[unomada-info] ¡Retomemos Europa!

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Mie Ene 25 16:41:32 CET 2012


http://www.universidadnomada.net/spip.php?article376

Editorial sobre la situación europea escrita por el colectivo italiano
Uninomade.

Enlace original: http://uninomade.org/riprendiamoci-leuropa/

1. No hacían falta las palabras de Mario Draghi para entender que la
crisis ya es irreversible en Europa. Crisis de «dimensiones sistémicas»
había dicho Jean-Claude Trichet hace un par de meses. Ahora Draghi, su
sucesor en la dirección del Banco Central Europeo (BCE), nos informa de
que «la situación ha empeorado» (16 de enero). Resulta difícil saber qué
significa el empeoramiento de una crisis de «dimensiones sistémicas».

Es cierto que el escenario previsto para los próximos meses es bastante
sombrío, no sólo porque hace años que estamos pagando la crisis y la
medicina que la alimenta: la austeridad, o dicho de manera más sobria
«el rigor». También sectores fuertes del capital y de la clase dirigente
europea empiezan a verse asaltados por la duda de si, en este gigantesco
proceso de reafirmación global de los equilibrios de poder, no corren el
riesgo de figurar entre los perdedores. El espectro del «declive», que
no ha dejado de pasearse por las metrópolis estadounidenses, ha empezado
a frecuentar con mayor asiduidad las calles y las plazas europeas o al
menos de regiones enteras de Europa. Y no faltan los comentarios que
entrevén tras las acciones de las agencias de calificación una
racionalidad militar, la primera maniobra de una «guerra mundial de la
deuda» en la cual el objetivo de que sobreviva el dólar como moneda
soberana a nivel mundial (con la consecuencia de que los centros
directivos sigan estando situados en el mercado financiero) pudiera
justificar el desgaste del euro. Como telón de fondo están las noticias
llegadas del Estrecho de Ormuz, que nos recuerdan que frente a una
crisis de esta profundidad y duración la guerra puede ser una posible
«solución» no sólo en el terreno financiero y de la deuda «soberana».

Digámoslo claramente: la Unión Europea tal y como la hemos conocido en
estos años está acabada. No es un hecho del que alegrarse. Nosotros y
nosotras mismas habíamos llegado a pensar que las luchas y movimientos
europeos pudieran haber encontrado en la institucionalidad europea en
formación, en el terreno de la ciudadanía y de la governance, un marco
de referencia más dúctil que las estructuras políticas nacionales, un
espacio en el seno del cual y contra el cual construir campañas y
articular plataformas reivindicativas. Pues bien, aquel espacio ya no
existe. Ésta es la primera lección que extraer de la crisis en esta
parte del mundo. La segunda nos parece aún más importante: en el terreno
nacional, toda hipótesis de afrontamiento democrático o socialista de la
crisis se está mostrando como lo que realmente es: una ilusión carente
de toda eficacia y tendencialmente peligrosa. Queda demostrado por estos
dos años de resistencia durísima —aun restringida al terreno nacional— a
las políticas de austeridad en los países más golpeados por la crisis.
Grecia resulta emblemática en este orden de cosas. Resulta difícil
imaginar un despliegue más radical y copioso de luchas de resistencia
que el que ya ha tomado cuerpo en ese país: desde ocupaciones de plazas
hasta la huelga general de larga duración, desde intentos de asaltar el
parlamento hasta el bloqueo de ciudades enteras. Y aun así, la eficacia
de esta movilización permanente, si la ciframos en términos de su
oposición a las políticas draconianas de recorte y desmantelamiento del
estado social y de derecho, ha sido próxima a cero. No hay complacencia
por parte nuestra en este comentario, esto ha de quedar claro. Se hace
bien en luchar, tanto en Grecia como en cualquier otro lugar. Pero nos
parece que la perspectiva de la mera resistencia (de la simple defensa
de las conquistas de las últimas décadas y de las instituciones que
parecían destinadas a encarnarlas) se ha topado con un límite radical.
En el mismo momento en que Europa se desnuda definitivamente de sus
vestimentas democráticas ante los ojos de millones de ciudadanos y
ciudadanas europeas, resucitándose los fantasmas de la dictadura de la
regulación monetaria y del dominio colonial ejercido por un supuesto
centro contra sus periferias, se demuestra la impotencia de considerar
la dimensión nacional como un dique de contención o un bastión
defensivo. En estas últimas décadas, los procesos de desarticulación del
estado-nación han actuado muy en profundidad, sus instituciones están
demasiado comprometidas con la lógica neoliberal y financiera, demasiado
ha mutado la composición del trabajo vivo, demasiada es la desproporción
entre la violencia del mando financiero y la dinámica de la
representación política como para poder pensar hoy en un New Deal a
nivel nacional. Un programa de salida de la crisis hacia adelante no
puede ser sino un programa constituyente. A los dos aspectos que por
definición caracterizan todo programa constituyente —fijación de nuevos
principios no negociables y construcción de una nueva institucionalidad—
se debe añadir ahora la invención de un nuevo espacio, que a nuestro
parecer no puede sino ser europeo. Es un reto cuya dificultad
reconocemos. Aun así, la aparición de una lucha de clases y de una
«izquierda» consistentes a nivel europeo dependen de la capacidad que
tengamos, en el futuro inmediato, de estar a la altura del reto.

