[unomada-info] De lo nuevo que pelea por existir

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Lun Sep 26 15:40:55 CEST 2011


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De lo nuevo que pelea por existir [1] 

Querida Isabelle,

Nos pides que te hablemos de lo que ha sucedido en España desde el 15-M,
para poder hacérselo llegar a tus amigos, a tus compañeros, de París, de
Francia. Vamos a intentarlo. Imposible hacerte una narración exhaustiva:
los acontecimientos se suceden desde entonces a una velocidad inaudita.
Por otro lado, la red está plagada de hermosos relatos vivos, escritos a
ras de calle. Esta revolución no es de las que tienen una sola voz, como
ya ninguna podrá serlo, a menos que logren, como pretenden, poner vallas
y alambradas a la red de redes.

En esta carta, queremos ante todo nombrar lo nuevo alumbrado, aquello
que pelea por existir frente a las formas viejas que aún persisten por
todas partes. Todo empezó con la toma de las plazas, repitiendo ese
gesto egipcio en Tahrir del que no sabíamos gran cosa. Muchos hablan de
aquel momento como de un despertar. La palabra rechina en los oídos de
la mente crítica: ¿despertar de las conciencias? ¿Acaso se cree entonces
en estadios evolutivos de la conciencia, donde hay conciencias por
encima de otras, porque “han despertado”, “han visto lo que había que
ver”? No. No porque ese despertar, sentido, inscrito en una placa en la
plaza del Sol que más tarde se convertiría en símbolo[2], era despertar
del cuerpo colectivo: de golpe, de un día para otro, percatarse de la
potencia de lo que podemos juntos. Antes de las plazas, ya sabíamos que
los gobernantes nos estafaban, que estábamos siendo tratados como
mercancías, que primaban los intereses financieros por encima de todo lo
demás, pero nos sentíamos solos, impotentes, nada se podía hacer. A
través de las redes sociales, nos intuíamos, compartíamos con otros,
empezábamos a conspirar: ¡pero todo parecía tan etéreo! Con las plazas
descubrimos que éramos muchos, tangibles, de carne y hueso, y que juntos
podíamos mucho: por ejemplo, construir una ciudad democrática en medio
de la ciudad corrupta. Lo que sucedió era tan mágico y poderoso que
enseguida hubo la intuición de que había que darlo todo por sostenerlo
-por sostener las condiciones de posibilidad de aquel acontecimiento:
¿qué era lo que nos había permitido ser tantos, qué había desatado la
generosidad y la disponibilidad colectiva de aquella manera? Siguiendo
esta intuición casi instantánea nacieron formas de hacer que rompen con
muchas formas de la política que antes conocíamos.

En primer lugar, con su concepción militar a partir de la línea
amigo/enemigo. La plaza se toma, pero no para cerrarla militarmente,
como la Bastilla, sino para abrirla a todos: para hacer de una plaza
privatizada una plaza realmente pública. No existe, pues, un afuera del
que defenderse, pues la plaza se teje en el entrar y salir de gentes que
llegan a aportar su saber-hacer, su tiempo, sus energías, sus cosas. La
plaza se convierte, así, en un punto de intensidad máxima de la
cooperación dentro de la ciudad y su adentro vive para y con su afuera.
Desde ahí, la inclusividad se convierte en una palabra clave. Se trata,
ante todo, de sumar a todos, de componerse con cualquiera, de que cada
cual pueda encontrar su lugar. Por eso, palabras como compañero, que
suelen delimitar una línea entre los nuestros y el resto, entre los
convencidos y la sociedad, suenan extrañas a los oídos de este
movimiento. Por eso también, la política, la política nueva nacida en
las plazas tomadas, ya no consiste en vencer al adversario, ni siquiera,
en ganar la batalla de ideas, en con-vencerle, sino en abrirse al
pensamiento colectivo: aprender a escuchar lo que cada aportación
singular puede regalar al común, al conjunto, aprender a desprenderse de
uno mismo, de los bártulos y equipajes que uno lleva consigo, aprender a
devenir con otros. En las primeras semanas, se desarrolla casi una
paciencia zen en la toma de decisiones, donde la decisión colectiva no
es el resultado de la batalla por construir mayorías a partir de grupos
con ideas ya hechas, sino un proceso de delicado torneado del consenso,
un consenso capaz de recoger la voluntad común y a la vez de incluir
hasta la posición más singular. Puede parecer naif pero impera la
certeza de que sólo así podremos seguir siendo muchos y que sólo siendo
muchos y múltiples podremos sostener el acontecimiento que se ha
inaugurado, la apertura de lo que es posible en la medida en que muchos
estamos explorando ya otras posibilidades en las plazas (de ciudad, de
protesta, de vida en común).

