[unomada-info] Soberanía imperial y guerra, por Toni Negri

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Jue Feb 20 23:40:00 CET 2003


raul en sindominio.net te ha enviado el siguiente
artículo desde la ACP/IMC Madrid
(http://acp.sindominio.net).

Mensaje de raul:
La consecuencia más importante del 11 de septiembre
fue, sin duda, la modificación de la naturaleza y
el papel de la guerra en nuestra sociedad.
Espoleada por los ataques a las Twin Towers, la
guerra parece haberse transformado, de instrumento
singular y limitado de ejercicio del poder
(regulado por el derecho internacional), en matriz
general de reglas jurídicas, dentro del propio
mecanismo de gobierno del Imperio.
http://acp.sindominio.net/article.pl?sid=03/02/20/2219219&mode=thread

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Thursday 20 February a las 10:19PM


Soberanía imperial y guerra, por Toni Negri

By Lenz


En tiempos pasados, el Estado-nación concretaba su
autonomía a través del disciplinamiento de los
sujetos; en una fase más cercana a nosotros, la
soberanía comenzó a envolver la vida, ejerciéndose
como control de las poblaciones: hoy, la función
disciplinaria y la de control quedan incluidas en
la guerra. La soberanía imperial es como una muñeca
rusa, una matrioska, que incluye, una dentro de
otra, disciplina, control y guerra. La teoría de la
"guerra preventiva", formalizada por la
administración estadounidense el 20 de septiembre
de 2001, así como las sucesivas confirmaciones y
extensiones (hasta la reciente aprobación del uso
de las armas nucleares) ha venido convirtiéndose
paulatinamente en el modelo de un poder adecuado a
la regulación global del mundo contemporáneo. Con
arreglo a estos desarrollos, la imagen propia del
Imperio con respecto al modo en que venía
configurándose desde la caída del Muro de Berlín y
del sistema soviético va modificándose. El
equilibrio relativo entre el elemento militar
monárquico (representado esencialmente por el
gobierno de Washington) y el elemento aristocrático
(representando esencialmente por las
multinacionales, así como por las organizaciones
internacionales de regulación y de control
financiero), aun dejando a un lado las instancias
democráticas de expresión de la multitud -este
equilibrio relativo está rompiéndose. La estructura
imperial y, en particular, el poder militar de
Washington, se afirma como un ejercicio unilateral
de voluntad política. De este modo, el modelo
imperial es exaltado como una figura sacralizada:
Bush es el emperador, la guerra sale de sus manos
como el rayo de las manos de Zeus. Después del 11
de septiembre, el desarrollo de la soberanía
imperial conoce una fortísima aceleración.

Así, pues, en esta nueva situación, la guerra se ha
tornado en fundamento de la soberanía imperial. Se
trata de una "guerra justa" porque ha sido decidida
por el emperador, que conoce los peligros a los que
está expuesta la civilización occidental. De este
modo, los teóricos de la "guerra justa" deslizan
progresivamente sus argumentaciones hacia la
hipótesis de un "choque de civilizaciones" (tal y
como fue teorizado por Huntington). La noción de
conflicto cultural, desarrollada después del 11 de
septiembre como tesis de la superioridad de
Occidente con respecto al Islam, plantea
correctamente algunos problemas, pero les da una
respuesta completamente equivocada. El problema
correcto consiste en reconocer que, en lo sucesivo,
la guerra ya no se produce entre Estados-nación. En
realidad, en el Imperio no puede haber guerras
entre Estados-nación: no hay, de hecho, poder
soberano al margen del propio Imperio. Los
conflictos armados no serán, por lo tanto,
concebibles de manera tradicional, como choques
entre entidades soberanas: resulta más propio
considerarlos como guerras civiles en el interior
del Imperio. La soberanía imperial, en la medida en
que asume la guerra como fundamento, desarrolla su
actividad militar y bélica (a partir de una
relación asimétrica con todos los demás sujetos)
como fuerza ordenadora de la escena global. La
guerra civil se torna en condición normal dentro
del Imperio, sirviendo como dispositivo para la
definición y la posición jerárquica de los sujetos.
En el Imperio nos encontramos, por lo tanto, en un
estado de guerra interminable. En efecto, el Estado
moderno y el constitucionalismo concibieron la
guerra como elemento constituyente, pero sólo en la
fase genética de la constitución estatal (es el
caso de Hobbes, donde el Estado nace como
superación de la guerra de todos contra todos) o
incluso en los límites de la existencia del
Estado-nación, allí donde éste se enfrentaba a otro
Estado soberano. Hoy, por el contrario, la guerra
constituyente es concomitante de todos los
movimientos que tienen lugar dentro del Imperio.
Desde este punto de vista, es decir, desde el punto
de vista de la imposibilidad aún mayor de
distinguir entre soberanía y guerra, podríamos
decir incluso que la guerra en el Imperio, en la
medida en que se presenta como guerra civil, define
al adversario como un simple criminal y, a
continuación se apresta a provocar en su contra una
acción de policía. El Imperio es guerra, la guerra
es guerra civil, la guerra civil se configura como
enfrentamiento entre la soberanía imperial y
aquellos que la rechazan; este rechazo es criminal,
la acción de guerra es acción de policía. Toda
violencia que no sea ejercida por las fuerzas
imperiales es necesariamente ilegítima y criminal,
esto es, terrorista. De tal suerte que la respuesta
del Imperio a esta violencia es lisa y llanamente
una especie de actividad de policía encaminada a la
restauración del orden o a la construcción de un
nuevo orden. Por otro lado, la guerra entre
criminales y policía, la guerra para restaurar el
orden, nunca podrá ganarse o, para ser más
precisos, debe ser ganada de nuevo cada día. Éste
es el origen de la retórica imperial sobre la
guerra interminable y el orden duradero.