2. La radicalidad y la profundidad de la crisis, tanto en el plano
global como en el europeo, son ya reconocidas incluso por muchos
analistas del mainstream que hablan abiertamente de un horizonte
recesivo a medio plazo. En lo que respecta a Europa, si no interviene en
los próximos años una solución radical de continuidad, esto significa
que nos encontraremos con la consiguiente descomposición de un espacio
(político, social y cultural, además de económico) ya de por sí
profundamente heterogéneo. Las instituciones europeas presentaban esta
heterogeneidad como uno de los puntos de fuerza de la Unión Europea
(UE). El alcance de la crisis ha barrido esta retórica. Ya ni se trata
de una Europa de dos o más velocidades. Cuanto acaece hoy en torno a
Gran Bretaña no es menos significativo que la precipitación de Grecia
hacia la suspensión de pagos: la City de Londres se postula como un polo
de atracción del capital en el interior de Europa, distribuyéndolo por
las sedes financieras globales y contribuyendo así a profundizar las
dinámicas de ruptura de la unidad económica incluso de los países
«fuertes», empezando por Alemania. Hasta la hipótesis de una ruptura de
la unidad monetaria europea mediante la secesión alemana y la formación
de nuevo bloque en torno al marco —como con frecuencia ha analizado
Christian Marazzi— da por descontado el debilitamiento de la demanda
global de productos manufacturados de exportación y la fractura de la
estabilidad social, elementos de los que depende el modelo alemán. El
downgrading de Francia hace saltar definitivamente el eje París-Berlín
que era candidato a jugar el papel directivo de la Europa en crisis,
abriendo otra fractura en el espacio institucional de la UE. Al este, la
revuelta social de estos días en Rumanía abre otro frente de radical
inestabilidad, mientras que Bruselas reacciona demagógicamente a la
deriva fascista del gobierno húngaro —afortunadamente contrarrestada por
un movimiento que crece fuerte— sólo cuando afecta a la autonomía del
BCE.