Surge también, sin premeditación ni reflexión más que a posteriori, una
capacidad para eludir las trampas de la maquinaria de interpretación
dicotómica, dispuesta para capturar, reducir y anular la fuerza de lo
múltiple. Lo que está concebido para dividir, se expulsa de forma
ingeniosa. Cuando, muy temprano, se pone a prueba el movimiento naciente
retando a posicionarse en la izquierda o la derecha, el radical o el
reformista, el violento o el pacífico, se responde sin fisuras: “no
somos antisistema, el sistema es antinosotros”. La misma habilidad se
demuestra más tarde, cuando, ya desmontada la acampada por decisión
colectiva, el Gobierno nos desafía de nuevo, atacando en el plano
simbólico, poniendo la plaza (aún tomada por un punto de información y
por reuniones y asambleas) en el centro de la batalla. El lugar es
desalojado por la policía y barrido por los servicios de limpieza
municipales. La plaza, nuestra plaza, la de todos, es arrasada,
eliminando hasta el más mínimo rastro de lo que se vivió allí,
incluyendo obras artísticas colectivas, el punto de información o la
pequeña placa metálica al pie de la estatua. Las flores habituales de
los parterres son arrancadas y solo queda la tierra yerma. Todo obedece
a un plan trazado que busca escenificar una plaza desolada y
militarizada con un fuerte dispositivo policial que impide el acceso a
toda persona. Se cierran las bocas de metro y se obstaculiza el paso del
transporte público. Esta situación surrealista, con el centro de
actividad comercial y turístico más emblemático de la ciudad colapsado,
se prolonga tres días. Es una manera de incomodar a la población,
señalando al movimiento como el responsable, pero sobre todo es una
incitación clara al enfrentamiento directo. En una conversación cordial
entre un amigo del movimiento y un antidisturbio, el antidistubio afirma
sin inmutarse: “al final estallará la chispa, alguien se pondrá violento
y nosotros tendremos que cargar. Siempre es así, es sólo cuestión de
tiempo”. Sin embargo, su plan fracasa: no nos dejamos hipnotizar por su
lógica de guerra. En vez de quedarnos atorados frente a las líneas de
policía, intentando retomar frontalmente la plaza, tomamos las calles
colindantes, tomamos otras plazas, derivamos por todo el centro de la
ciudad, multiplicamos las asambleas, señalando al mismo tiempo el
absurdo de su apuesta: el centro de la ciudad paralizado y vaciado
contra el ataque de un enemigo que no se presenta. Después de tres días,
las autoridades desisten, la policía abandona la plaza y volvemos a
tomarla, como el 15 de mayo, para hacerla de todos. Contra las
dicotomías, contra la lógica de enfrentamiento, potencia de indefinición
del movimiento.