En este marco, la nueva teoría estratégica
estadounidense prevé la definición de un nuevo arte
de la guerra, esto es, de la policía. El ejército
se organizará en pequeñas entidades capaces de un
máximo de movilidad espacial y de flexibilidad de
las condiciones específicas de la intervención. Los
medios marítimos y aéreos se convierten en
instrumentos adecuados para la velocidad y la
ubicuidad de la intervención. La actividad de la
inteligencia y, eventualmente, la ayuda a las
poblaciones (ayuda que debe ser siempre funcional
con respecto a la propaganda, al ataque y al
control) deberá estar integrada con la acción
bélica: la guerra construye el orden, el lugar y la
forma de gobierno que ejecuta las directivas
imperiales. Ya no se trata de imperialismo, sino de
una continua y permanente construcción del espacio
de mando imperial. La articulaciones de la
intervención pueden tener alta o baja intensidad:
pueden ser acciones de policía en sentido clásico,
o incluso acciones de guerra en sentido específico.
Tal vez el conflicto entre israelíes y palestinos
sea, desde este punto de vista, uno de los ejemplos
más clásicos de la relación íntima que hoy
encontramos entre acción militar y acción de
policía.

La guerra siempre estuvo encaminada a la muerte, a
la destrucción de los cuerpos. Nada tiene de casual
que cada modificación de la tecnología militar
acarreara nuevas formas de muerte: la nueva muerte
es nuclear, biológica y química. Sin embargo, si la
guerra se ha tornado hoy parte integrante de las
reglas imperiales o, para ser más exactos, elemento
fundante de la soberanía, entonces la guerra no
sólo creará nuevas formas de muerte, sino también
nuevas formas de vida, nuevos cuerpos sociales. La
guerra será una forma de biopoder. Desde el 11 de
septiembre, vemos cómo la guerra funciona en
términos de biopoder: las multitudes estadounidense
y europea se vieron en la imposibilidad de
resistirse a la imposición de una fusión extrema,
extensa y compacta, del cuerpo social del
Occidente. La piedad por las víctimas de las Twin
Towers y el miedo a nuevos peligros cerraron todas
las vías de fuga frente a la creación imperial de
una identidad de masas para la guerra. En este
contexto, comprendemos plenamente el significado de
las hipótesis del "choque de civilizaciones". No es
ésta una descripción del mundo presente, sino una
prescripción, una tarea que el Imperio debe
aceptar. En el estado de guerra permanente, el
Imperio impone, paradójicamente, fusiones compactas
de la multitud.

Contra esta construcción del biopoder, debe haber
resistencia: resistencia biopolítica, esto es,
resistencia a las figuras fusionales de la vida y
de la muerte que son impuestas por el estado de
guerra permanente. La democracia sólo podrá basarse
en la expresión de la singularidad y en la
afirmación de las diferencias de la multitud. Si la
guerra se torna en fundamento legitimador del
Imperio, la democracia encontrará su legitimación
en la resistencia, en la afirmación del poder
constituyente de la multitud. De este modo, las
formas alternativas de vida social se convierten en
la estrategia de la multitud en la democracia:
éstas han de asumir el problema de la destrucción
del estado de guerra permanente, de todas sus
condiciones y todas sus consecuencias. Las formas
alternativas de vida social se fundan sobre la
producción y la redistribución cooperativa e
igualitaria de las condiciones biopolíticas de la
existencia. De este modo, la guerra será
definitivamente desmistificada y derrotada cuando
la acción de los ciudadanos y de la multitud se
encamine directamente a la construcción de la
felicidad y la prolongación de la vida. Sin
embargo, hasta entonces se impone la regla de la
desobediencia. Ésta no contrapone, sencillamente,
democracia y guerra, sino que se opone al estado de
excepción que la guerra, como fundamento de la
soberanía, ofrece para el ejercicio del biopoder
imperial. La desobediencia, bajo esta condición, no
es, por lo tanto, tan sólo un arma contra la
guerra, sino que se presenta, de inmediato, como un
dispositivo de libertad.

Publicado en el número 0 de la edición para América
Latina de la revista Global.

Traducción del portugués de la Universidad Nómada.




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