Son estos procesos de descomposición del espacio europeo los que nos
hacen afirmar que la UE, tal y como la conocíamos en estos años, está
acabada. Quede claro que esto no significa que las instituciones
europeas estén destinadas a desaparecer o que no se esté diseñando su
«reforma». Hay quienes han hablado más adecuadamente —es el caso de
Étienne Balibar— de una verdadera «revolución desde arriba», es decir,
un intento de reforma comprehensiva de la estructura institucional de la
UE en torno al BCE, que tiene como resultado una profunda modificación
de la constitución material y formal tanto en el plano europeo como en
el plano nacional (resulta obvio referirse aquí a las políticas de
equilibrio presupuestario). El «paquete fiscal» que se ratificará en
marzo culmina este verdadero intento de gestionar la crisis bajo el
mando alemán, de cuyos límites son conscientes sus propios promotores y
que sólo tendrá alguna oportunidad de éxito en la medida en que nos
encontremos frente a la presencia de una recesión de alguna manera
«controlada» y un aminoramiento de los ataques a la «deuda soberana».
Para Alemania, y no solo para ella, como ya hemos dicho, la alternativa
es la secesión del euro, con efectos difícilmente predecibles tanto en
Europa como a nivel global.

No queremos detenernos en este segundo escenario. Es más importante
subrayar que la «revolución desde arriba» que ya acontece vacía de toda
sustancia democrática las instituciones europeas y plantea en este
aspecto la absoluta urgencia de un programa constituyente. La que se
configura es una Europa «gótica», dispersa y jerárquica, una
Europa-mercado sin mediación democrática interna eficaz, la cual, aunque
eventualmente se recomponga según geometrías y geografías variables,
estará dotada de un nuevo mando soberano en las manos no sólo del BCE
sino también de «los mercados», un mando que desciende desde lo alto y
se distribuye de manera difusa. Concluye así brutalmente un proceso de
medio siglo de construcción europea basado en una governance que
equilibraba la asimetrías e impedía la aparición de eventuales
convulsiones de las jerarquías estatales tradicionales. La perspectiva
de este laberinto gótico, con sus arquitecturas deformes sometidas a las
exigencias de los bancos y del «mercado», estará dominada por una
«planificación» desde arriba, una planificación cuasi soviética, pero no
para producir mercancías sino débito, aplicándose de inmediato sanciones
a cualquier desviación. Es fácil predecir que, contrariamente al sueño
federalista y al proyecto funcionalista de un atenuamiento de la
soberanía nacional en el proceso de integración, en torno a esta nueva
estructura proliferarán los soberanismos y los nacionalismos. Por un
lado en los países «fuertes», para proteger sus posiciones que el
discurso dominante presenta ya como amenazadas por la débil disciplina
fiscal de las «periferias»; por otro lado en el interior de estas
últimas, donde la reacción antieuropea empieza a asumir la forma de una
reacción antialemana. En uno y otro caso nos encontramos frente a
fenómenos extremadamente peligrosos que amenazan con serlo cada día más.

3. Estos soberanismos y nacionalismos son hoy la otra cara de la
hipótesis de una Europa gótica o de una estabilización «posneoliberal»
de la gestión de la crisis. Hablamos de una estabilización posneoliberal
en un sentido preciso, en el convencimiento de que en el interior de
este escenario que se va configurando mediante la aprobación del
«paquete fiscal» asistiremos a la reafirmación de algunos de los dogmas
esenciales del neoliberalismo pero sin la perspectiva de una efectiva
salida de la crisis. No existen en este escenario márgenes reales de
negociación, ni en lo que respecta a una posible modificación de las
políticas del BCE, ni en lo que se refiere a la evolución de los fondos
de rescate o la reestructuración de la deuda soberana y la
recapitalización de los bancos. Sobre esta base, nos parece una pura
ilusión la idea de un área europea de inversión para el empleo y la
perspectiva de una redistribución más o menos igualitaria de los
impuestos, y por tanto de las rentas del trabajo y de la riqueza. La
Europa de la «revolución desde arriba» está construida para afianzar la
renta financiera y tiene sobre todo la ambición de garantizar un
compromiso entre ésta y fracciones concretas del capital industrial. Sus
propios arquitectos son conscientes del hecho de que las actuales
estructuras globales del capitalismo, con un sistema financiero ocho
veces más grande que la «economía real», no son sostenibles, y las
actuales políticas monetarias —que no hacen sino ayudar a la
especulación— son difíciles de aguantar. La estabilización posneoliberal
en Europa es un proyecto botado para naufragar a largo plazo. Pero ya
sabemos que a largo plazo estaremos todos muertos.