A su vez, en la medida en que las plazas, en el momento en que se toman,
ya no son símbolo de una forma de gobierno que nos machaca, sino
creación del mundo que alumbramos juntos, en la medida en que no son
sólo nuestras, de los que contingentemente estamos en este momento en
ellas, sino de todos y cada uno, se impone un cuidado extremo: de la
limpieza, de la disposición de las cosas para que las personas puedan
circular sin problemas, de las señales para orientarse en la compleja
arquitectura naciente… una especie de civismo radicalizado, nacido de
abajo, por los innumerables gestos de muchos. El respeto se convierte en
otra palabra clave: no un servicio de orden, sino un grupo que recoge y
transmite maneras de hacer para la convivencia de todos. Para que la
plaza se sostenga es crucial que nos respetemos y nos cuidemos entre
nosotros pero también cada cuál a sí mismo. Y, luego, cuando las
acampadas se levantan, para sostener los espacios comunes: las
manifestaciones, las asambleas, los talleres, las acciones… “Respeto se
disuelve porque ahora respeto somos todos”, declara uno de los
jovencísimos chicos de la Comisión de Respeto cuando la acampada de Sol
se levanta. Respeto es el nombre de la micropolítica del movimiento.

No nos representan es otro de los gritos más repetidos en las plazas. Y
es que el movimiento, si de algo es hijo, es de la crisis radical de la
representación que, iniciada ya en los años ’70 con el estallido de las
expresiones subjetivas singulares, alcanza hoy a todo lo organizado. La
desafiliación política es profunda. Desde los grandes partidos y
sindicatos hasta las pequeñas asociaciones y ONGs son identificados por
la mayor parte de la gente (esa multiciplicidad que constituye la
sociedad) como un “chiringuito” que si representa algo es exclusivamente
intereses particulares. Si la manifestación del 15-M triunfa y, luego,
la toma de las plazas es porque está claro que proceden de “personas
cualquiera” y no de ninguna identidad organizada. Sí, éste o aquel
“amigo del movimiento” (¿cómo nombrar la participación si no en un
movimiento que se construye por filiación contagiosa, más que por
afiliación orgánica?) pueden comulgar con este sindicato o formar parte
de aquel grupo, pero eso se deja de lado, al igual que las siglas y las
banderas, como signos divisorios. Devenir cualquiera, estar allí para
aportar a lo de todos, es la única manera de estar en las plazas. Y, en
ellas, se imponen desde el primer momento las portavocías rotativas; los
nombres propios sólo aparecen en la medida en que son nombres de
cualquiera; a los grupos identificables sólo se les reconoce en tanto
que contribuyen y no patrimonializan, y siempre con cierto recelo.

Por supuesto, lo nuevo nunca surge de la nada. Todo acontecimiento (y la
toma de las plazas no es sino un acontecimiento que ha reconfigurado el
mapa de los posibles, abriendo una grieta en la identificación entre
realidad y capitalismo) retoma ciertos elementos de lo ya existente y
los lanza en el umbral del tiempo. En el caso de las plazas tomadas de
Madrid, Barcelona, Valencia y tantas otras ciudades del Estado español,
lo que se retoma va desde las redes sociales hasta el know-how de los
hackers, desde ciertas maneras y símbolos del movimiento
antiglobalización hasta el saber hacer de educadores y trabajadores de
calle, desde las autoconvocatorias del No a la guerra, V de Vivienda y
el 13-M hasta la autoempresarialidad del trabajo autónomo… activistas y
pensadores se han apresurado a declarar como propio éste o aquel
ingrediente del movimiento, cuando ese mismo tic patrimonialista es
ajeno al nuevo sentir antiidentitario del 15-M. Es importante reconocer
aquello que, en el pasado, ha servido de caldo de cultivo del
acontecimiento que vivimos, pero tanto o más importante es ver cómo ese
acontecimiento resignifica y otorga una nueva potencia a esos antiguos
elementos.

