
evidente que ese «estar preparados» supone mucho más que
participar en futuras manifestaciones o en las
«contracumbres» de los años venideros; supone, nada menos,
que tratar de pensar la militancia y la política a partir
de la propia situación; esto es, reconocerse en y preparar
los acontecimientos que, en definitiva, abrirán el campo
de lo que podemos hacer –reconocer que estos
acontecimientos están ya en ciernes en las propias
alianzas que, hoy y sin mediación, se presentan como
precipitaciones salvajes de nuevos derechos y formas de
libertad.
«Partir de sí» significa también partir de los elementos
irreversibles de la composición política de las nuevas
prácticas de movimiento: como herederos del rechazo del
trabajo asalariado, como vocacionales de una flexibilidad
de la existencia que es asumida como fuga de una realidad
dominante y normativa que poco tiene que ofrecer (la
repetición cínica y suicida de la reproducción familiar
obligatoria, la triste alternativa entre precariedad y
profesionalización, el sometimiento de la potencia
afectiva a las relaciones salariales, la «vida» como
estilo de consumo y nunca como desafío, etc...). Los tres
grandes movimientos juveniles de los que provienen las
experiencias militantes de quienes formamos esta revista,
la okupación, la insumisión y los colectivos autónomos de
mujeres, han sido una práctica efectiva de la
desobediencia contra estas realidades; además de un
experimento creativo y de fuga contra las mismas.
Nos equivocaríamos al clamar, con los liberales, la
libertad de costumbres junto al libre mercado. Sólo se
puede hablar, efectivamente, de verdadera libertad
(proliferación, autonomía y consistencia de las formas de
vida) más allá del chantaje capitalista y de la
subordinación salarial... El rearme conservador en Europa
no ha cobrado la forma de un rearme moral, sino la del
cinismo y del oportunismo, ante una vida que deja poco
resquicio a una creatividad abierta a horizontes de
virtualidad, y en la que el miedo (la precariedad) se
impone como dispositivo universal de normalización. Por lo
tanto, tomar un concepto todavía abstracto como la
precariedad, como eje de rearticulación del movimiento, no
es sino reconocer nuestros deseos de libertad y de goce
contra estas formas de subordinación, imaginando su
determinación corpórea y material, su «forma de vida».
Enigma político de la precariedad
El número doble 4-5 de esta revista se dedicó a analizar
la realidad y las estrategias de gobierno de las nuevas
formas de trabajo. Entonces sólo se podían vislumbrar los
atisbos de los primeros movimientos de precarios (en
Francia y en Italia) y las primeras formas de lucha de los
migrantes (como los encierros y las huelgas de El Ejido).
En cinco años, y de forma paralela al movimiento global,
los movimientos de precarios y de migrantes se han
multiplicado por decenas dando lugar a episodios de nueva
radicalidad, como el movimiento de los intermitentes en
Francia o, recientemente, en Catalunya, la Asamblea por la
Regularización sin Condiciones, así como agregaciones en
torno al SOC en los cultivos del plástico almerienses. Al
mismo tiempo, este año, la iniciativa de reconvertir el
tradicional Primero de mayo en un momento de expresión
común y pública de la rebeldía que se compone desde y
contra la precariedad, en un reclama las calles del
instinto precario, iniciada en Milán bajo el nombre de
MayDay y contagiada el año pasado a Barcelona, ha
proliferado por toda Europa: este año se cuentan MayDays
nada menos que en 12 ciudades europeas (Milán, París,
Viena, Hamburgo, Barcelona, Sevilla, Amsterdam, Estocolmo,
Copenague, Helsinki, Londres, Lubiana...), todos ellos
conectados a su vez con la jornada contra los centros de
internamiento de extranjeros y por la libertad de
movimiento, convocada para el 2 de abril con ánimo de
construir una alianza entre precarios migrantes y
precarios con ciudadanía europea (jornada que ya habrá
tenido lugar cuando este número de Contrapoder vea la
luz).
Se tiende a pensar, con suficientes razones, en un
tránsito lineal del periodo de las «contracumbres» y de la
desobediencia civil contra las principales agencias de la
globalización capitalista, a nuevos espacios de
politización, como la precariedad o los derechos de los
migrantes. Bien es cierto que en numerosos casos hay una
continuidad organizativa de las redes europeas de uno y
otro periodo, redes que también se han bregado en las
movilizaciones contra la guerra en Irak. Pero una
descripción semejante puede dar a entender que se trata,
en definitiva, de un «cambio de campaña», de un
desplazamiento de personal activista de un «frente» a otro
–y esa descripción sería, a nuestro juicio, tendenciosa y
errónea. A nuestro modo de ver (y en esto pensamos que los
textos presentados en el dossier respaldan este punto de
vista) una tendencia más profunda corre en ese
desplazamiento, y está ligada a la capacidad de
orientación y de autonomía de la nueva composición del
activismo europeo, conforme a un trayecto que, a la par
que pasa a identificar los nudos «reales» del
funcionamiento del capitalismo global (vg. precarización
de la existencia, apartheid constitucional del espacio
metropolitano), pone por delante la afirmación y las
posibilidades materiales de libertad de precarios y
migrantes –esto es, identifica resistencia y afirmación,
conflicto y goce, lucha y negociación de contrapoderes. De
ahí que ese tránsito añada una dimensión (que es un
desafío) de autoconstitución de la composición política y
cultural de los movimientos que, en buena medida, estaba
ausente en la «fase de las contracumbres». Por así
decirlo, precarios y migrantes exigen un cuerpo, y luchan
por el mismo y por su reproducción gozosa y potente.