Una cosa es cierta: si en la Europa gótica hay quienes piensan en
organizar los intereses de las diferentes fracciones del capital, no hay
quien reconozca el trabajo. En todo caso, donde este reconocimiento sí
se da, como en el caso de Alemania, sólo tiene espacio en el seno de las
estructuras de concertación nacional. Pero estas estructuras siempre
excluyen cuantitativa y cualitativamente a los trabajadores y
trabajadoras definitivamente precarizadas, mientras que la posición
misma del trabajo «garantizado» empieza a estar amenazada por una crisis
de la que no se salva nadie. Por otra parte, en la gran mayoría de los
países europeos el ataque a las condiciones del trabajo (tanto el
trabajo cognitivo como el fabril, el migrante como el autóctono, el
dependiente como el formalmente autónomo) no parece tener límites. Las
«deudas soberanas» se cargan sobre las espaldas de mujeres y hombres
cada vez más debilitados «en privado», el ataque a los salarios se
combina con aquel otro a los servicios, el paro con la erosión del
ahorro familiar, y así se va extendiendo la pobreza. Un aumento
vertiginoso de las desigualdades sociales, que ya habían crecido
desmesuradamente con los procesos de financiarización capitalistas, es
la primera consecuencia de todo esto.

Volvemos a repetir lo que habíamos dicho al inicio: no se discute la
necesidad de una resistencia indispensable frente a estos verdaderos
procesos de desposesión. Es sólo en el seno de una resistencia en
desarrollo que podrán tomar forma nuevas modalidades de cooperación y
una nueva plataforma reivindicativa que acoja sujetos sociales diversos
con el horizonte de una lucha común. Esta lucha, siguiendo las
indicaciones de Plaza Tahrir, relanzada por los indignados e indignadas
españoles y por el movimiento occupy de Estados Unidos, debe conquistar
sus propios espacios en las ciudades europeas sacudidas por la crisis.
Pero, a fin de que la lucha se vuelva constituyente y abra
definitivamente la perspectiva de una superación de la crisis hacia
adelante, no basta con que converjan las diversas formas de resistencia
sobre el terreno metropolitano. Un nuevo programa para la conquista del
común, entendido como la base material para construir una nueva
modalidad de convivencia, cooperación y producción entre libres e
iguales, sólo podrá escribirse sobre un espacio más amplio, que no
podemos sino definir como espacio europeo.

Esta conciencia está bien extendida en el interior del movimiento
español de los indignados e indignadas, y puede encontrar un momento de
consolidación importante en la propuesta de una movilización europea
para asediar el BCE en Fránkfurt el próximo mes de mayo, aniversario del
15M. «Retomemos Europa» debe convertirse en el lema movilizador. Si la
crisis amenaza con marcar nuestras vidas en los próximos años, debemos
equiparnos para afrontar este periodo. No partimos de cero: las luchas
han sedimentado un extraordinario patrimonio de experiencias en muchos
países europeos, mientras que las revueltas del Magreb y del Mashreq han
entrado ya en el imaginario y el lenguaje de los movimientos europeos.
Una gran campaña transnacional para liberar la deuda (y para liberar la
imaginación política del chantaje de la suspensión de pagos) puede
marcar hoy la apertura de un espacio de movimiento a nivel europeo.
Mientras se multiplican en el plano molecular las acciones de
resistencia a la deuda, se trata de construir una vía europea para las
luchas, con la perspectiva de edificar programas y contrapoderes. Sin
nostalgia alguna por los estados nacionales, sin compromiso alguno con
la Europa gótica.

Traducción de la Universidad Nómada






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