Insistimos en lo nuevo, pero no hay duda de que lo nuevo es aún
balbuceante: lo viejo pervive reivindicando su derecho de existencia, su
legitimidad heredada, y lo nuevo da miedo porque desorienta. Como bien
sabes, las plazas se levantaron, y el movimiento siguió proliferando en
barrios, asambleas, comisiones y grupos de trabajo, intentando llevar la
potencia descubierta a tantos y tantos lugares, inventando formas
organizativas y maneras de acción, parando desahucios y redadas
racistas. Pero el verano supuso una dura prueba, donde reaparecieron
muchos elementos de la vieja política: las dicotomías
violencia/noviolencia, las siglas, los bandos… Difícil explicar los
motivos en esta breve carta. Lo cierto es que a finales de mes y
entrando septiembre el espacio parecía copado por discursos y maneras a
caballo ente el pre y el pos 15M. Y es entonces cuando el gobierno de
Zapatero lanza la Reforma constitucional que impone el recorte drástico
del déficit público y prioriza el pago de los intereses de la deuda
pública por encima de todo lo demás. El movimiento, bajo mínimos,
articula una respuesta rápida desde las asambleas de calle, que no
obtiene su correlato esperado en las redes sociales y mucho menos en las
convocatorias demostrativas frente al Congreso. La escasa afluencia a
las últimas manifestaciones convocadas de forma conjunta por sindicatos,
organizaciones sociales clásicas y el 15M hacen pensar que el grito de
“no nos representan” se dirige tanto al exterior como al interior del
movimiento. Es como si, cuando no somos fieles a nuestra política de
multiplicidad, nos desarmáramos. La totalidad cerrada no es nuestro
terreno. Incluso insistimos en  nombrar a un enemigo múltiple como “los
mercados financieros” y no tanto a una totalidad como “el Capital”, otro
indicio de una manera distinta de hacer política.

Cuando la acampada de Sol se levantó, durante la fiesta que se organizó,
todo el mundo hablaba de cómo hacer Sol más allá de Sol. Hoy se nos
presenta un escenario incierto. La prensa económica anuncia previsibles
derrumbes financieros, la derecha de Rajoy, según todas las previsiones
ganadora de las elecciones del 20N, promete más ofensiva privatizadora y
mano dura contra la rebelión. Si la inclusividad, el pensamiento
colectivo, la apuesta por lo múltiple contra lo dicotómico y contra las
identidades fijas, el respeto y la irrepresentabilidad son algunos de
los elementos que hicieron Sol posible, ¿cómo prolongarlos y
reinventarlos en el oscuro panorama que se abre, ahora que la plaza
tomada ha implosionado por la ciudad? ¿Cómo afirmar la potencia de lo
nuevo frente a dinámicas viejas que lo saben ya todo porque llevan en la
lucha mucho tiempo (dinámicas impotentes, pero longevas)? Dejando de
lado los reflejos del pasado ¿seremos capaces de organizarnos para
enfrentar de manera efectiva lo que se nos viene? ¿Cómo funciona la
organización de lo múltiple? ¿Debemos aceptar que no es más que una
coordinación puntual y difusa de singularidades o tal vez se trata de
instituciones mutantes y nómadas, inaprensibles? ¿Cómo funciona un
enjambre sin reina? Imposible saber lo que vendrá, pero Sol nos ha
enseñado a saber que, si nos arriesgamos, merecerá la pena.

Desde las calles tomadas, con cariño,

Cuji & Fatimatta

(Mucho de lo que aquí contamos está inspirado en los programas de radio
que hemos realizado desde OndaPrecaria.net, en particular con amigos del
movimiento construyendo un abecedario sonoro del 15-M. Gracias a todos
ellos)


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[1] Este texto se escribió para la revista Vacarme
(http://www.vacarme.org), a petición de Isabelle Saint-Saens, amiga
francesa que quería que le contásemos qué había pasado en las plazas del
15-m, cuál era el secreto de la potencia del movimiento.

[2] La mañana del 12 de junio se levantaba la acampada de Sol, dejando
un punto de información del movimiento. Esa misma mañana, apareció una
placa en piedra bajo la estatua ecuestre de Carlos III en la que se
podía leer: “Dormíamos, despertamos. Plaza tomada”. El martes 2 de
agosto, la policía, aprovechando el descanso vacacional, desaloja
InfoSol y retira la placa. Tres días más tarde la plaza sería recuperada
e InfoSol reactivado.



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