Enigma político de la comunicación
En el mapa actual de las resistencias, nos merecen
especial atención las experiencias que convierten la
comunicación en un experimento de producción de
subjetividad alternativa: redes de intercambio, uso social
y político de las tecnologías, creación de nuevas imágenes
motrices al mismo tiempo situadas y abiertas, comunidades
virtuales, etc. La comunicación (como producción de
imaginario) es a la vez la materia prima de la política y
de la explotación capitalista: los modos de vida, las
expectativas, las esperanzas de futuro, las imágenes de
referencia no son sólo un campo de batalla por la
«hegemonía ideológica», sino un laboratorio práctico de
esos «otros mundos posibles» que tanto se enuncian. Pero
las experiencias que no reducen la comunicación a la
denuncia del poder son todo menos un camino de rosas: más
bien están atravesadas por desafíos múltiples, enraizados
algunos en la especificidad del medio/escenario (ruido e
ilimitación de la red, tramas densas culturales
particulares), y también por algunos problemas comunes
(congelación/recuperación de la potencia simbólica,
encarnación corporal y material de la comunicación,
sostenibilidad económica de las iniciativas, etc.). Éstas
son algunas de las premisas de lo que en la carpeta que
publicamos se propone como una reflexión coral
(absolutamente parcial y en proceso; interrogación sobre
prácticas que muestran un ejemplo de modos de hacer más
que a modelos definitivos) sobre el «estado de la
cuestión» en lo que atañe a la comunicación como medio de
invención, organización, conflicto y vida. Así, se repasan
instrumentos ahora existentes (Inet, pero también las
manifestaciones y acciones mismas como actos
comunicativos, etc.) y los trayectorias de distintas
experiencias de sujetos claramente heterogéneos en sus
lenguajes, sus imaginario, sus preocupaciones, etc. (Nunca
Máis, indymedias, etc.). Volviendo a nuestra primera
pregunta ¿qué hacer en relación a la «guerra», que con
toda probabilidad volverá al centro de atención en los
próximos meses? A nosotros nos parece fundamental la
siguiente temática: la inflación de costes que impida la
compatibilidad entre guerra y legitimidad del poder. La
inflación de costes sociales tiene en la precariedad y la
inmigración sus principales espacios de sabotaje: obtener
nuevos derechos, conquistar formas de renta básica (en los
transportes, la educación, la comunicación, los espacios
sociales y de cuidado, las rentas directas) supone desviar
una enorme cantidad de recursos a la estrategia belicista.
Pero el planteamiento no es únicamente «cuantitativo». En
la situación que vivimos, cada espacio conquistado, cada
reapropiación (de tiempo, de renta, de nexos
administrativos) es una contribución más al sabotaje del
diseño de guerra y de la conversión belicista de la
movilización total de la sociedad. Precisamente en Europa,
en la fase actual se define todos los días esta
bifurcación decisiva. La diferencia básica entre las
elites estadounidenses en el gobierno y las europeas que
sostienen el diseño de la UE consiste tal vez en esto:
mientras las primeras han abandonado todo esquema de
regulación, negociación, contraposición, etc., con la
nueva composición social productiva de la sociedad, en
Europa esta cuestión no está definitivamente jugada.
¿Quién tiene las llaves? Pensamos que en buena y razonable
medida la tienen los movimientos, y su capacidad de
generar inflación de costes sociales e institucionales. En
pocas ocasiones veremos una conexión tan directa entre
guerra y precariedad, entre movimiento contra la guerra
(como «versión última» del movimiento global) y las luchas
por la autoorganización y la renta de las figuras de la
precarización de la vida. En este sentido, la alternativa
entre «movilizaciones contra la guerra» y «campañas
sociales» es, a nuestro modo de ver, falsa y
contraproducente. Con el debido respeto al pacifismo, ya
hemos comprobado que la «opinión» no para las guerras.
Máxime hoy, cuando, como insistimos, la «guerra» es un
continuo, un código infinitamente modulado cuyo output
general es la producción de orden (obediencia, consenso,
participación –miedo y esperanza), constitución permanente
y unilateral del dentro/fuera. Por otra parte, en gran
medida sólo como efecto de una alianza de los movimientos
de los precarios y migrantes europeos, la realidad de una
Europa política dejará de ser la voluntad de una
asociación entre gobiernos que juegan a ofrecer a una
Carta Otorgada a sus poblaciones, para acercarse a la
posibilidad de un proceso constituyente, de una Europa
constituyente y postnacional en la que, en vez de
soberanías, se juegan derechos materiales, libertades
reales, sabotajes felices de las guerras y de sus
criminales.
Abril de 2004
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